Título original: Yesterday
Duración: 116′
Nacionalidad: Reino Unido
Dirección: Danny Boyle
Guion: Jack Barth y Richard Curtis
Fotografía: Christopher Ross
Montaje: Jon Harris
Música: Daniel Pemberton
Intérpretes: Himesh Patel (Jack Malik), Lilly James (Ellie Appleton), Joel Fry (Rocky), Kate McKinnon (Debra Hammer), Ed Sheeran (Ed Sheeran), Sanjeev Bhaskar (padre de Jack), Meera Syal (madre de Jack), Harry Michell (Nick), Ellise Chappel (Lucy), Sophia di Martino (Carol), Alexander Arnold (Gavin)
En la canción de The Buggles, el vídeo asesinó a la estrella de la radio, una profecía que realmente no se cumplió (o al menos no hasta su última consecuencia). Antes de entrar en la sala donde se proyectaba Yesterday, sospechaba que la comedia romántica que su promoción anuncia iba a engullir una premisa fantástica en los dos sentidos del adjetivo, el literal y el coloquial: distanciada de lo que asumimos como real y a la vez excelente, ingeniosa, magnífica.
Dicen que imaginar es gratis, pero eso no significa que todo lo que imaginemos pueda ser interesante para los demás. En la acelerada fuga hacia adelante que vive en las últimas décadas, la ficción audiovisual anda como loca por tramar paradojas creíbles, saltos en la conciencia o en el tiempo, utopías y sobre todo distopías en las que el público sienta el vértigo de un abismo demasiado cercano y reconocible. No es nuevo: por no ir más atrás, el gótico y su descendiente el expresionismo coquetearon a menudo con esa sensación del horror de los espejos deformantes.
Con ingenio, sin embargo, se pueden plantear paradojas estimulantes sin necesidad de grandes aparatos, sin viajes extraterrestres ni hecatombes universales. Basta por ejemplo con suponer cómo sería un mundo en el que por efecto de un extraño apagón quedase borrado todo el rastro de The Beatles y solo un habitante de la Tierra, un joven músico modesto a punto de renunciar a su carrera tras su último fracaso, conservara el tesoro de canciones como ‘Let it Be’, ‘Hey Jude’ o la archifamosa ‘Yesterday’ del título.
La conjetura es tan fascinante que uno entra en ella sin objetar. El fantástico juega a menudo con materiales surrealistas y ahí no caben leyes demasiado estrictas: si se cuenta bien, es divertido aceptar que un accidente es el único motivo por el que un tipo más bien desastrado llamado Jack Malik es el único legatario de The Beatles sobre la faz de un planeta que ha olvidado al legendario cuarteto de Liverpool. Y si además esa premisa se sabe extender y resolver, como es el caso, la diversión desemboca en interés por algunas cuestiones que la película apunta, como la codiciosa frivolidad de la industria discográfica o los motivos por los que prestamos atención a una canción.
El problema viene cuando, en paralelo a la paradójica premisa musical, se va infiltrando una comedieta romántica. Parece en principio un soporte dramático en segundo plano, pero poco a poco se adueña de la pantalla y de la narración, hasta parasitarla y convertirse en el verdadero motor de la película.
La comedia romántica también tiene sus normas y sus dispensas, lo sé. Pero, cuando una buena historia se desvencija para servir a un tópico romance más en el que una chica encantadora sufre enamorada desde el colegio por una rana a la que solo ella sabe ver cómo príncipe, se le está haciendo un flaco favor a The Beatles, a la música, a las premisas fantásticas y hasta a la comedia romántica.
Y es que además, en medio (o como medio más bien), Danny Boyle va cediendo más y más matices al espectáculo. Lo que en un principio se puede justificar argumentalmente como una realización de vídeoclip retro, con encuadres desequilibrados y gigantescos grafismos que van subrayando las localizaciones para regocijo de un supuesto espectador mitómano, termina revelándose como un empacho de ingredientes insípidos. Y así, muy en sintonía con la carrera que le precede, confirmamos que Boyle casi siempre prefiere deslumbrar a alumbrar.