Una Sección Oficial espectacular, que supera la veintena de títulos y que congrega a algunos de los nombres más importantes de la autoría mundial, luce como la mejor carta de presentación para un festival que se ha propuesto hacernos olvidar, a base de cine estimulante, las penurias de la pandemia del coronavirus

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5 Nov 2021
Víctor Esquirol
the nest

La normalidad, lo que ahora llamamos “la antigua normalidad”, ya está a tocar. Arranca.

la 18ª edición del Festival de Sevilla con un llamamiento a la presencialidad que ya vuelve a verse como un gesto de sensatez, y que sobre todo, invita a disfrutar con el (re-)descubrimiento de algunas de las joyas que están marcando y marcarán la cosecha autoral de 2021, el año en que el mundo, toquemos madera, empezó a recuperarse de la debacle coronavírica. Es algo que debe celebrarse, evidentemente, y si además esto puede hacerse en compañía de algunos de los títulos más brillantes de la temporada, pues entonces la alegría ya es absoluta.

Por ejemplo, ahí está la que perfectamente podría ser la mejor película de este curso. Ni más ni menos. Compitiendo por todos los premios posibles, incluso por el Mundial de Fútbol, volveremos a encontrarnos, después de su paso por Berlín, con Alexandre Koberidze quien nos traerá ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, título poético para un cuento fantástico en forma de largo (y a la vez efímero) paseo por las calles de la ciudad georgiana de Kutaisi.

Allí, el joven director va a invocar metamorfosis que intercederán en historias románticas, va a hacerse amigo de perros callejeros, va a adorar la divina figura de Leo Messi, va a reivindicar las bondades de “perder el tiempo” haciendo aquello que más nos gusta… y sobre todo, va a recordarnos por qué hay fantasías en las que nos gustaría quedarnos a vivir.

Las buenas noticias van a seguir desde una población igualmente extraña y exótica: Elche. Allí, es decir, en su ciudad natal, Chema García Ibarra rodó su primer largometraje, Espíritu sagrado, la que pasa por ser una de las propuestas más excitantes (por divertida, por misteriosa, por inquietante, por incómoda…) del año.

Se trata de una marciana amalgama de mitos, creencias, leyendas urbanas y otros pretextos para hacer “pongos”. Una combinación letal que resulta en un ejercicio de suspense que nos lleva a lo que algunos verán como los límites del humor, y otros como la entrada a esa irresistible dimensión desconocida: la ilicitana.

Ya que hablamos de “otros territorios”, debe señalarse que otro de los platos fuertes vendrá de Colombia, y estará firmado por el que sin lugar a dudas es uno de los mejores directores asiáticos en activo. Apichatpong Weerasethakul, asociándose con Tilda Swinton, concreta en Memoria uno de esos viajes (en este caso, sonoros) imposibles de olvidar. Una mujer se despierta en mitad de la noche a causa de un fuerte ruido cuya procedencia no puede determinar.

Con esto en mente (porque hay ciertos pensamientos que infectan cual parásitos), la protagonista de esta historia emprenderá una odisea alucinante que expandirá la percepción de unos sentidos que, de repente, se relacionarán con el mundo de manera distinta, descubriéndonos con ello un nuevo universo de imágenes y sonidos imposibles.

El italiano Michelangelo Frammartino va en busca de metas -inalcanzables- similares. Su nuevo trabajo se titula Il buco (es decir, “el hoyo”), y se concreta en una impresionante mezcla entre fantastique y cine documental que pretende, a través de un sostenido montaje en paralelo, llevarnos hacia lo desconocido.

Por una parte, seguiremos a una expedición de espeólogos que van a cartografiar uno de los últimos rincones de Italia que aún no han sido debidamente explorados; por otra, acompañaremos a un anciano campesino en los que parecen ser sus últimos días de vida. Sin voces en off o artificios que valgan, el cineasta milanés recupera (y aprovecha respetuosamente) los placeres olvidados de una observación que, en última instancia, nos acerca a la verdad sublime de una naturaleza que custodia las respuestas a las preguntas más importantes.

