A pocos meses del centenario de su nacimiento, la Filmoteca Albéniz de Málaga rinde homenaje a Rita Hayworth con la proyección de ‘Solo los ángeles tienen alas’.

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23 May 2019
Juan Antonio Bermúdez
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En la biografía de Margarita Carmen Cansino (1918-1987) se concentran muchos de los accidentes de esa montaña rusa que llamamos glamour: la explotación adulta de su talento infantil; los abusos sexuales vividos en silencio, muchas décadas antes de la liberación del #MeToo; la esclavitud del perfeccionismo físico; los sucesivos descarrilamientos de su vida sentimental, balizada por cinco convulsos matrimonios, y un triste final vinculado con el alzhéimer prematuro que empezó a sufrir cuando apenas había cumplido cincuenta años. Es el perfil feo de la bellísima Rita Hayworth, una de las mayores estrellas del Hollywood clásico, icono sexual y sexualizado de ondulada melena pelirroja que siempre recordaremos en blanco y negro, a punto de desnudar su antebrazo derecho del guante más famoso de la historia.

Su padre, Eduardo Cansino, había nacido en 1895 en Castilleja de la Cuesta, localidad a seis kilómetros de Sevilla, famosa por sus tortas de aceite, fabricadas por los antepasados de la actriz, de origen sefardí y emparentados con el escritor Rafael Cansinos Assens.

Eduardo era el séptimo de los nueve hijos de un bailaor flamenco. También bailaba y llegó a Estados Unidos con apenas veinte años para buscar la fortuna de los escenarios de Nueva York. Formó pareja artística primero con su hermana, Elisa, y más tarde con su mujer, la corista Volga Hayworth, con la que tendría tres hijos. La mayor vino al mundo en Brooklyn y fue bautizada como Margarita Carmen Cansino.

Con apenas 13 años, la mala situación económica de la familia obligó a Margarita a dejar los estudios y comenzar a bailar, formando un dúo con su padre (se anunciaban en los carteles como “Cansinos Dancing”). Años después, muchas biografías bien documentadas han ido revelando los malos tratos y los tropelías sexuales que el propio Eduardo le infligió a su hija en la adolescencia.

Rita Hayworth en 'Sangre y arena'

Rita Hayworth en ‘Sangre y arena’

Parece ser que Winfield Sheehan, ejecutivo de la Fox, fue el primero que descubrió a Margarita en uno de los locales neoyorquinos nocturnos en los que actuaba. Y poco después su primer marido, Edward C. Judson, consiguió que le hicieran una prueba en la Columbia, productora que le abrió las puertas de Hollywood.

Pero no fue tan fácil. Antes, tuvo que seguir una estricta dieta que acentuara sus curvas y se tuvo que someter a un doloroso tratamiento de electrólisis que perfiló en su frente las raíces de su cabello (le nacía demasiado bajo, según los asesores de imagen; la fotografía de portada muestra cómo era la actriz aproximadamente a los 18 años, antes de someterse a este tratamiento). Y por supuesto también tuvo que sacrificar el rastro hispano de su nombre, quedándose con el diminutivo Rita y el apellido materno, Hayworth.

Tras algunas apariciones muy pequeñas, su primer papel importante le llegó con apenas 21 años, en 1939, en Solo los ángeles tienen alas, de Howard Hawks, considerado el gran clásico del cine de aviación, con Cary Grant, Jean Arthur, Thomas Mitchell y Richard Barthelmess como compañeros de reparto.

Trabajaría de forma ocasional para la 20th Century Fox en la superproducción Sangre y arena (Rouben Mamoullian, 1940), donde el teñido rojizo de su larga melena lució en todo el esplendor del technicolor, presentándola ya como una sex symbol. Pero Hayworth se convertiría en pocos años en el principal valor de la Columbia, en la imagen de marca que garantizaba el éxito de cualquier estreno. Sobre todo a partir de Gilda (Charles Vidor, 1946).

Rita Hayworth en 'Gilda'

Rita Hayworth en ‘Gilda’

La icónica sexualidad de Gilda trascendió su carrera cinematográfica. La estigmatizó. Es famosa una frase suya en la que decía: “Todos los hombres que he conocido se van a la cama con Gilda y se levantan conmigo”. La mitomanía llegó tan lejos que bautizaron con el nombre de Gilda una de las bombas atómicas que el gobierno de Estados Unidos lanzó en un polémico ensayo nuclear en el atolón Bikini, en el Pacífico, en el verano de 1946. Un retrato de la actriz iba pegado en la cubierta de la bomba, algo que desagradó profundamente a Hayworth, declarada pacifista.

La dislocación entre el personaje y la persona terminaría de rasgar su vida sentimental, en la que se fueron sucediendo los amores destructivos y las situaciones de acoso, como la que sufrió por parte del productor Harry Cohn, fundador de la Columbia, al que Hayworth se animaría a denunciar años después.

De los tormentosos recuerdos de sus cinco matrimonios (con el empresario Edward C. Judson, con el cineasta Orson Welles, con el príncipe y embajador Alí Khan, con el cantante Dick Haymes y con el productor James Hill), ella siempre salvó los que le unieron a Orson Welles, del que siguió considerándose amiga hasta el final. Con él tuvo una hija, Rebeca (1944-2000). Y con Alí Khan su segunda descendiente, Yasmine, con quien convivió en la fase final de su vida.

Poco después de Gilda, rodó otra de las películas más importantes de su carrera, La dama de Shangai (1947), dirigida por Orson Welles en plena crisis del matrimonio. Su melena brilló más que nunca en esa película, teñida de rubia platino y convertida en la femme fatalle por antonomasia. Pero el público no acogió bien esta cinta, aunque con el tiempo se ha convertido en un título de culto.

Orson Welles y Rita Hayworth en 'La dama de Shangai'

Orson Welles y Rita Hayworth en ‘La dama de Shangai’

Y después rodaría muchos otros títulos. Por citar solo algunos de los más destacados: Los amores de Carmen (Charles Cukor, 1948, en la que da vida a la mítica cigarrera sevillana), Salomé (William Dieterle, 1953), Mesas separadas (Delbert Mann, 1958) o El fabuloso mundo del circo (Henry Hathaway, 1964). Precisamente esta última película le daría el mayor premio de su carrera, el Globo de Oro. Sorprendentemente, nunca estuvo nominada al Oscar.

Pero ya a mediados de los años 60 su carrera empezaría a declinar. Su último trabajo para la gran pantalla fue La ira de Dios (Ralpfh Nelson, 1972). Cuando ella empezó a mostrar sus primeros síntomas de padecer Alzhéimer, el diagnóstico de esta enfermedad en pacientes relativamente jóvenes aún no era demasiado preciso y algunos rumores apuntaron durante un tiempo a que sus fallos de memoria se debían al alcoholismo, en un colofón aún más cruel si cabe para la imagen pública de una estrella que se estaba apagando.

A pesar de todo lo malo que tuvo que vivir, nos quedamos con todo lo bueno que dejó en el cine.

*A pocos meses de que se haya cumplido el primer centenario de su nacimiento, la Filmoteca Albéniz de Málaga programa este viernes 24 de mayo de 2019 un pase especial de Solo los ángeles tienen alas, primera aparición importante de Rita Hayworth en la gran pantalla.


Un comentario sobre “De Margarita a Rita, pasando por el infierno

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