Nolan, Sorrentino, Scorsese, Malick.. Sus películas volvieron a marcar una década de cine. Víctor Esquirol elige las 10+2 obras maestras que encierran el pasado, el presente y el futuro del séptimo arte

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3 Abr 2020
Víctor Esquirol
the nest

Mi definición de “misión imposible” se acerca mucho a lo que ahora mismo me dispongo a hacer: echar la mirada atrás, estar atento a todos los rincones del mundo y englobar, en una sola lista, las “mejores” películas que nos ha dado el arte cinematográfico a lo largo de la última década.

Esto, como digo, es una tarea irrealizable, o al menos lo es sin franquear las infranqueables (ahí está el qué) barreras de la vergüenza propia. Escribo estas líneas en un momento en que mi cerebro ha tenido que asimilar muchas selecciones ajenas.

Debo decir, a estos efectos, que aunque todas ellas me hayan ayudado, en su propia medida, a ordenar mis pensamientos, opino que ninguna ha sido capaz, por sí sola, de conquistar el -noble- propósito que anunciaba su encabezado. Y temo, visto lo visto, que esta tampoco lo logrará, de modo que lo único que me queda es refugiarme, con total sinceridad, en la humildad, y ya de paso, redefinir mis propósitos.

O sea, que lo que viene a continuación no pretende ser otra lista de “las mejores películas de la última década” (¿según qué criterio, solo el mío?) sino una elección acotada -claro- de aquellas cintas cuya temática abordada, impacto en el gran público, propuesta estético-narrativa o, “simplemente” por el rol que estas juegan en la filmografía de su respectivo autor, pueden ayudarnos a establecer algunas de las líneas maestras que, durante los últimos diez años, han hecho avanzar al “séptimo arte”.

Por el camino, he dejado caer películas que se adaptaban a la perfección a mis propios gustos, y he priorizado aquellas que, en conjunto, creo que pueden ayudarnos a, por lo menos, acercarnos a los propósitos antes anunciados. Por supuesto, yo mismo soy consciente de que en estas “10+2” faltan muchas más, pero todas las que están aquí, creo que merecen estarlo.

La cabaña en el bosque, de Drew Goddard

Nada mejor para iniciar este particular repaso que un film cuyas intenciones son, precisamente, compiladoras. Esta impresionante ópera prima contó con el ingenio en la escritura de Joss Whedon, y del carisma delante de las cámaras de Chris Hemsworth. Nada desdeñable reunión de estrellas con aroma Marvel para una propuesta que, no obstante, se enorgullecía de no ser “la típica” cinta de género.

Y en efecto, el planteamiento tópico de la propuesta (despertar el terror a partir de un grupo de universitarios que se disponen a pasar un fin de semana de juerga forestal) encerró la más lúcida meta-reflexión concerniendo ni más ni menos que al estado general de una forma de entender el cine.

Las situaciones invocadas fueron el síntoma de una falta alarmante de creatividad por parte de una industria híper-tecnificada, pero a fin de cuentas, víctima de sus propios monstruos. Divirtió mucho, pero horrorizó (que a esto íbamos)… dibujando un panorama desolador en el plano artístico.

En Amazon

El irlandés, de Martin Scorsese

La carrera del maestro italo-americano conoció una de sus incontables nuevas juventudes gracias al ritmo frenético marca de la casa que se lució en El lobo de Wall Street. La fortuna volvía a sonreír a “Marty”, de modo que se lanzó a por la consecución de uno de sus proyectos soñados: Silencio. Este se concretó, y se saldó en un fracaso comercial tan estrepitoso, que el hombre se vio sin recursos ni apoyos para abordar la que también era una de unas historias más deseadas.

Así empezó a andar El irlandés, película de suma importante, se mire como se mire, por todo lo que propone tanto dentro como fuera de la pantalla. Netflix acudió al rescate de uno de los grandes defensores de las salas de exhibición tradicionales, y así se reunieron, una vez más, Robert De Niro, y Joe Pesci, y Al Pacino, y Harvey Keitel… pero no para afirmar que aún les quedaba recorrido, sino al contrario, para asistir a su propio funeral.

