“Cuando estoy haciendo cine, todo es intuición”. Entrevistamos a Gonzalo García Pelayo, que presenta en el Festival de Sevilla las dos primeras obras de ‘El año de las 7 películas’: ‘Ainur’ y ‘Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo’

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11 Nov 2021
Miguel Ángel Parra
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Parte de su vida inspiró el filme The Pelayos (Eduard Cortés), pero para contar la historia completa de Gonzalo García Pelayo harían falta, como mínimo, siete películas, las mismas que él se ha empeñado en rodar en sólo un año. El que sea posiblemente uno de los personajes más polifacéticos y poliédricos del panorama cultural español de los últimos 50 años, vive inmerso en El año de las 7 películas, y la muestra de su incontinencia creativa es que el proyecto va por la mitad y ya ha pasado a llamarse El año de las 7+1 películas.

De la mano del productor Gervasio Iglesias (La Zanfoña Producciones), García Pelayo y su equipo están recorriendo medio mundo para contar ocho historias con el personal sello del reconocido gurú del cine underground. Ocho cintas, “baratas y de unos 70-75 minutos de duración”, según sus propias palabras, a las que hay que añadir sus respectivos making of, más otro ‘así se hizo’ de la serie completa con material inédito. En total, 17 películas en 12 meses. ¿Quién da más?

Las dos primeras cintas de esta singular serie, Dejen de prohibir que no alcanzo a desobedecer todo y Ainur (y sus respectivos ‘making of’), se estrenan en esta edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde el año pasado García Pelayo ya se hizo con el premio Las Nuevas Olas No Ficción con la película ‘Nueve Sevillas’, que llega a las salas el próximo 19 de noviembre.

Por definición, es muy difícil sacar adelante una película. Más en el año de la pandemia. Y usted se lanza a un proyecto para rodar 7 películas en un año. ¿Por qué? 

Todo nace por un doble vacío surgido por la pandemia y por una ruptura sentimental. Me pregunté ‘¿qué hago?’, porque ya tengo 74 años, y pensé en todas las películas que me gustaría hacer, y me salieron seis. Llegué a un acuerdo con el mejor productor de España, que es Gervasio Iglesias, responsable de grandes éxitos del cine español y con varios premios Goya, y decidimos hacerla una detrás de otra, pero cada una en su momento exacto. Por ejemplo, en Kazajistán sólo se puede rodar en verano. En Sevilla, rodaremos en Semana Santa… A Gervasio le apasionó el proyecto. Estaba cansado del sistema clásico y esto le daba mucha libertad y le apetecía mucho. 

¿En qué fase de producción se encuentra cada una de las películas?

A finales de abril de este año, rodamos la primera, ‘Dejen de prohibir…’, en verano, la segunda, Ainur, que son las que se van a ver en el SEFF. Ya hemos rodado otras dos, a caballo entre España y Portugal: Alma quebrada, que está en fase de montaje, y Así se rodó Carne Quebrada, que vamos a empezar a montar ahora, y que sería la ‘+1’, porque es una película para que la que yo ya tenía productor y que se ha añadido al proyecto. En los próximos seis meses vamos a rodar las que quedan, prácticamente, una al mes A finales de noviembre empezamos a rodar en Argentina una historia cuyos personajes me enamoraron: Isabel Sarlí, un mito erótico en toda Latinoamérica, y su marido, el cineasta Armando Bó. Luego rodaremos otra en la India, otra durante el Festival de Jerez, que en principio se llamará Siete jereces y otra en Semana Santa en Sevilla.

La gran pregunta es: ¿cómo va a hacer todo esto en tan poco tiempo?

Yo ruedo muy rápido y muy barato, y tenía que sacarle provecho a esto. No hay guión en ninguna de las 7 películas. Tengo un lugar y la idea de los personajes, y con eso trabajamos. Tardamos entre 9 y 10 días en rodar cada película. El equipo técnico siempre es el mismo, salvo leves cambios, y el artístico sí varía, obviamente, aunque también me gusta repetir actores para darle algo de coherencia al proyecto. Pero estas películas costarán entre todas lo mismo que una película española normalita.

