En tiempos de elecciones y de pactos políticos, una serie como ‘The Good Fight’ resulta imprescindible como análisis de una sociedad cambiante y loca. Uno de los mejores spin-off que se han hecho hasta la fecha y una sátira surrealista dirigida a los gobiernos totalitarios que no nos dejan vislumbrar un futuro progresista.

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24 May 2019
Esther Lopera
the nest

Cuando las cabezas pensantes de las productoras nos lanzan un spin-off de alguna serie que amamos, los fans empezamos a temblar. Por suerte, el spin-off de The good wife, creada por Robert y Michelle King y bautizada como The good fight, es un buen ejemplo sobre cómo explotar bien a la gallina de los huevos de oro.

Con solo tres temporadas ha conseguido que nos olvidemos de su antecesora, tejiendo un guion valiente que pone en entredicho los valores de la ley norteamericana y que deja al gobierno de Donald Trump en pañales. En tiempos de pactos electorales y elecciones, esta serie se planta como un ejemplo a seguir por su astucia en retratar una sociedad convulsa en tiempos cambiantes.

Su guion pone en entredicho los valores de la ley norteamericana y deja al gobierno de Donald Trump en pañales

Para aquellos que no disfrutaron de las mieles de The good wife, recordaremos que fueron siete temporadas y 22 capítulos, emitidos entre 2009 y 2016 en la CBS, que repasaban el día a día de un bufete de abogados y seguían el rastro de Alicia Florrick, interpretada por la gran Julianna Margulies. Alicia es una abogada que vuelve a ejercer, tras un escándalo de corrupción protagonizado por su infiel marido.

Con un ritmo rápido, los capítulos mostraban una maraña de disputas entre fiscales y abogados, así como los puñales que se iban clavando entre ellos y sus culebrones extramatrimoniales. Toda una proeza que se ha ganado el título de culto tanto por su elegancia en la puesta en escena como por las tramas que planteaba, sin cojear ni una temporada a pesar de su longevidad.

La sombra de Alicia Florrick

The good fight coge el relevo tras la marcha de Alicia del buffet y presenta como protagonista a Christine Baranski, la elegante abogada rubia que interpretaba a Diane Lockhart en la original. Diane era el segundo personaje más amado de la serie (con permiso de Will Gardner, por supuesto), una puretilla con carácter que viste de Prada.

La nueva versión de la serie también recupera a la bella Cush Jumbo, en el papel de Lucca Quinn; y a Shara Steele como Marisa Gold, además de un montón de jueces, clientes y secundarios que reconoceremos en seguida y que nos harán esbozar una media sonrisa cómplice con los King, artífices de las dos series.

Los creadores lo tenían difícil: superar una producción amada por el público que había sido premiada en varias ocasiones, sin perder la esencia. La sombra de Alicia Florrick era alargada y Diane debía eclipsarla en los primeros capítulos, pues el fan es muy duro con un spin-off y es más purista que el papa cuando nos tocan a nuestras vacas sagradas.

The Good Fight presenta desde la primera temporada un escenario desolador, protagonizado por el ascenso al poder de Donald Trump. Se muestra crítica con el gobierno del republicano desde el principio, una posición que se retrata a través del arco del personaje de Diane. Nuestra rubia, que siempre había liderado su propio buffet, empieza con ganas la primera temporada entrando en una firma afroamericana, donde ha de lidiar con las diferencias raciales de algunos de los socios.

La protagonista Se muestra crítica con el gobierno del republicano desde el principio

El nuevo buffet presenta a personajes fuertes: Delroy Lindo como Adrian Boseman, Aura McDonad como Liz Reddick-Laurence y a la bella Rose Leslie como Maia Rindell, quien entrará en escena como la protegida de Diane. El equipo afroamericano está posicionado como líder en la defensa de los derechos de la comunidad negra, gracias a sus casos de maltratos policiales a detenidos, de diferencias salariales entre trabajadores, o incluso de abusos sexuales relacionados con la iglesia.

