Por fin ha debutado la programación latina en la sección oficial a competición del festival de Málaga. Tras la proyección de más de un tercio de las seleccionadas oficiales en largometraje de ficción, Radical, la película mexicana que reivindica el poder equivocarse para aprender de los errores es, justo, la única que ha acertado de pleno, y la que más posibilidades tiene de acabar en el palmarés, hasta el momento.
Como es habitual en el cine latino, siempre a flor de piel de la realidad social, Radical no cierra los ojos, pero tampoco ejerce de falsa samaritana. Muestra un pequeño pueblo bajo el terror de la delincuencia, la falta de oportunidades de sus jóvenes, bañado en la pobreza y la exclusión social, pero sin deleitarse en la buena conciencia de la denuncia que no aporta nada o el regodeo de la hipócrita mirada de la superioridad intelectual o económica.
Basada en un artículo titulado Una forma radical de liberar a una generación de genios, de Joshua Davis, publicado en la revista Wired en 2013, la película narra la peculiar metodología de un maestro, cansado del enquistamiento educativo, relegado a Matamoros, una ciudad fronteriza mexicana, para intentar potenciar la curiosidad, el interés y la genialidad de cada uno de sus alumnos.
Premiada en el festival de Sundance y exitazo de taquilla a nivel internacional la película debe, en buena parte, su inmensa popularidad entre los espectadores de todo el mundo, a dos grandes cualidades. La primera es situarse lejos del buenismo de las películas de este género, tan frecuente en pantalla, el de los profesores inspiradores.
Esta no es El Club de los poetas muertos, es una película mexicana, y muestra con infinita sensibilidad, pero sin falsos eufemismos, que por mucho que lo desee el profesor, no podrá salvar a todos sus alumnos. Algunos se quedarán en el camino u otras tendrán que quedarse en casa sin poder acudir a la clase más que unos trimestres, pero también habrá muchos que salgan de esa rueda infernal de iletrismo y de miseria económica.
Por otro lado, si bien el protagonista, Eugenio Derbez, encarna al profesor con pasión, energía y profesionalidad, es el conjunto de niños y jóvenes actores naturales y los secundarios (el director de la escuela, Daniel Haddad, o el padre de una de las protagonistas, Gilberto Barraza) los que hacen brillar un elenco impresionante por su veracidad y entrega. Ante tanta naturalidad, brillantemente dirigida Christopher Zalla, es imposible no empatizar y emocionarse con sus personajes.
Por cierto, la protagonista real de esta historia, Paloma Noyola, aparece en un cameo como asistente bibliotecaria. Una película que no para de conquistar al público con esta historia realista, esperanzadora y repleta de valores.
Sección Oficial Largometrajes Ficción – 27ª Edición del Festival de Málaga