En esto se tradujeron las tres horas y media de metraje propuesto, en un réquiem agónico dedicada no solo a unos personajes históricos, sino más bien a un género fílmico, y ya puestos, a una manera de retratar esa masculinidad que, ahora lo sabemos, es intolerablemente tóxica.

En Netflix

Star Wars: Los últimos Jedi, de Rian Johnson

Gloria al blockbuster que, muy a su pesar, despertó algunos de los debates más apasionantes en torno a aquello que, en ocasiones, parece ser lo más importante del mundo. Me refiero, por supuesto, a la herencia cinematográfica; a ese pasado en celuloide (ahora en digital) que debe ser preservado… pero que también puede condicionar el presente. De esto iba, básicamente, la controvertida (y en mi opinión, genial) aventura de Rian Johnson (a la larga, némesis casi mortal del nostálgico J.J. Abrams) en esa “galaxia muy, muy lejana”.

Recuerdo que el hombre llegó a la cita acreditando unos méritos que para nada podían despreciarse, pero que a lo mejor no serían suficientes para hacerse cargo de tan aparatoso aparato. Pensemos, por ejemplo, en Lando Carlissian poniéndose a los mandos del Halcón Milenario, y siendo advertido, momentos antes, por su amigo Han Solo.

“Devuélvemelo sin ningún rasguño”, dijo este último. Pero no, la nave volvió seriamente perjudicada… pero habiendo engrandecido su leyenda. Y exactamente así se comportó la película en cuestión: deslumbrando con sus temerarias piruetas; situándose permanentemente en el peligroso terreno del siniestro total… trascendiendo, al final, por la valentía con la que decidió no ser rehén de una herencia a la que no hay duda que respetaba… pero que también se cuestionaba.

En Disney+

Interstellar, de Christopher Nolan

Siempre dispuesto a llevarse a él mismo al límite; siempre estimulante, el mal llamado “Stanley Kubrick del siglo XXI” es incuestionablemente uno de los directores que mejor ha sabido conciliar dos fuerzas aparentemente irreconciliables: el cine comercial y el de autor. En esta odisea en el espacio en la que estaba en juego ni más ni menos que el destino de toda la humanidad, Nolan confirmó, a base de notas expelidas por órgano, que su arte tienen mucho de religioso (me refiero, por ejemplo, a las reacciones despertadas por cada uno de sus trabajos, y que enfrentan, por los siglos de los siglos, a sus acólitos y sus detractores).

La inolvidable partitura de Hans Zimmer parecía emanar de la más alta catedral jamás construida, y precisamente así operaba la propia película, desde los más insondables confines de un cosmos cuya inmensidad quedó perfectamente enmarcada por los límites de las más grandes pantallas del planeta… y que de rebote, captaron con profunda emoción ese factor humano sin el cual no pueden entenderse los viajes que más merecen la pena.

En Movistar+

Los odiosos ocho, de Quentin Tarantino

Mi relación con el cine del eterno enfant terrible de Hollywood se explica a través del frágil equilibrio entre las tremendas expectativas que este siempre levanta en mí, y las posteriores frustraciones producidas, en parte, por ese primer factor mencionado.

Para mí, una película de Quentin Tarantino (seguramente el último gran maestro con vida del cine americano) se convierte inmediatamente en el evento cinematográfico del año, y claro, es muy difícil que este pueda satisfacer todos mis anhelos. Total, que nunca acabo de ver la grandeza de dicho autor hasta que no me enfrento a él en segundo (o tercero, o cuarto…) visionado, ya con la sangre fría.

Recuerdo que esto no me sucedió con Los odiosos ocho, para mí, la película cumbre en la consolidación de una manera de filmar y contar historias que se ha intentado imitar infinidad de veces, pero que nunca ha alcanzado las cotas conquistadas por Tarantino.