Pero también surgen problemas que se vuelven en su contra, como el uso del racismo como arma de doble filo en el juzgado. Los casos se muestran siempre desde una posición crítica en ambos lados, excepto cuando se habla del gobierno de los EEUU. Cuando eso ocurre, el látigo es duro y el ataque mordaz. Y aquí es donde la serie sube de nivel.

Lluvia dorada

Diane se pasa la segunda temporada enterita deprimida y abandonada a los encantos del éxtasis, el único antídoto que parece encontrar para soportar la realidad que se le presenta. Le destrozan cuestiones políticas de la actualidad ampliamente debatidas en todo el mundo, como los asuntos migratorios; la autocensura de algunos estamentos; la crueldad de la administración de Trump; los muros de separación terrenal; la posesión de armas o la actitud del presidente con los rusos.

De hecho, para explicar este último punto, en uno de los mejores capítulos destapan el gran escándalo del magnate: el caso de la “lluvia dorada”, en el que un informe ruso muestra un vídeo donde vemos al presidente de los EEUU poniéndose fino en un hotel con cinco prostitutas rusas, enfundado en un albornoz. Los guionistas no se detienen aquí e incluso tienen la osadía de introducir a una actriz, que interpreta a la mismísima Melania y que intenta recuperar el vídeo de las garras del buffet de abogados Reddick and Boseman.

 

Apuntando y disparando al corazón del totalitarismo de un gobierno radical de derechas, la serie consigue sacar los colores a sus líderes.

Apuntando y disparando al corazón del totalitarismo de un gobierno radical de derechas, la serie consigue sacar los colores a sus líderes

En varios de los capítulos más hilarantes, la protagonista cree ver al presidente en las noticias, jugando con un cerdo, en lo que se nos presenta como una bonita alegoría metafórica del sistema político y de la figura del gobernador. Diane ríe desconsoladamente al visualizar la escena, sin ser consciente que está alucinando. La cordura versus la locura. El derecho versus el poder.

Un retrato punzante de la política

Las dos primeras temporadas son fuertes, pero la tercera es ejemplar abarcando el espinoso debate de la manipulación de la comunicación, a través de las redes sociales y de los medios. Esta máxima se analiza, por ejemplo, con las “fake news”, aquellas noticias falsas que se hacen reales gracias a las redes, tema que se trata con extremo rigor, situando este fenómeno como una herramienta para combatir el poder.

En los capítulos más hilarantes, la protagonista cree ver al presidente en las noticias, jugando con un cerdo

Lo mismo ocurre con la manipulación de los datos electorales a través de los sistemas de recuento de votos, una cuestión que abordan desde la ética profesional de la pobre Diane, decidida a derrotar al poder aunque no sea desde la legalidad.

Esta última temporada va in crescendo con la introducción de personajes como Roland Blund, protagonizado por el camaleónico Michael Sheen, quien muestra la extravagancia y el exceso que mina la sociedad; y finaliza planteando una metáfora no exenta de surrealismo entre el fin del mundo y la conspiración contra el gobierno de Trump.

Para retratar los diferentes temas de la actualidad norteamericana, los guionistas acompañan sus relatos con divertidos y punzantes cortos de animación que realiza Steve Angel y que explican con sencillas canciones pop los complejos entramados de la política y funcionan como engranaje del guion.

Son piezas simpáticas que se incluyen en cada capítulo para aclarar los conceptos más complejos de la historia americana, porque tal y como escribe la misma Diane para definir la figura de Trump: “Hay fuerza en la simplicidad”. Una genialidad que ha supuesto un reinvento en la narrativa de series. Por cierto, algunos de estos vídeos han sido censurados por la CBS.

Pablo Iglesias utilizaba como arma electoral una comparativa entre la historia de Juego de Tronos y la política española. Es momento de buscar nuevos referentes y renovar el discurso. Desgraciadamente, nuestra realidad no es tan lejana a lo que se refleja en el escenario de The good fight.

Cambiemos el personaje de Donald Trump por Santiago Abascal y pongámoslo en una olla a presión. El resultado es un plato caliente servido con todo su condimento. Ahora solo falta que algún realizador de la talla de Rodrigo Sorogoyen (El Reino, 2018) se atreva a cocinarlo. Y lo petamos.

 


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