Mientras, podremos disfrutar de Nadav Lapid predicando en el desierto (israelí). Su Ahed’s Knee es el nuevo argumento para situar a dicho cineasta en la liga de los “elegidos”, pues una vez más, el hombre nos habla a través de un lenguaje que parece que se vaya inventando sobre la marcha. Llevado por los impulsos, por las rabias y por las pasiones del momento.

Siempre combativo, siempre enfrentado al mundo: puro instinto, puro arrojo que lleva a la cámara a trazar movimientos increíbles, a situarse en lugares ilógicos, a juntar imágenes que solo un animal podría emparentar… todo esto para reivindicar el cine como un canal de expresión libre; como un bastión de resistencia ante la barbarie y represión de nuestros tiempos.

Con actitud mucho más calmada, pero con la misma promesa de remover nuestra conciencia, aparecerá la británica Andrea Arnold, quien va a contravenir su propia trayectoria cinematográfica con Vaca, sorprendente documental observacional en el que vamos a acompañar al animal del título en un día a día revelador en sus aparentemente anodinas rutinas.

La cámara, casi siempre a la misma altura que la protagonista de esta no-historia, será el silente pero al mismo tiempo elocuente testigo de nuestra malsana relación con una naturaleza mal-domesticada, es decir, monstruosamente explotada. Una visión desesperanzada que bebe de una realidad incontestablemente palpable, y que de manera muy acertada, nos dejará con un mal cuerpo del que va a costar desprenderse.

Para encontrar la luz (a pesar de todo), nada mejor que reencontrarse con el maestro Nanni Moretti. En Tres pisos (Tre piani), el cineasta italiano abraza los mecanismos de la soap opera (lo que siempre se ha conocido como “culebrón”) para adaptar la novela homónima de Eshkol Nevo, suerte de “historia de una escalera”, vertebrada a partir del -estelar- reparto coral que la habita.

El veterano director, guionista, actor y productor se dedica a aglomerar dramas; a retratar esos conflictos en los que chocan las distintas generaciones… pero sobre todo se impregna de la luz que surge cuando estas son capaces de dejar atrás todo lo que les separa, y se juntan en la armoniosa celebración de aquellas alegrías que les unen.

Sin movernos del país transalpino, cabe celebrar también la vuelta de Jonas Carpignano, quien concreta en Para Chiara un cierre de lujo para su trilogía dedicada a los elementos marginales de la sociedad. Sin despegarse del fuerte aroma a realidad que marcó sus anteriores trabajos (aquí vuelve a ser muy importante el trabajo con los actores, especialmente con su joven protagonista), y sin tampoco olvidarse de su también característica gestión del ritmo narrativo, el cineasta italiano aprovecha ahora las mecánicas del coming of age para ilustrar y reflexionar sobre la desigualdad con la que nos relacionamos con el mundo.

Porque nuestro entorno, que puede determinar quiénes somos, a veces se ve reducido a aquello que los adultos (esos seres en quienes deberíamos confiar) nos cuentan: un relato plagado de mentiras y medias-verdades igualmente dolorosas.

A todo esto, otro maestro, Jacques Audiard, competirá también en el Festival de Sevilla a razón de la presentación de su último trabajo, París, distrito 13, fruto de la colaboración con Céline Sciamma, una de las guionistas del proyecto. Se trata de otro drama coral, este filmado en estiloso blanco y negro, y narrado como si de una carrera por relevos se tratara.

La juventud francesa, que a simple vista luce como una especie de mosaico de racialización altamente heterogéneo, pero cuyos componentes se resisten a ser definidos solo por la condición que les otorgan sus raíces, o el peldaño en el que se sitúan dentro de la sociedad. Espíritu humanista con metas hermanadoras, concretado en unas tensiones (interiores) que van calando en los demás, pero no para hundir a todo el mundo en la miseria, sino por lo contrario: para que todos juntos salgamos de los márgenes en los que el destino ha querido arrinconarnos.