¿Cuánto de suerte y cuánto de intuición se necesita para trabajar así?

De intuición, todo. Es una norma en el cine que yo hago. Cuando me he dedicado al juego o a las criptomonedas, ahí no hay nada de intuición. No hay corazonadas, pero cuando estoy haciendo cine, todo es intuición. Soy como otra persona. Mis películas son ensayos de pensamiento y poéticos, más que narrativa. Obviamente, también tiene que haber suerte, pero estas películas son cortas, unos 75 minutos, y se rueda sólo un poco más. Con este tipo de cine, cualquier problema que haya (un plano que no se graba, un fallo de luz…) se puede arreglar de forma exterior. Cualquier problema en la narración, lo soluciono con algo de fuera: una cartela, una voz en off… Hay que tener mucha cintura. Lo que se pierde, no va, y se cuenta de otra manera. Yo no repito nada.

¿Cuánto queda abierto a la improvisación en este macroproyecto?

Todo. Lo que más hay es improvisación… Los actores improvisan, están abiertos a lo que está por venir, ya que no hay guión. Tienen una idea del personaje y la historia, pero no tienen un texto. Por eso, al terminar, les agradezco mucho a los actores que rueden así, por la confianza que me dan.

En Dejen de prohibir… se adentra en el runrún que bulle en los corralones de la Plaza del Pelícano, nuevo epicentro del underground sevillano. ¿Se puede decir que en Sevilla hay underground para rato?

Sí, aunque con matices, porque ya no tiene que ser tan underground, ya no tiene que estar tan bajo tierra, como si fueran las catacumbas de los romanos. Hay gente que sigue estando al margen, pero que forman parte de la ciudad de Sevilla. Yo siempre saco la Giralda, porque es una parte de Sevilla. Pues igual con esto. Lo que ocurre ahora es que hay mucha diversidad étnica.

En Dejen de prohibir… se dice que uno no elige el arte, sino que es el arte el que te elige. ¿También pasa con el cine? ¿El cine lo eligió a usted?

Eso lo dice La Chocolata y fue totalmente improvisado. Yo normalmente cierro con algo que se dice en la película y en Dejen de prohibir…, cierro con eso. Efectivamente, esto es lo que me ha pasado a mí con el cine. El cine me eligió a mí. Cuando vi El séptimo sello, de Ingmar Bergman, dije: ‘Yo ya no quiero ser ingeniero, sino director de cine’. 

Va a rodar 7 películas en un año y uno pensaría en proyectos baratos. Pero va usted y rueda en Kazajistán, Argentina o la India… ¿Por qué?

Porque son países baratos. Y yo adoro los países baratos. La India es tres veces más barato que España, por lo que tu dinero y tu capacidad económica se multiplican por tres. Los vuelos son más caros, pero ahorras por otro lado. Para que te hagas una idea, la película de Argentina es más barata que algunas de las que vamos a rodar en España.

¿Por qué eligió Kazajistán, en concreto, para su segunda película, Ainur?

Viajé a Kazajistán en marzo para conocer a gente que está desarrollando un sistema que da licencias para operar con criptomonedas, que es en lo que estoy metido ahora. Estuve tres días y hacía mucho frío, 8 grados bajo cero, pero me quedé fascinado. Vi a mujeres que me parecían de otro planeta, asiáticas, pero con la piel muy blanca. Había visitado Asia, pero era la primera vez en mi vida que viajaba a Asia Central, y me pareció otro planeta. Su capital, Nursultán, me fascinó. Un mes después pensé las películas que quería hacer y vi claro que tenía que rodar una allí. Ainur invita al espectador a reflexionar sobre el futuro y sobre el impacto que causa una ciudad completamente nueva, y sus gentes, en el visitante. Hay una parte documental en todas las películas que les da valor y el choque con la ciudad le da a la película un carácter de espíritu ficción.

Ya sea en la Plaza del Pelícano de Sevilla o en Nursultán, y 45 años después de su primera película, usted sigue hablando del amor y del arte…

Precisamente, la sorpresa que te llevas en sitios tan extraños para nosotros como ésos es la confirmación de que son exactamente iguales que nosotros, y esto rompe idea de racismo. Las mujeres de Kazajistán tienen una expresividad distinta, lo pude ver en el casting que les hicimos a las actrices de allí. Tienen su parte diferente, pero en lo fundamental todos somos absolutamente iguales.

