El cine latinoamericano del Festival de Málaga ha sabido proponer historias ancladas en la realidad social, apuestas arriesgadas y visiones universalistas

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25 Mar 2022
Carlos Loureda
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La programación de la 25ª edición del festival de Málaga parecía un desequilibrado partido, ganado de antemano: 11 españolas frente 8 latinas. Lo bueno de las previsiones es que siempre suelen salir al revés. Como comentábamos ayer, salvo dos claros ejemplos de cine nacional de verdadero lujo en la sección oficial en competición, Cinco lobitos y Mi vacío y yo (a falta de ver por problemas de agenda La voluntaria y Las niñas de cristal, que pueden convertirse en la inesperada sorpresa) el cine latino ha sabido proponer apuestas más arriesgadas, visiones más universalistas e historias ancladas en la realidad social.

Empecemos por la joyita del certamen, Utama, ópera prima del fotógrafo boliviano Alejandro Loayza Grisi, en su paso a la escritura y dirección cinematográfica. Como la definía a la perfección nuestro compañero Ramón Bernadó, esta poesía del crepúsculo, es casi una versión latina de los temas de Alcarrás. Una pareja de ancianos quechuas, que debe abandonar su hogar en el altiplano por una sequía prolongada, y la importancia de la familia, como último refugio.

Con una fotografía de una sorprendente belleza, unos planos caso fordianos y una historia alejada de todo folclorismo inesperado, Utama tendría que estar en lo más alto del palmarés latino.

A nivel interpretativo, Leonardo Sbaraglia, con su tortuoso personaje en la impactante Ámame, del argentino Leonardo Brzezicki, consigue una de las mejores actuaciones de su carrera, con un personaje con tanto pliegues como torturas interiores. Igual ocurre con Anahí Hoeneisen en la película ecuatoriana Lo invisible, de Javier Andrade. Una de esas desperate housewives latinas que se marcan en la retina, en una película que se ensancha cuando se destila.

En el lado social el cine latino no se detiene ante nada. A mãe, Cadejo Blanco o Libre (siete años para poder realizarla) abordan violencias policiales y un sistema corrupto, barrios abandonados de las políticas sociales o jóvenes obligados a entrar en la delincuencia como único medio de subsistencia, con poderosos guiones recogidos de las propias experiencias de los actores, en muchos casos, naturales.

Hasta las menos impactantes se salvan añadiendo frescura en The Gigantes, o con el virtuosismo de los excelsos actores de Mensajes Privados (un dispositivo de historias reales mezcladas con interpretaciones que produce un inquietante malestar). Todo bueno o muy bueno. Queremos más.


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