Solo el 9% de los largos de ficción españoles están dirigidos por mujeres. Por eso creemos importante darle visibilidad a las jóvenes directoras que pueden empezar a cambiar esa desoladora desigualdad.

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8 Mar 2019
Juan Antonio Bermúdez
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La participación de las mujeres en la industria audiovisual sigue mostrando unos índices de desigualdad disparatados. Según denunciaba CIMA en un informe presentado en el pasado Festival de San Sebastián, lejos de aminorarse, la brecha ha aumentado en el último año: solo el 24% de los trabajadores del sector cinematográfico son mujeres. Y el porcentaje baja aún más para tareas de mayor responsabilidad como la producción, el guion o la dirección. En este último ámbito, la proporción es asombrosamente baja: solo una de cada diez películas españolas estrenadas en 2017 (año de referencia del informe) estuvo dirigida por una mujer. Menos aún, si somos exactos: el 9%.

Por todo eso, nos parece importante seguir dándole visibilidad a las mujeres que consiguen entrar en el sector y en la cartelera comercial, abriendo en ella huecos muy interesantes, perspectivas desde esa otra mitad del mundo que lo sigue teniendo muy difícil para expresarse por este medio.

En concreto, vamos a fijarnos en este reportaje en ocho jóvenes directoras que en los últimos años han conseguido el pequeño gran milagro de dirigir un largometraje de ficción y llegar a estrenarlo en sala. Aunque sus óperas primas son muy diferentes entre sí y no pueden sacarse conclusiones que las agrupen generacionalmente, sí comparten tres detalles sustanciales: han tenido un presupuesto bastante reducido en comparación con la media, todas están protagonizadas por mujeres y todas han sido, en general, bien acogidas por parte de la crítica.

 

Alba González de Molina (Las Palmas de Gran Canaria, 1989)
La cineasta canaria Alba González de Molina ya había llamado la atención con el documental Stop! Rodando el cambio (2012), una road movie por diferentes ecoaldeas, y en Julie (2016) mostró de nuevo su interés por estas formas de vida alternativas a la sociedad de consumo, contando desde una ficción muy marcada también por cierta distancia documental la historia de una chica que decide recomenzar su vida en un pequeño pueblo de montaña.
El rodaje, llevado a cabo por un equipo formado en su mayoría por mujeres, se adaptó respetuosamente a las condiciones del lugar que lo acogió: sin wifi, sin cobertura móvil, sin electricidad, sin aseos… En su estreno en el Festival de Málaga, consiguió el Premio ASECAN Ópera Prima y la Biznaga a la Mejor Actriz de Reparto aunque luego su distribución fue muy limitada. González de Molina ha rodado después el corto La hora de la merienda (2017).

Andrea Jaurrieta (Pamplona, 1986)
El Festival de Málaga también acogió el debut en el largo de la navarra Andrea Jaurrieta con Ana de día (2018), una película inquietante, con una cierta tendencia a la abstracción y con muchos guiños cinéfilos: el más evidente, a Belle de Jour (1967), de Luis Buñuel, de la que podría considerarse una actualización. Los Goya la recogieron en la categoría Dirección Novel y quizá podrían haberse acordado también de su protagonista Ingrid García Jonsson, prácticamente omnipresente y templada en la extrañeza de un papel dificilísimo.
Andrea Jaurrieta, que estudió Comunicación Audiovisual en la Complutense y el Máster de Dirección en la ESCAC, tenía un amplio bagaje previo como cortometrajista y en el campo de la videoinstalación.

Carla Simón (Barcelona, 1986)
Creo que no es exagerado reconocer a Verano 1993 (2017) no solo como un debut admirable sino como una de las películas españolas más conmovedoras y bien resueltas de lo que llevamos de siglo. Surgida de un taller de guion tutelado por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, su primer reconocimiento llegó en la Berlinale, donde fue destacada como Mejor Ópera Prima. Y luego continuaría una brillante recolección de galardones en las principales convocatorias nacionales, culminada con tres Goya que supieron a poco (Dirección Novel, Actor Secundario y Actriz Revelación).
Pegada a la biografía de la propia directora, esta cinta sobre el verano de una niña de seis años que acaba de perder a su madre ha revelado el talentoso presente de su directora especialmente en la dirección de actores y en el manejo de la información. Y crea unas altísimas expectativas sobre todo lo que la carrera de Simón pueda llegar a depararnos.

