María Vázquez, ya en todas las quinielas de premios de este año a mejor actriz, borda el personaje de Ramona, en un soberbio homenaje a todas las mujeres

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11 Mar 2023
Carlos Loureda
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Por fin se estrena en el festival de Málaga, tras su exitoso paso por la Berlinale, Matria, de Álvaro Gago, versión en largometraje de ficción de su cortometraje homónimo de 2107, ganador al año siguiente del gran premio del Jurado del festival de Sundance. La espera ha merecido sobradamente la pena.

Una energía desbordante y contagiosa de la actriz principal, María Vázquez (ya en los primeros puestos de la quiniela de los premios de este año por su soberbia actuación); una paleta de grises y azules de la fotografía de Lucía C. Pan que, sabiamente, va añadiendo poco a poco toques de colores vivos, como prolegómeno de un atisbo de salvación, y una meticulosa, sobria y retenida dirección de escena, por parte de Álvaro Gago, sabio dosificador de tensión que empieza desde lo más alto y logra mantenerla hasta el minuto final.

Matria es una excelente película y, sobre todo, un homenaje. Un tributo a todo ese extenso territorio de mujeres que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, han sido invisibilizadas. Empleadas de hogar gratuitas en casa ajena porque jamás han podido disponer de suficientes recursos para tener su propio hogar. Hormigas obreras que han acumulado labores ingratas y tareas repetitivas para sustentar a sus hijos, sin un minuto para ellas. Y lo peor, ni siquiera un resquicio de pensamiento de que podían imaginar otras formas de concebir su propia existencia.

Matria es puro séptimo arte que susurra certezas, que se enmarca en la realidad y no cierra los ojos. Es cine social en esencia, del que tanta falta hace en un país que prefiere gritar a dialogar, en el que los políticos nos dudan en mentir clavando sus pupilas en los miedos que nos han creado y en donde se prefiere torcer la vista para afrontar la verdad.

Pelar patatas podría resumir mucho más que la historia del cine. En Matria su director coloca a la protagonista en esta misma acción, enlazándola con el pasado del séptimo arte y de la historia de las mujeres. Hemos visto millones de veces en el patio de butacas a mujeres pelando patatas. La cineasta belga Chantal Akerman la sublimó en Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080 Bruxelles (1976), como también lo hacía hasta la mismísima Scarlett O’Hara, en Lo que el viento se llevó (1939), mientras discutía con su marido.

En 130 años de la historia del cine casi no hemos visto a hombres pelando patatas. Hemos tenido que esperar a 2013 para que el cínico Jep Gambardella, en La gran belleza, lo haga. Eso sí, charlando tranquilamente con un amigo en su cocina, tras abandonar su vida de lujo y excesos, para encontrar lo sublime de lo simple y lo más básico. Ambición que le dura menos que un gramo de substancias psicotrópicas en cualquiera de sus fiestas.

La historia de Matria con ese inolvidable personaje de Ramona, mujer de mediana edad inmersa en la precariedad laboral de un pueblo pesquero gallego, para ayudar a su hija a lograr un futuro mejor, es de una necesidad acuciante. Con un lúcido final que recuerda las recomendaciones de seguridad de los vuelos. En caso de emergencia, perfecta definición de la vida de Ramona, ponte primero tú la máscara, si después deseas ayudar a los demás. Excelente ópera prima de un cine que transmite y defiende valores.

Sección Oficial Largometrajes – 26ª Edición del Festival de Málaga   


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