La Sección Oficial de Cortos del Festival de Huelva dibuja un efervescente panorama donde el formato breve sorprende por su capacidad para dar golpes de efecto de larga duración

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15 Nov 2021
Víctor Esquirol
the nest

Una reunión de vecinos, un vídeo porno, una confesión inesperada, una fiesta de pueblo que se convierte en pesadilla, los fantasmas de la pobreza energética… son solo algunos de los elementos conjurados por la Sección Oficial de cortos en esta edición del Festival de Huelva.

Una selección tan ecléctica como la naturaleza de todos los elementos citados. Y los que faltan por nombrar. He aquí un maratón saldado en una memorable montaña rusa emocional; en una amena pero también contundente exploración de las posibilidades que tiene el relato breve a la hora de calar en el espectador.

En este sentido, la palma sin duda se la lleva Tótem Loba, sorprendente debut en labores de dirección y escritura de guion por parte de la actriz Verónica Echegui. A través de una filmación estilosa, esta historia consigue llevarnos de un costumbrismo entrañable a la amenaza aterradora del folk horror.

Una chica (encarnada por Isa Montalbán, otra revelación) es invitada por una amiga suya a la fiesta mayor de su pueblo, y como siempre sucede en estos casos, impera la diversión. Una juerga que, esto sí, se ve también algo enrarecida, al desarrollarse en un territorio en el que la protagonista se siente fuera de lugar.

Y efectivamente, cuando nos hemos querido dar cuenta, parece que ya es tarde para escapar del infierno. Las risas de la desinhibición se congelan en un grito que es la reacción instintiva ante unos monstruos que no atienden a razones. Como sucede en muchas películas de terror… como sucede, de hecho, en la vida real. Echegui nos habla de presas y depredadores, de manadas, vaya.

Del ataque de pánico que surge cuando el destino, esa fuerza cruel, pone a una mujer delante de estas. Pero la película no solo quiere asustar, sino que también busca encontrar la fuerza y determinación que pueden manifestarse en tan asquerosas circunstancias. Es aquí, en este último tramo, donde Tótem Loba se acaba confirmando como una de las piezas españolas más estimables de la temporada.

Muy a a rebufo de dicha consideración anda Borja Soler, uno de los directores de la descomunal serie Antidisturbios. Ahora, en Mindanao, se asocia con el siempre impresionante talento interpretativo de Carmen Machi y Paulina García para regalarnos diecisiete minutos que bien podría haber firmado el Rodrigo Sorogoyen más inspirado. Ahora estamos en el piso más alto de una de las vertiginosas torres que marcan el skyline de Benidorm, ese monumento al mal gusto. Allí, una alcaldesa que recuerda sospechosamente a Rita Barberá, vive los últimos instantes de una fiesta que agoniza. Y en efecto, todo el mundo a su alrededor parece caerse a pedazos.

Todo, menos una amiga, una amante, quizás… el último bastión de decencia que queda en el planeta. Con ello, Soler toma la arriesgada decisión de humanizar a esas figuras políticas que, por convertirse (por méritos propios) en claros símbolos de la corrupción de las élites, se han ganado nuestro odio. Pero no hay en este gesto voluntad alguna de provocar, sino más bien de limpiar una mirada (la nuestra) que puede llegar a las mismas conclusiones, sin la necesidad de que le hierva la sangre a base de prejuicios. El final acaba siendo el mismo, solo que los hemos conquistado con una comprensión humana mucho más sólida.

Esto mismo parece buscar Santiago Requejo en Votamos, un audaz uso del plano secuencia para mostrarnos lo fácil que puede perderse la compostura cuando tenemos que interactuar con otras personas. Aquí el pretexto lo da una reunión de vecinos en la que se acabará decidiendo sobre la aceptación (o rechazo) de un nuevo miembro en la comunidad. Un firme sentido de la coreografía con la cámara, así como un igualmente sólido trabajo con los actores, expone los riesgos de convertir los valores democráticos en una cruel herramienta de abuso hacia los más desvalidos.