¿Hay un nexo en común entre todas las películas de la serie?

En todas ellas hay un leit motiv: las localizaciones, que tienen tanta importancia o más que lo demás. Llegas y te preguntas: ‘¿cómo es que nadie ha rodado aquí antes?’. Hay sitios en los que siento que me expando. Como en Argentina, por eso vuelvo a rodar a lugares que me han marcado.

¿Se ha topado este proyecto con los molinos de viento de la industria?

Todo en este proyecto está dentro de los parámetros de la industria. Otras películas mías estaban más fuera del sistema. Este proyecto es lo más ‘underground’ que podemos dentro del esquema convencional y aprovechando los avances técnicos, porque se ha comprado material, cámaras, etc, que han rebajado los costes. 

Con las ocho películas y los nueve largos documentales podría llenar la cartelera de unos multicines… ¿Tienen cabida todos esos proyectos en el cine en tan poco tiempo?

Todas estas películas las iremos presentando en distintos certámenes. Será difícil estrenar las 7 en salas, pero la idea es que estén todas juntas bajo una misma pestaña en una plataforma. Tendremos una web en la que estén todas, pero a Gervasio le gustaría que fueran a Filmin. Y todas irían con su making of. Porque, a veces, me gustan tanto como las propias películas. El viaje de la película es, en sí, otra película. Estos making of los va a hacer Carlos Escolano y son una parte muy importante del proyecto.

De todas las cosas que usted ha hecho (director de cine, productor musical, empresario, editor, inversor, apoderado taurino…). ¿Cuál es la que más le define? 

Lo más mío es el cine. Es la carrera en la que he tenido más notoriedad y más tarde. El cine es lo que más refleja lo que yo soy. 

Rodó 5 películas entre 1976 y 1982. Estuvo 30 años sin hacer cine y ahora parece que le han entrado las prisas. Otras 8 cintas entre 2012 y 2016 y ahora 8 en un año. Casi se diría que dirige usted por arrebatos o impulsos…

Sí, de algún modo, estoy recuperando el tiempo perdido. Cuando acabe este proyecto, habré hecho unas 22 o 23 películas en total, más de 30 si incluimos los making of.

¿Por qué estuvo tanto tiempo sin dirigir? 

Al cine no le interesaba yo, mi figura. Ni al público, ni a los críticos, ni a nadie. Hubo un momento en que iban a darme un premio y, al parecer, Pilar Miró dijo que no me lo dieran. Mucha gente me quitó la ilusión y, como me iba bien en la música y luego en el juego, seguí por ahí y lo dejé.

¿Y por qué volvió? ¿Siente que, de alguna manera, se le rescató como cineasta?

Yo vuelvo al cine porque en 2012, el crítico Álvaro Arroba incluye una de mis películas, Vivir en Sevilla, en su ranking de las 10 mejores de la historia del cine a petición de la revista Sight&Sound. Éste fue mi momento cumbre. Fue como resucitar. Yo no creía que mi actividad en el cine tuviera ninguna repercusión. Esto generó empatías en otros grupos de críticos y otras personas. La culpa de mi vuelta fue ésa. Ahí decido que tengo que seguir haciendo cine. Y un año después, rodé Alegrías de Cádiz. De estar totalmente olvidado, paso a estar en primera fila. Fue una alegría muy grande. Luego vinieron los ciclos en Viena, en Sevilla, en París, en Lisboa… Esto me devolvió las ganas. Si no, no vuelvo. Las siguientes películas tuvieron una acogida aceptable en la crítica.

¿Qué relación ha mantenido con el cine a lo largo de su vida?

Hay una frase clave en toda mi vida. Está en la película Pickpocket, de Robert Bresson: ‘Qué extraño camino he tenido que tomar para llegar hasta aquí’. Suena casi a San Juan de la Cruz, es casi mística. Pues esto es lo que me ha pasado a mí.


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