Efthymia Zymvragaki, cineasta de origen griego afincada en España desde hace 20 años, podría convertirse en la gran revelación de la 26ª edición del festival.

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13 Mar 2023
Carlos Loureda
the nest

Efthymia Zymvragaki, psicóloga y cineasta griega afincada en Barcelona desde hace 20 años, en un momento de su ópera prima afirma que contar tu historia en otro idioma hace que se aleje de ti. De esta manera es “como si no sería yo quien la ha vivido”. El cine es como el otro idioma universal por excelencia. Siempre ha servido para experimentar vidas paralelas descontando sus efectos secundarios y daños colaterales.

Desde el confort de la butaca de patio puedes convertirte en heroína de peligrosas aventuras, sin arriesgarte a sufrir el mínimo rasguño. Disfrutar del más apasionado romance evitando los ronquidos posteriores. O acabar sangrientamente con tu jefe sin pasar por la casilla de prisión.

Hace unos años un compañero de la crítica afirmaba que el verdadero cine en el festival de Málaga se encontraba en la sección Documental. Salvo honrosas y contadas excepciones, la aseveración no puede ser más cierta. Ara la llum cau vertical (Ahora la luz cae vertical) confirma, otra vez, que nuestro cine de no ficción vuela por el encima del resto de la producción nacional.

Un cine que exprime las posibilidades del medio, juega con el metacine, abarca géneros diversos e hibrida diario personal y ficción dramatizada. Puede que Ara la llum cau vertical cumpla su función sanadora para la directora, pero para el espectador la experiencia no puede ser más inmersiva.

Esta historia de un maltratador, que tras escribir la novela de su vida contacta a Efthymia Zymvragaki para que realice una película, se pega a la piel del espectador. La intensidad del relato, los acontecimientos que se acumulan durante el rodaje y, sobre todo, la maestría de la directora para transformar la intención original del proyecto es algo mucho más personal, engancha de tal manera al público, que este tiene la sensación de presenciar tanto un angustioso thriller como un inmenso pedazo de dura realidad. Menos mal que la calma voz en off, tierna, pausada, sensible y sin rencor de la cineasta, dulcifica la crudeza del relato.

La habilidad de Efthymia Zymvragaki para establecer un dispositivo que expanda la narración es, simplemente, virtuosa. La presencia permanente de la actual pareja del protagonista (que recuerda los recurrentes personajes de testigos inocentes de las películas de Alfred Hitchcock), las secuencias de este hombre de pasado violento intentando explicar la psicología de su personaje a unos actores profesionales, que intentan comprender cómo deben actuar (nada alejadas de las técnicas de las películas de metacine en las que se desvelan las tripas de la ficción) o la confluencia de la relación personal de la directora con su padre (próximos a los dramas familiares de Ingmar Bergman) se suceden en una meditada y efectiva narración que finaliza en un grandioso tour de force. De las múltiples y agitadas imágenes en movimiento del presente, a una sola y única imagen, fija y anclada en un pasado, que tampoco fue mejor.

Una historia que habla de niñas que no pueden tocar la lira ni actuar en teatro ni abrir ventanas. Una ópera prima que roza la perfección.


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