La sección Panorama Andaluz del Festival de Sevilla ha sido, sin duda alguna, la gran protagonista de esta edición del certamen. Casi una veintena de propuestas, con 7 siete películas de ficción y 12 documentales, han demostrado la calidad, variedad y originalidad del cine que se está haciendo actualmente en Andalucía.
La ficción nos ha dejado grandes momentos con inolvidables interpretaciones, en las que las actrices han sido las grandes protagonistas. Patricia Ortega continúa en su línea narrativa de llevar a la gran pantalla los grupos más invisibilizados de la sociedad. Si en El regreso (2013) reivindicaba a un colectivo de mujeres en una huida para evitar la masacre de su pueblo wayuu, por parte de los paramilitares, en la Bahía Portete de la Alta Guajira Colombiana; en Yo, imposible (2018) desvelaba la vida de una joven que descubre su condición de intersexual; y en la sublime Mamacruz no duda en iluminar la sensualidad y la sexualidad de las mujeres mayores, condenadas en su mayoría a olvidar su condición de mujer para convertirse solo en abuelas, sin deseo alguno.
Kiti Mánver, nuestra Gena Rowlands nacional, borda su papel con una interpretación es estado de gracia. Así como lo hace Laura Galán en su sorprendente protagonista de Una noche con Adela, ópera prima de Hugo Ruiz. Silvia Acosta que ni siquiera necesita un papel protagonista para brillar en Fueron los días, de Bernabé Bulnes. O la complicidad que despliegan el trío de intérpretes, Aura Garrido, Iria del Río e Isabel Ampudia, en la sutil Amanece, de Juan Francisco Viruega.
Una ficción andaluza, sin complejos, que no duda en hibridar géneros y aventurarse en nuevos espacios narrativos como la renovación del cine quinqui, en su versión más social, como la ópera prima de Luis Soto Muñoz, Sueños y pan; o las sorprendentes Liuben, de Venci Kostov, o La espera, de Francisco Javier Gutiérrez.
El panorama documental ha presentado apasionantes y necesarios trabajos, sobre todo, cuando han revisitado personalidades históricas que necesitaban una urgente actualización por su relevancia e influencia. La Singla, de Paloma Zapata, centrada en una estrella internacional del flamenco invisibilizada por las circunstancias de la época y que se disfruta como un trepidante thriller de investigación.
Las figuras de Aníbal González, alma de la estructura urbanística sevillana, y los hermanos Quintero, de los cuales se deberían resetear todos los prejuicios que se albergan sobre ellos, gracias a documentales como Aníbal, arquitecto de Sevilla, de Paco Ortiz, y Sembrando Sueños, de Alfonso Sánchez, se ha podido comprender mejor y situar como merecen a estas figuras históricas. O el calvario atravesado por Rafael Riqueni en su lucha contra las adicciones y por recobrar su salud mental en el impresionante Riqueni, de Francisco Bech.
Otra tendencia de los documentalistas andaluces ha sido centrarse en momentos históricos concretos que marcan el presente. Desde ritos paganos que sobreviven a religiones oficiales, como Las bestias del romero, de Manuel Correa; unas estructuras feudalistas, casi conservadas hasta la actualidad, como lo filma Javi Barón, en Feudo; los siete meses de la guerra civil en Málaga, Caleta Palace. Revolución y tragedia en la ciudad del paraíso, de José Antonio Hergueta; hasta llegar a la actualidad con las músicas electrónicas de los últimos 40 años, en Break Nation, de David Pareja.
Por último, otro camino que ha elegido el documental andaluz es el de dar protagonismo a las voces de la creación. Ya sea una coral, un equipo sobre la mesa de trabajo de un futuro musical o las inquietudes y reflexiones de narradores visuales (encuadrándoles con un marco que cambia según los intervinientes), en los documentales de Gazela del Estrecho, de José Luis Tirado, Jesucristo Flamenco, de Laura Muñoz Liaño y Nana, de Castro Lorenzo, los cineastas andaluces confirman que todavía quedan muchas historias maravillosas y sorprendes por contar.