Val del Omar y Jerzy Skolimowski trascienden la pantalla y nos embarcan en experiencias que abarcan todos los sentidos. Pura magia en la gran pantalla.

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6 Nov 2022
Carlos Loureda
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Entre la programación del Festival de Sevilla una de sus secciones anuncia mucho más de lo que exhibe en su interior. Es en sí misma, toda una declaración de principios, necesaria y ya mucho más que urgente: Hacia otra historia del cine europeo.

El director del festival, José Luis Cienfuegos, y el conjunto de su equipo no son los únicos que creen en ello. Eso sí, al menos son los primeros en concentrarse en un melón que el paso del tiempo ya ha madurado, y que está pidiendo a gritos que se abra.

Con esa finalidad precisamente, el director, guionista y montador sevillano, Jesús Ponce, presenta dentro de Panorama Andaluz del festival su apasionante película, Val del Omar, poeta audiovisual.  

A través de los ojos y las manos de la actriz, Alicia Moruno, el cineasta nos invita a conocer a uno de las figuras más importantes de la historia del cine, a nivel internacional, como si ella fuese una espectadora que descubre por primera vez su obra, se enamora de ella (como todos los que han tenido la suerte de acercase a su Tríptico elemental de España) y hasta la toca con sus manos (esa ‘visión táctil’ que tanto le gustaba al cineasta).

La verdadera esencia de Val del Omar es su capacidad de trascender de la gran pantalla y asaltar la retina del público, materializándose en una experiencia que abarca todos los sentidos.

Una figura imprescindible que no aparece, como debiera y en su justo valor, en esa obsoleta historia oficial del séptimo arte. Escrita por señores, que casi no incluían a ninguna cineasta mujer (empezando por una de las primeras directoras de la historia, Alice Guy), u olvidaban a las personas que no se exhibían en los centros del establishment, las capitales de ciudades con circuitos de exhibición y comunicación potentes (o sea, prácticamente caían en el olvido todos los artistas de provincias).

La virtud principal de Val del Omar, para el arte en su esencia más trascendental, y el defecto, para la historia del séptimo arte, es que se dedicaba más a crear en su tierra natal, Granada, que a promocionar su trabajo en las capitales europeas. El cineasta era un poeta visual, no un agente de ventas. Pero la historia siempre acaba por volver a ser contada y ya ha llegado la hora de Val del Omar.

Dentro de la mitología valdelomariana se narran en el documental algunos de sus inmensos logros, como el descubrimiento del zoom. Pero la relevancia de la anécdota, no debe ocultar el inmenso bosque creado por Val del Omar en su tiempo. Pese al debate que pueda suscitar, me atrevería a afirmar que el cineasta anticipó, hace ya casi un siglo, el uso creativo de todos los filtros y modificaciones de la imagen, que se presentan en la actualidad como gran novedad de todas las redes sociales.

Georges Méliès utilizó el descubrimiento científico del cinematógrafo para utilizarlo en su teatro de variedades e ilusionismo. Para él, el nuevo invento era un imaginativo campo que le permitía actualizar y añadir un plus a su pasión personal: el teatro. En un principio, Méliès debería estar más en los libros de historia dramatúrgica que en la del séptimo arte porque su filmografía enlaza con mayor exactitud en las obras de teatro de Ivo Van Hove y Joël Pommerat. Solo mucho el artista francés después descubrió la esencia del cine y dejó aparte la novedad técnica del cinematógrafo.

Con Val del Omar ocurrió lo contrario. Puso todo su empeño en la ciencia para obtener lo que quería lograr con su cine. Solo la genialidad del cineasta granadino es capaz de ganar una Mención Especial del Festival de Cannes a los logros técnicos (lo que hoy serían los efectos especiales), con seis linternas y una vieja cámara de los años 20, en 1961, el mismo año en el que Buñuel logró la Palma de Oro por Viridiana. Por ello, hoy nadie hace películas como las vistas de cinematógrafo de Méliès, pero la sombra de Val del Omar es mucho más alargada de lo que mucho pueden pensar.

Sin ir más lejos, Eo, de otro de los grandes del cine mundial, Jerzy Skolimowski, es puramente valdelomariana. Esta sublime historia de la explotación, miseria y debilidades de una estructura social y económica, que acaba con todo lo que se le ponga por delante, desde la mirada de un burro, es magistral e hipnótica desde su primer segundo.

Eo reúne todos los dispositivos artísticos de Val del Omar: ausencia mínima de narración para centrarse en la imagen, que lo debe contar todo sin casi aditivos, colores que aportan estados anímicos, luminiscencias expresivas, preminencia de primeros planos, el uso del agua como reflejo y encuadre… Una obra a la altura de un genio.

Respeto y, en parte, se puede comprender la decisión de sus herederos, de preservar la obra de Val del Omar solo permitiéndola ser proyectada en las mejores condiciones. Sin embargo, cualquier secuencia del maestro granadino en cualquier dispositivo actual aporta muchísimo más al público que la inmensa mayoría de películas que se proyectan perfectas en salas impecables.

Además, si Val del Omar estuviese aún hoy entre nosotros, seguro que estaría experimentado en todo tipo de formatos y pantallas. Creo que, incluso, él hubiese sido el único capaz de encontrar puentes entre las salas de cine y las nuevas formas de consumo del séptimo arte.

Es hora de reivindicar, de una vez por siempre, a Val del Omar. En contra de lo que se mantiene, su obra es apta, en especial, para los públicos más jóvenes: menos formateados por narrativas canónicas y más abiertas a la magia e ilusión de la imagen. Por eso, Val del Omar, poeta audiovisual, de Jesús Ponce es tan necesaria y de visión obligatoria en cines, escuelas, colegios y universidades. La fuerza visual del artista granadino nos depara aún muchas sorpresas. Un sinfín que comienza siempre.


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