Celia Rico Clavellino (Constantina, Sevilla, 1982)
Luisa no está en casa (2012), cortometraje rodado durante su etapa de formación en la ESCAC, fue la gran carta de presentación de la sevillana Celia Rico Clavellino. Desde que habían ido surgiendo las primeras noticias de su filmación en su localidad natal, Constantina, había muchas ganas de ver su primer trabajo de largometraje, Viaje al cuarto de una madre (2018). Se hizo esperar, hasta su estreno a finales de año en el Festival de San Sebastián, pero desde luego no defraudó.

Película de distancias cortas y emociones agudas, narra la relación cotidiana entre una madre (Lola Dueñas) y su hija (Anna Castillo), con una afinadísima dirección de actores y un aprovechamiento máximo de los recursos. Rico Clavellino nos contaba en esta entrevista que le gustan “los detalles pequeños” y eso es justo lo que pone de manifiesto Viaje al cuarto de una madre: una gran capacidad para reconocer la importancia de los pequeños gestos, de las pequeñas acciones, cualidad fundamental para cualquier cineasta.

Elena Martín (Barcelona, 1992)
Estamos ante la directora más joven del reportaje, ya que Elena Martín aún está en la veintena. Y su primer largo, Julia ist, puede considerarse un buen retrato autobiográfico y millennnial, a partir de un contexto, una estancia de una beca Erasmus, que ha marcado la juventud de varias generaciones de jóvenes, entre ellos la directora. Así, su protagonista vivirá en Berlín su primer encuentro con la vida fuera del cascarón del hogar paterno, con todo lo que ello supone de rito de aprendizaje y crecimiento.

Elena Martín, que es además actriz y también protagoniza la película, ya había interpretado un papel de joven estudiante en otra notable cinta catalana, Las amigas de Àgata (Laia Alabar, Alba Ros, Laura Rius y Marta Verhayen, 2015), que de alguna forma puede considerarse conectada con esta.

Lara Izagirre (Amorebieta-Echano, Vizcaya, 1985)
Otro de los debús más interesantes de los últimos años en el cine español es Un otoño sin Berlín (2015), el largometraje con el que se dieron a conocer la directora vizcaína Lara Izagirre y su protagonista, Irene Escolar, que ese año ganó el Goya a la Mejor Actriz Revelación. Es una película inteligente, con dos personajes principales complejos (encarnados por Escolar y por Tamar Navas) y bien trazados, y de nuevo con la composición de un retrato generacional en muchos planos (laboral, sentimental…) que la hace muy representativa de esta aportación que las jóvenes cineastas están haciendo a la renovación de la cinematografía nacional.
Formada en la Universidad del País Vasco y en la prestigiosa New York Film Academy, Izagirre había rodado antes varios cortos y el mediometraje documental Next Stop: Greenland (2012).

Marta Díaz de Lope (Ronda, Málaga, 1988)
La Escola de Cinema i Audiovisual de Catalunya (ESCAC) está siendo en estos años una cantera fecunda de nuevas cineastas. Como otras de las compañeras que aparecen en esta lista, la malagueña Marta Díaz de Lope se formó también allí y gracias a la propia ESCAC (y al apoyo de las productoras andaluzas La Zanfoña y Sacromonte Films) ha podido rodar su primer largo, Mi querida cofradía, estrenado  en 2018.
Su acierto en un género tan difícil como  la comedia costumbrista sustenta esta primera película en la que, como en la obra anterior de Díaz de Lope (los multipremiados cortometrajes Y otro año, perdices y Los pestiños de mamá, especialmente) ocupa un papel muy importante la puesta en valor de la sororidad y el empoderamiento femenino.


Meritxell Colell (Barcelona, 1983)
En un registro muy diferente, la barcelonesa Meritxell Colell también debutó en 2018 con el largometraje Con el viento, pequeña historia pausada, silenciosa y profunda, en la que los personajes femeninos también llevan el peso, a partir de un desencadenante, la muerte del padre, que trastocará sus vidas. La sutileza en el retrato de personajes y la incorporación del paisaje (la naturaleza y la casa) como un elemento de gran hondura significativa convierte a la película en una de las obras más brillantes que el cine español ha ofrecido últimamente sobre dos de sus temas clásicos: la familia y la memoria.
Colell, formada entre Barcelona y Buenos Aires, ha mantenido en toda su obra un vínculo más o menos directo con la no ficción, algo que deja su huella en Con el viento.  Prepara ahora un segundo largometraje que se titulará Cartas transoceánicas y que estará compuesto por una correspondencia filmada entre sus dos ciudades de referencia, Barcelona y Buenos Aires, con la directora Lucía Vassallo.


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