¿Dónde está la solución a este intolerable problema? Pues de nuevo, en la empatía, en saber ver a la posición confrontada como lo que nunca ha dejado de ser: otro ser humano, una persona que merece que por lo menos atendamos a sus razones. Esta sería la moraleja de la divertida y valiente Cristiano, de Adán Pichardo, una confesión-choque entre la tradición (una Iglesia que por muy moderna que diga ser, sigue resistiéndose al cambio) y los nuevos roles y retos que propone la sociedad. Este sería también el espíritu con el que Elisa Martín Gómez afronta el reto de Las nadie, documental en forma de drama (social) coral.

El objetivo aquí es el de dar voz a quienes históricamente no la han tenido: cuatro mujeres nos hablan desde su respectivo hogar, ese lugar donde tuvieron que aprender a echar raíces. Esta es una historia (de historias) de inmigración, pero sobre todo de superación de las injustas adversidades a las que la sociedad somete a determinadas personas.

Por su color de piel, por su sexualidad, por sus convicciones políticas… ellas hablan, nosotros escuchamos, y al hacerlo, nos acercamos más, y sentimos aún más el terrible vacío que podría dejarnos su ausencia. Lo mismo sucede, recordemos, con Los ojos de Érebo, de Javier Barbero, corto que ya pudimos disfrutar en el Festival de Jóvenes Realizadores de Granada, un delicado homenaje (y discurso de denuncia) en favor de quienes sufren el abandono ante las penurias (vitales, económicas) más intolerables.

Cambiando radicalmente el tono, nos embiste Re-Animal, de Rubén Garcerá, una simpática gamberrada de animación claymation. La plastimación se ejecuta aquí para llevar imágenes tradicionalmente asociadas a audiencias infantiles, a un tono más adulto. Maniobra que, esto sí, es llevada a cabo con un muy afinado sentido de la inmadurez.

Esto es, al fin y al cabo, una parodia de los thrillers detectivescos y las cintas de terror, en la que los animales maltratados por la caspa castiza, se cobran su sangrienta venganza, después de que se les diera por muertos. Con estas vibraciones y con estas herramientas hacemos el salto hacia la selección internacional, donde la animación reclama el protagonismo con aún más intensidad.

La prueba más palpable de ello es la mexicana Tío, de Juan José Medina, un cuento de puro terror en stop-motion, y que nos sumerge en ese escalofriante abismo donde miles de almas inocentes desaparecen por siempre jamás. Una mina, un niño que entra en ella por primera vez, una ofrenda que debe realizarse ante una criatura terrible… Lo podría haber dirigido el mismísimo Guillermo del Toro, pero no, lo hace un hombre que igualmente sabe hasta dónde llevar la poesía, para que esta siga resonando en nuestro interior, una vez terminada la proyección.

Algo similar sucede con otro cuento animado, este aparentemente mucho más amable, pero que de igual modo nos deja con el cuerpo alterado. Ahora toca prestar atención a la peruana Pequeña felicidad, de Verónica Casimiro Rosales y Junior’s Juarez Shuan, un emotivo cuento de buenas noches en el que una anciana que vive en una residencia para gente de la tercera edad, recibe la tierna visita de unos seres fantásticos que la acompañarán en una soledad que, de repente, ya no pesará tanto. Y sí, este mágico encuentro es un regalo del cielo… pero al fin y al cabo, no deja de ser un sueño que a la mañana siguiente, nos recuerda la amargura de la realidad.

Este desencanto lo plasma Pablo Polledri en Loop, audaz pieza en la que cada una de sus secuencias es un bucle interminable. Ahora la animación se hace eco, una y otra vez, de todas las acciones que rigen nuestro día a día. Desde las que ejecutamos nosotros en el hogar en el trabajo, hasta aquellas con las que los demás nos entretienen. Todo está atrapado en un ad eternum que, evidentemente, es el recordatorio de las rutinas con las que el sistema nos encarcela, nos absorbe, nos somete.

Por último, y de vuelta a la imagen real, la brasileña O barco e o rio, de Bernardo Ale Abinader nos lleva a una casa flotante de Manaus en la que el telón de fondo de lo que apunta a ser un drama social, va virando lenta y elegantemente hacia el retrato de una intimidad marcada por relaciones que, como la marea, vienen y se van. La pieza nos habla de la marca que deja la gente que precisamente nos deja, y de nuevo, la combinación es de una alegría melancólica que obviamente nos acompañará durante mucho más tiempo del que nos han tomado toda esta mega-sesión.


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