Aquí, el genio fundió el western con el relato clásico de misterio con sello de Agatha Christie, y efectivamente, el resultado estuvo a la altura de tan venerables ingredientes. Esto fue, una ventisca hábilmente dialogada, y aún mejor resuelta merced a esos estallidos de violencia (entre terribles y endiabladamente cómicos) que ya son brutal patrimonio del séptimo arte.

En Netflix, Prime Video y Filmin

La gran belleza, de Paolo Sorrentino

El que seguramente pueda considerarse como autor más influyente (a lo largo de la última década) dentro de la siempre influyente cinematografía italiana, tocó techo con esta secuela espiritual de La dolce vita. A lo largo de casi dos horas y media, Sorrentino invocó de manera apabullante su inagotable arsenal de recursos estéticos para hacer del videoclip (inolvidable esa fiesta inaugural en la azotea, y a ritmo de Raffaela Carrà) la cápsula perfecta para un espíritu (el de la nación transalpina) que agonizaba sin siquiera ser capaz de admitirlo.

Esto fue La gran belleza, un desfile asombroso de gente vieja que se creía joven; una socarrona celebración de la decrepitud (ya se sabe, el punto posterior a la decadencia) como modo de no-vida. Una Italia ruborizada como irrenunciable reflejo de una Europa que ya jamás podría renunciar a su condición de “viejo continente”.

En Filmin

Boyhood, de Richard Linklater

La obra magna de uno de los talentos más superdotados del cine indie vivió, durante buena parte de su producción, rodeada en la más absoluta incredulidad. Ya se había corrido la voz de que, entre película y película, Richard Linklater estaba enfrascado en un proyecto cuya consecución tomaría la friolera de doce años. La intención era capturar la infancia del desconocido Ellar Coltrane, con ello se captaría la vida (ni más ni menos). ¿Cómo? Pues avanzando al ritmo que esta misma nos propone.

Y así se hizo, y así fue madurando una película que, tal y como se nos prometió, terminó plasmando la frágil belleza de un niño cualquiera. Sobrecogedora en unos saltos temporales que nunca requirieron de título explicativo alguno; emocionantemente sincera a la hora de fundir la ficción con la realidad. Tanto un extremo como el otro terminaron formando parte del mismo todo, en un conjunto tan aparentemente sencillo, que fue imposible no verse reflejado en él.

En Amazon Prime

Mad Max: Furia en la carretera, de George Miller

La -alocada- institución del cine australiano retomó su franquicia más famosa y le hizo alcanzar la consideración de arte sublime. Yo estuve el día en que Mad Max: Furia en la carretera se presentó oficialmente en el Festival de Cine de Cannes… y puedo jurar que aquello parecía más un maratón de medianoche de Sitges.

El público enloqueció, y celebró con salvajes vítores y aplausos (como debía ser, vaya) el endiablado ritmo al que avanzaba un tropel de “autos locos” decididos a convertir el arte de la coreografía y del montaje cinematográfico, en armas de destrucción casi masiva.

El mundo, tal y como lo conocíamos, había llegado a su fin, y ya solo quedaba celebrar su defunción. Lo hicimos en permanente ovación a un poderío visual que parecía surgido del cómic más inspirado. Y efectivamente, a posteriori aprendimos que George Miller había concebido el storyboard antes que el guion. Apabullante victoria de un plano visual que, para mayor gozo, dejó también respirar un texto que se descubrió en poderoso alegato feminista.

En Movistar+

Del revés (Inside Out), de Pete Docter y Ronnie Del Carmen

A pesar del profundo respeto y admiración que siento hacia esta película, opino que la factoría Pixar (que en los últimos tiempos ha mantenido una posición hegemónica dentro del cine de animación) ha dado títulos que merecen más mi atención que este del que me dispongo a hablar. Sin embargo, mi elección se debe al firme convencimiento de que con esta historia, dicho sello alcanzó lo que bien podría considerarse como “obra cumbre”.