Buscando su propio espacio encontraremos precisamente a Mia Hansen-Løve. En La isla de Bergman, realidad y ficción se mezclan en un sofisticado aparato en el que no descoloca nada imaginarse a la propia directora mirándose al espejo. Vicky Krieps, Tim Roth, Mia Wasikowska y Anders Danielsen Lie encarnan, en conjunto, y por parejas, las dos caras de la misma moneda: la artista que va al territorio sagrado de otro artista en busca de una inspiración casi-divina; la mujer que cada vez tiene más claro que está quedando relegada a la sombra de un hombre (su pareja). Un relato nos lleva a otro, y este nos devuelve a la casilla de salida, en lo que compone un círculo meta-fílmico tan agradable como unas vacaciones de ensueño.

En las antípodas va a estar Aleksandr Zeldovich, quien en Medea va a revisitar el mito clásico a partir de un magnético (incluso portentoso) ejercicio de cine en descomposición; de un exigente metraje de más de dos horas en forma de inmersión en una psique rota… y que por si fuera poco, se va resquebrajando más y más a cada paso (des)andado.

Mientras más queremos entender las motivaciones de la protagonista (encarnada por una Tinatin Dalakishvili en estado de gracia), más nos perdemos (entre el desconcierto y el asombro) por los tortuosos recovecos de las sinrazones del desamor.

Desde Líbano, ese país que históricamente ha basculado entre lo paradisíaco y lo infernal, nos llega un díptico compuesto por Memory Box, de Joana Hadjithomas y Khalil Joreige, y Costa Brava, Líbano, de Mounia Akl (y co-escrita por Clara Roquet), un interesante y por momentos intenso a la par que virtuoso recorrido por el pasado (reciente) y el presente más tormentoso de este país del Mediterráneo más oriental.

Un programa doble en el que el la intimidad drama familiar nos habla inevitablemente del colectivo, de una tierra manchada, ensuciada… pero que igualmente sigue teniendo la atracción de esa eterna promesa de un futuro mejor. Esa invitación marcada por la amargura del desengaño, pero que de alguna manera consigue seguir insuflándonos esperanza.

Todo esto, que no es poco, es lo que ya traemos visto, pero es que igualmente queda la reconfortante sensación de que todavía falta mucho por descubrir. Para empezar, la representación española va a ser completada por Liliana Torres (¿Qué hicimos mal?) y Santi Amodeo (Las gentiles), mientras que también se podrá ver El amor en su lugar (Love Gets a Room), de Rodrigo Cortés y Alegría, de Violeta Salama, ya fuera de competición.

También lejos del concurso, pero siempre en la Sección Oficial, contaremos con Belfast, prestigiosa clausura a manos de un Kenneth Branagh quien con este drama autobiográfico viene de conquistar el favor del público de Toronto, uno de los mejores barómetros de cara a la temporada de premios.

La Sección la completarán otras vacas sagradas de la cinefilia, como son Dominik Graf (Fabian. Going to the Dogs) o Miguel Gomes, quien junto a Maureen Fazendeiro va a traer Diarios de Otsoga. Por su parte, Arthur Harari llegará con el quijotesco drama bélico Onoda, Václav Kadrnka seguirá hablándonos sobre la ausencia en Saving One Who Was Dead, Sebastian Meise traerá Great Freedom, una de las grandes sensaciones del último Festival de Cannes, como también lo fue Ali & Ava, de Clio Bernard.

Por último, y de nuevo fuera de la competición, podremos ver también La puerta de al lado (Next Door), debut en la dirección de Daniel Brühl. Y esto es solo la previa: sin duda, huele a bendita normalidad.


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