La Berlinale culmina su Sección Oficial apostando por películas que pulsan el espíritu de los tiempos, con el cine español demostrando, de nuevo, que está a la vanguardia. Lo hace con una película sólida y contemporánea como 20.000 especies de abejas (Estíbaliz Urresola), firme candidata al Oso de Oro

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24 Feb 2023
Alejandro Ávila
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Ha sido de nuevo el cine español el que ha elevado el nivel de la Berlinale. 20.000 especies de abejas venía avalada por la importante trayectoria en el cortometraje de su directora, Estíbaliz Urresola. Con ella, se escuchó, por fin, un largo y sonado aplauso en el pase de prensa del Berlinale Palast.

Urresola ahonda en la conexión con la identidad, el cuerpo y la naturaleza. A través de metáforas visuales y un cuidado guion que, con las vacaciones en el pueblo de una madre y sus niños como trasfondo, hilvana la búsqueda de la identidad de los miembros de la familia. Y, en ese camino, encontrarán aliados y adversarios, amigos y oponentes.

20.000 especies de abejas es un juego de espejos de las relaciones familiares, con una de las peleas maternofiliales más (fríamente) salvajes que recordamos y con uno de los personajes, la tía, más bello de los últimos tiempos, que podría representar perfectamente la sabiduría de la madre naturaleza.

Su solidez, profundidad y contemporaneidad la convierten en una de las películas con más opciones para llevarse el Oso de Oro. La cuestión es si el jurado, presidido por Kristen Stewart y la ganadora del año pasado, Carla Simón, volverá a premiar una película española con el Oso de Oro. Lo que sí es seguro claro es que terminará llevándose uno de los grandes galardones de esta edición.

Otro de los títulos destacados que nos ha ofrecido la heterogénea Sección Oficial de esta Berlinale es Tótem, de la mexicana Lila Avilés. Entre la vida y la muerte, entre el mito y la realidad, se mueve Tótem, para llevarnos a la fiesta de cumpleaños de Tonatiuh (que hace referencia al dios Sol azteca), que está gravemente enfermo.

Mientras tanto, su hija Sol asiste, desolada, a los preparativos de la celebración en la casa familiar, percibiendo con claridad el fatal destino de su padre. Cargada de simbolismo, pero sin renunciar nunca a la veracidad, Tótem muestra a una familia desquiciada por el fatal destino y una cuidada representación sobre el desasosiego ante ese duelo y esa muerte que está por llegar.

De la muerte, pero de la que tuvo lugar con violencia, se hace cargo la producción australiana Limbo (Ivan Sen), en la que un detective indaga en la desaparición, veinte años atrás, de una joven aborigen. Por el camino, descubre la violencia policial que sus compañeros emplearon contra inocentes en sus investigaciones, dejando entrever el sesgo racista de dicha brutalidad.

Instalada en un noir clásico -no es casualidad que la película sea en un bello blanco y negro, para recordarnos a los clásicos del género-, Limbo evoca en varios de sus elementos narrativos y estilísticos a La Isla Mínima de Alberto Rodríguez: la desaparición de una joven, los paisajes inhóspitos, las bellísimas tomas cenitales de la desértica naturaleza, el trasfondo sociopolítico de la historia (en este caso, la marginación histórica del pueblo aborigen) y la impunidad del culpable… que señala, como ocurría en la obra del cineasta andaluz, a toda la sociedad.

En Cielo rojo, Christian Petzold vuelve a sumergirse en la naturaleza para confrontar al ser humano consigo mismo. En este caso, no apela al mito, como hacía en su anterior film, Ondina, sino que abunda, como metáfora y trasfondo, en el desastre de los incendios forestales y su mayor virulencia con el cambio climático. Ambos, claro está, de origen antropogénico.

El director alemán, sorprendentemente, se apoya más que nunca en el humor para hablarnos de un escritor frustrado con su segunda novela, Club Sandwich, que resulta ser un auténtico desastre. Mientras él vive ensimismado en su frustración, a su alrededor la vida se abre paso violentamente: un incendio forestal avanza salvajemente hacia la casa donde pasa las vacaciones, se enamora perdidamente del personaje interpretado por Paula Beer, su mejor amigo vive un idilio con otro tipo y su editor se enfrenta a una situación personal extrema.

El ensimismamiento y el elitismo del protagonista lo convierten en uno de los (involuntarios) personajes cómicos más divertidos que han paseado por la Sección Oficial de esta 73ª edición.

Uno de los mayores espectáculos -y una de las sorpresas más agradables- que nos ha deparado este año la Berlinale nos ha llegado desde Japón en forma de ánime: Suzume, del exitoso director Makoto Shinkai, autor de obras como El tiempo contigo o Your name.

Suzume es una frenética obra, que bebe de la tradición de la animación japonesa, y que nos cuenta la historia de dos jóvenes, una adolescente y un universitario, que entrecruzan sus destinos para cerrar las legendarias puertas que llevan a otra dimensión, donde una monstruosa criatura es capaz de generar terribles desastres naturales (terremotos y tsunamis) si logra escapar de su obligado confinamiento.

Más allá de la historia de amor y libertad, la belleza extrema de sus planos (la larga sombra de Miyazaki…) y de la maestría técnica de Makoto Shinkai, Suzume se posiciona como una destacada obra sobre la épica lucha del pueblo japonés contra los desastres naturales. Sobre su capacidad para sobreponerse a ellos y reconstruirse, personal y socialmente, a base de tesón, disciplina y amor al prójimo.

Frente a un puñado de obras que siguen ensimismadas en los roles de género tradicionales, Past Lives es probablemente una de las películas más reseñables de esta edición. Tras su paso por Sundance, la ópera prima de Celine Song nos desvela la historia de una chica de doce años coreana que migra a Estados Unidos, dejando en su país de origen a su gran amor infantil.

A través de dos momentos diferentes, en la universidad y en la madurez, vivimos el reencuentro de ambos personajes: primero de una manera telemática y, luego, personalmente. Sin embargo, ese segundo reencuentro se encuentra con el escollo de que Nora, la protagonista, ya está casada.

El novedoso aspecto de Past Lives es que, a pesar de acomodarse con naturalidad en la comedia romántica, huye de los lugares comunes del género, para dotar de nuevos referentes a las relaciones sentimentales, ahondar en los conflictos de ese complejo third place de la diáspora y, por supuesto, de aportar ejemplos de esas nuevas masculinidades abocadas a huir del primitivismo y a instalarse en la sabiduría de la modernidad. Bienvenido, hombre del siglo XXI. A seguir caminando.


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