Sobrada de ambición para su primer largometraje en calidad de directora (y co-guionista), Violeta Salama se embarca en el reto de acercarnos a uno de los puntos más calientes de nuestra geografía, esto sí, para tender puentes donde otros prefieren levantar barreras.
Alegría es una película que puede leerse en clave de alegato de la construcción de la identidad (propia y colectiva) a partir del diálogo con las raíces de una misma, pero también con las de las demás. Y así dialogamos con el alma mater de este proyecto.
¿Hasta qué punto se puede considerar a Alegría como una película autobiográfica?
Lo es porque en ella ciertamente quiero transmitir cierta atmósfera de mi infancia. Los hechos que describo en la película (esta boda, estas catarsis colectiva…) no me sucedieron a mí, ni tampoco se dieron en mi familia, sino que son una mezcla de pequeñas historias que sobrevolaron mi entorno en mi juventud. De hecho, cuando algunos de mis familiares vieron la película, en ocasiones se quedaron algo desconcertados, pues identificaban ciertos momentos, pero no acababan de ubicarlos. Al fin y al cabo, cada uno gestiona su imaginario de manera muy personal. Esto es lo que he hecho con Alegría. En cualquier caso, me alegro de que mis relativos melillenses hayan reconocido la película como una especie de homenaje a Melilla; a una época anterior a la valla, que ahora nos parece muy lejana.
Precisamente, es obvio que la ciudad de Melilla juega un papel capital en la historia. Háblanos de tu relación con el lugar. ¿Crees que los cambios que ha experimentado son sintomáticos del punto en el que se encuentra España, Europa, o directamente el mundo occidental?
Viviendo en Melilla, siempre hemos estado muy instalados en pequeñas comunidades de convivencia entre distintas culturas y religiones. Esto es algo que desgraciadamente cada vez se da menos en el mundo. A lo largo de los últimos años, hemos visto cómo este marco de convivencia desaparecía en el Líbano, en Siria, en Israel, también, donde la sociedad parece abocada a una escalada de tensión infinita. En la relación que mantiene España con Marruecos está sucediendo lo mismo.
¿Crees quizás que estamos yendo a peor?
Ahora nos damos cuenta de que estos escenarios de unión entre pueblos están reculando. En este sentido, me considero afortunada de haber vivido este ambiente de convivencia, sobre todo en las décadas de los 80 y los 90, no solo en Melilla, sino también en Israel. Estoy pensando en la época de los kibutz, que es algo que quería reflejar en la película, en parte porque, como decía, ya es algo que ya no existe. Hay en Alegría una firme voluntad de revivir estas convivencias para que de algún modo vuelvan a calar en el imaginario colectivo.
¿Crees que las pulsiones femeninas, tan importantes en tu película, son fundamentales para llegar (o volver) ahí?
En el mundo femenino hay algo que creo que nos acerca a esta meta; creo que las mujeres conocemos mejor el mundo de las emociones, y esto al fin y al cabo es lo que nos acerca a los demás. Pienso en lo que implica el personaje central de esta historia, Alegría, una mujer de carácter y maneras muy masculinas… que no alcanza el equilibrio hasta que no se reconcilia con su parte más femenina. En mi caso, recuerdo que mi primera visita a Israel estuvo muy marcada por la revelación de ver a mujeres israelíes y palestinas trabajando juntas para alcanzar los mismos objetivos, esto es algo que me impactó muy positivamente.
¿Y la maternidad?
A lo mejor la maternidad (que es otro de los temas explorados en Alegría) tiene algo que ver: pienso que cuando eres madre, el bienestar de tus hijos es tan fundamental, que todo lo demás pasa a un segundo plano. Volviendo a Israel, siento que a nivel internacional, estos casos de cooperación no trascienden demasiado; en parte por esto hago cine, para dirigir la mirada hacia los lugares y las personas que creo que nos ayudarán a construir un mundo mejor.
¿Dirías que nuestras raíces definen nuestra identidad?
Desde luego tienen un peso específico, a la hora de definir quiénes somos. Pero también pienso que tienen la importancia que nosotros queramos darles. Yo vengo de una familia judía, y por ejemplo, tengo muchos primos que nunca han mostrado interés por su religión, y que cuando vieron la película, no paraban de preguntarme de dónde demonios había sacado todas estas historias [ríe]… a lo cual les respondía que todo esto había estado siempre en casa de nuestra abuela, que no teníamos más que indagar allí.
¿Y cada uno eligió su camino?
Todos partíamos de la misma herencia, pero cada uno eligió darle un peso distinto. A lo mejor yo tomé este camino precisamente por la relación que tuve con mi abuela, una mujer muy religiosa, que vivía esta simbología y estas festividades religiosas con gran pasión, con tanta, que a mí se me pegaba: yo disfrutaba ya solo viéndola a ella. Mi curiosidad hacia el judaísmo y hacia Israel nacen con ella. En esto último, siempre he tenido una relación de conflicto (entre la admiración y la crítica), y en parte por esto hice la película, para enfrentarme a ello y tratar de poner las ideas en orden, aunque esto implicara contradecirme a mí misma.
La cabeza de cartel de Alegría recae evidentemente en la encargada de dar vida a la protagonista, una Cecilia Suárez que ahora mismo goza de una gran popularidad. ¿Cómo fue trabajar con ella?
Debo decir que no adquirí total conciencia de su popularidad hasta que no llegó el momento de presentar la película en México [ríe]. Yo la conocí en su casa, en un ambiente evidentemente muy familiar, antes incluso de haber visto cualquier trabajo suyo. Ya en este primer contacto que tuve con ella, que repito que se produjo en circunstancias de mucha proximidad, quedé prendada de la alegría que emanaba.
¿Se había mudado ya a España?
Era una mujer que se acababa de mudar de México con su hijo, que estaba dispuesta a empezar casi de cero, cuando allí ya lo tenía prácticamente todo conquistado. Era una estrella que no obstante se relacionaba con los demás de manera muy humana. Esto me pareció que hablaba muy bien de una valentía y de una proximidad que sabía que iban a definir mi personaje central. Además, la sintonía que mostró ella con el guion fue total. Entendió todos los matices que proponía y pedía el texto, y a partir de aquí, construyó una complicidad y una comprensión muy fuertes, no solo con Alegría, sino también conmigo misma. Para mí ha sido una aliada total.
¿Con qué te quedas respecto al paso de Alegría por festivales como Sevilla o Guadalajara, y cómo esperas que vaya a ser la recepción de la película ahora que llega a nuestras salas?
La experiencia en México fue increíble. Ahí fue la primera vez donde la película pasó la prueba del público. Tengo que decir que la afronté con mucho miedo, por las circunstancias de la pandemia, por las prisas con que habíamos tenido que terminar ese primer corte… pero por suerte, la recepción fue magnífica, tanto por parte de la prensa como por parte del público. Me sentí muy acogida, y esto es algo que siempre voy a agradecer.
¿Y en Sevilla?
El paso por Sevilla también fue maravilloso, allí por fin se pudo reunir prácticamente todo el equipo, además en un escenario tan bonito como el Teatro Lope de Vega. Me gustó mucho el contacto con el público, disfruté mucho con los coloquios, había mucha gente que sabía perfectamente de qué temas estábamos hablando en la película, y en todo momento siento que todo el mundo nos mostró su apoyo. En este intenso recorrido festivalero que hemos tenido, me ha hecho también especial ilusión la mención especial que hemos recibido en el Festival de Cine Judío de Jerusalén. El balance, en este sentido, es muy positivo, así que ahora solo queda disfrutar del momento, y por supuesto confiar en que la película llegue a cuanta más gente mejor.