La directora francosenegalesa Mati Diop (Atlantique) revalida su maestría con Dahomey, una inusual y refrescante visión de la descolonización que mezcla ficción y no ficción. Su Oso de Oro en Berlín confirma que la renovación estilística y narrativa del cine internacional llegará desde las desacomplejadas cinematografías africanas

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26 Feb 2024
Alejandro Ávila
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La renovación del cine contemporáneo vendrá de África, igual que hace unas décadas llegó desde Latinoamérica o Asia. Frescas ráfagas de viento que innovan sin prejuicio, que se atreven a hacer saltar por los aires estilos narrativos, marcos estilísticos y, en definitiva, corsés que alejan al cine  de su propia esencia curiosa, innovadora y atrevida, como en numerosas ocasiones ha defendido el especialista Javier H. Estrada.

Así lo ha demostrado Dahomey, la última obra de la brillante -y premiada- cineasta francosenegalesa Mati Diop, que acaba de triunfar con el Oso de Oro en la 74ª edición de la Berlinale. A Diop le basta poco más que una hora para demostrar que Atlantique, galardonada en Cannes, no fue una raya en el infinito océano cinematográfico mundial, sino el fruto de una brillante mente cinematográfica.

El valor divino

Con una destreza desarmante, la directora transforma un hecho histórico en un inteligente cuestionamiento de la descolonización: la devolución de (parte de) el tesoro real, en manos del Gobierno francés, a su país original, Benín. El botín recuperado incluye, entre sus piezas más preciadas, figuras antropomorfas dotadas de un valor divino y majestuoso.

Con una extraordinaria sutileza, Diop documenta el proceso completo: desde el delicado embalaje de las piezas hasta el acalorado debate de las juventudes del país africano, pasando por su fastuosa llegada a Benín o uno de sus puntos magistrales: la voz en off (de ultratumba) de una de las piezas divinas al regresar a la patria prometida. Diop emplea sin complejos todas las técnicas a su disposición para potenciar su mensaje descolonizador.

Sutileza y maestría

La cineasta trufa de sutilezas y maestría cada secuencia del proceso, dotando de un valor extraordinario la discusión de los ciudadanos y ciudadanas benineses, que argumentan y contrargumentan si la operación ha sido un éxito de la descolonización de su país o, por el contrario, una afortunada campaña de relaciones públicas de un Macron que apenas ha dejado las migajas de un legado. Una usurpación que, en definitiva, ha podado, hasta la fecha, las raíces culturales de la sociedad beninesa.

Especialmente brillante es la secuencia en la que un numeroso grupo de trabajadores patrios, de piel oscura, porta una de las pesadas cajas, mientras dos señores de piel blanca los guían, sin llevar el peso de la voluminosa carga.

Dos planos nos confirman que no es fruto de la casualidad y un tercero, en el que los dos blancos sustentan tímidamente la caja, nos confirman la profundidad metafórica con la que Diop construye este nuevo episodio de la descolonización, visto desde un punto de vista que no debería haber sido inédito: el de la sociedad expoliada.


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