Un díptico sobre las torturas sufridas por los prisioneros políticos en Irán, con la actriz Zar Amir Ebrahimi en absoluto estado de gracia

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23 Feb 2023
Carlos Loureda
the nest

El festival de Berlín transcurre entre muchas escenas de baile (las discotecas, en los últimos años, se han convertido en lugar de preferencia para el cine de autor), una sensación social de ‘esto se acabó’ (hasta John Malkovich lo afirma literalmente en Séneca) e ingeniosas sesiones de psicología disfrazadas  en proyecciones, que utilizan el séptimo arte como espacio sanador.

Mehran Tamadon, brillantísimo cineasta, que ya triunfó con sus dos trabajos anteriores (Iranian -Premio Especial del Jurado de Documenta Madrid 2014- y Bassidji, Mejor Documental en el Festival Internacional de Jilhava en 2009), sorprende y cautiva de nuevo al público de la Berlinale, con un escalofriante díptico sobre las torturas sufridas por los prisioneros políticos iraníes en su país.

La importancia del dispositivo en el cine de no ficción es vital para crear una obra poderosa, que la retina del espectador no logre olvidar. Más que la importancia o el interés del tema abordado, las obras de no ficción de los últimos años que han pasado a la historia (The act of killing, L’image manquante, Bowling for Columbine, Citizenfour…), han recreado imaginativas e puestas en escena en las que la trama ve realzada la historia, ampliando su impacto ante los ojos del espectador.

En Là où Dieu n’est pas (Where God Is Not), presentada en la sección Forum, Mehran Tamadon recrea las torturas de tres prisioneros políticos iranís, mientras ellos van describiendo lo ocurrido durante sus detenciones. Un relato glacial completado con Mon pire Ennemi (My worst enemy), presentada en Encounters (sección que, en su conjunto, está resultando mucho más arriesgada e interesante que la Competición oficial).

Mon pire ennemi se convierte en un doble salto mortal cuando el cineasta, al que han prohibido regresar a su país al confiscarle el pasaporte, idea un maquiavélico dispositivo cinematográfico. Los torturados se convertirán en torturadores y rodará sus interrogatorios para mostrárselo a los verdaderos verdugos, si algún día pueda regresar a Irán.

La situación sobrepasa a los dos primeros prisioneros políticos, convertidos por arte de magia en inquisitivos torturados en cine. El dispositivo les supera y no logran comportarse como en los verdaderos interrogatorios que han sufrido en sus propias carnes. En ese momento el genial Mehran Tamadon decide contar con Zar Amir Ebrahimi, actriz recién ganadora del premio de interpretación femenina en  Cannes, en Sevilla y en varios festivales más, por su interpretación en Holy Spider. Ella misma fue interrogada por las autoridades iranís todos los días, durante un año completo, por un video privado filtrado, que la condenó al exilio, pese a ser una estrella de telenovelas en su país.

En un sibilino juego entre la ficción y la realidad, las fronteras de la película se desdibujan. Ella graba al director con su móvil en paños menores (lo que recuerda el video que marcó su carrera en Irán) u obliga al cineasta a pasearse, medio desnudo, por un cementerio parisino (como él había filmado a las madres de algunos mártires en otro cementerio, en aquella ocasión, en Teherán, que supuso la confiscación de su pasaporte).

20 largas e intensas horas de rodaje del interrogatorio sirvieron para montar los 82 magistrales minutos de una película que podría estar entre las mejores obras en su género. Angustiante, claustrofóbica e hipnótica, la última hora película entre el director y la actriz es tan inquietante como potente.

En otro salto mortal, ahora triple y sin red, la historia se desborda y propone reflexiones más allá de la situación de alta tensión expuesta. El momento en que la actriz le planta al director lo que menos se esperaba es, definitivamente, glacial.

¿Quién es el verdadero torturador en esta historia? ¿Tú, haciéndonos sufrir como espectadores, o yo? ¿Es legítimo utilizar el cine para cualquier motivo? En ese aterrador instante, la película se adentra en el resbaladizo tema de la responsabilidad del director, de la validez de los proyectos cinematográficos o, incluso, de la misma finalidad de las historias de sus creadores. Mon pire ennemi da vértigo y es uno de los momentos más intensos que ha programado la Berlinale, en su edición de 2023.


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