Dicho de otra manera, si quisiera enseñarle a un no-iniciado en la materia algunas de las mayores virtudes de la productora del “flexo saltarín”, le invitaría a perderse (en el mejor de los sentidos) en la cabeza de la joven Riley, gobernada por cinco sensaciones condenadas a hacer piña.

Una propuesta arriesgada brillantemente ejecutada con un formidable sentido de la aventura, pero sobre todo con una apabullante comprensión de la psique humana, incluso de su espíritu. Y, cómo no, la Alegría pudo ser más malvada que la “Tristeza”, y las lecturas adultas se complementaron a la perfección con el tono más jovialmente juvenil. Lo que decía: la quintaesencia de Pixar.

En Disney+

La red social, de David Fincher

Los grandes maestros artísticos (sea cual sea la disciplina en la que operan) pueden alcanzar dicha consideración cuando consiguen que sus obras sean testigos imperecederos de los tiempos que las vieron nacer. Este biopic sui generis sobre el fundador de Facebook superó rápidamente las suspicacias con las que nació, auto-reivindicándose como un certero retrato del geist del todavía naciente siglo XXI. El brillante guion escrito por Aaron Sorkin (uno más en su igualmente brillante carrera) se convirtió en una metralleta dialéctica que tuvo en la incontinencia verbal de Jesse Eisenberg al mejor aliado.

Todo se sucedía de manera frenética, en esta crónica histórica hecha (por si todo esto fuera poco) privada de la perspectiva histórica. Los estudiantes universitarios se adueñaban del mundo: al día siguiente eran multimillonarios, gracias a la invención de algo inmaterial, pero que a lo mejor por esto, entraría tan fácilmente en la vida de prácticamente cada persona adulta (?) del planeta. Eran las embriagadoras (y peligrosísimas) mieles del humo, esa masa que tanto está definiendo a nuestra época.

En Movistar+

Redada asesina (The Raid), de Gareth Evans

Supongamos que un cineasta británico con alma de documentalista, aterriza en Indonesia para filmar una pieza de no-ficción sobre un arte marcial llamado “Silat”. Supongamos que el hombre queda hipnotizado por los brutales movimientos que este propone, y que conoce a una bestia parda llamada Iko Uwais, y que de esta relación surge una colaboración que se extiende en varias películas… y que tiene su culminación en una saga de películas que responde a intención de llevar el género de acción a otro nivel.

Supongamos que todo esto se concreta en poco más de hora y media en la que el guion (suerte de eco del primerizo John Carpenter) fue una irresistible excusa para propiciar una de las más bestiales batallas campales que nos haya dado jamás el cine.

Un escuadrón de élite del cuerpo policial de Jakarta se vio encerrado en una trampa mortal de hormigón, tendida esta por un temible narcotraficante de la ciudad. Para salir de allí, solo quedaría echar mano de las patadas y puñetazos más letales… y claro, de una cámara tan ágil que consiguiera lo imposible: no perderse en ese caos invocado.

En Movistar+

El árbol de la vida, de Terrence Malick

Ahí está, la película que más ha marcado el cine de autor en la última década. Ha sido tan influyente, que hasta su propio autor parece enfrascado, desde entonces, en repetir la alquímica mezcla de ingredientes que le encumbraron en aquel inolvidable festival de Cannes.

Después de un prólogo hipnótico, formado básicamente con imágenes del espacio exterior, Malick nos introdujo de lleno en un drama familiar suburbial. De lo cósmico a lo íntimo en un salto imposible sobre el papel, pero que a la práctica nos transmitió un nuevo concepto -audiovisual- de lo sublime.

Desde paisajes sobrecogedores a la belleza mínima de Jessica Chastain jugando con una mariposa en el jardín de su casa. El padre y la madre; la severidad y la bondad juntas y enfrentadas en un todo donde, efectivamente, parecía que cabía todo. Una película de una sabiduría apabullante, de una emoción humana igualmente subyugante… de una verdad que todavía a día de hoy no ha sido superada.

En Amazon Prime, Filmin


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