“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”
Leon Tolstoi
El pasado 3 de febrero nuestra cinematografía reconoció a Muchos hijos, un mono y un castillo como mejor documental, una película sobre una familia, sobre una madre y un cineasta que la filma y construye uno de los mejores personajes que ha dado recientemente nuestro cine buscando en las propias raíces para acabar consiguiendo un reflejo de una época.
Construida desde el relato a tiempo presente, Gustavo Salmerón se refleja a través de su familia, de clase alta venida a menos, afectada por la crisis, que con la excusa de encontrar unos huesos perdidos por una casa nos hace un relato humano sobre la decadencia, en un aire tragicómico capaz de arrancar una carcajada general mientras se habla de la muerte.
Es bien sabido que España posee una cinematografía más amplia de lo que parecería al ver las películas seleccionadas por la academia. Un cine que oscila entre los márgenes industriales y del género, personal, que habla de la memoria, del presente o de los propios cineastas, que busca en las imágenes de archivo para hablar en primera persona y con voz propia.
Este artículo es un pequeño homenaje (totalmente subjetivo) a modo de celebración, una pincelada de algunas películas que me ha parecido que tienen un nexo común con la película de Salmerón y que me vinieron a la cabeza inmediatamente al verla.
Ese otro cine que habita con nosotros, a veces olvidado y otras convertido en objeto de culto, para intentar entender las claves de un subgénero con voz propia que se debate entre la primera persona, el diario o el archivo, el retrato o la familia.
En mi opinión, el punto de partida bien podría ser la película El desencanto (1976) de Jaime Chávarri, película que comenzó como una idea de cortometraje y por la que Elías Querejeta apostó, intuyendo muy acertadamente que la familia Panero daba mucho más de sí.
Clásico de nuestro cine, El desencanto es una de las primeras películas dentro del ámbito de cine familiar y bien podría ser un espejo de la de Salmerón 40 años antes. También nos habla de una familia de clase alta venida a menos, de su decadencia latente, para hacer un retrato familiar en el que se entremezcla la hipocresía con recuerdos y rencores.
Chávarri contiene todos los elementos. Todas las ideas latentes, no importa que sea una película. El acto fílmico en sí es un hecho que está sucediendo, analizando los pormenores de la familia del poeta Leopoldo Panero, cada uno con sus propios rencores, aptitudes y fracasos. La memoria se entremezcla con el propio relato, el recuerdo de la muerte del padre y el porqué de una familia que se resquebraja y que empolva sus fantasmas.
El cielo gira (2004), película de culto de Mercedes Álvarez, se acerca a sus propias raíces a través del retrato del pueblo donde ella misma nació, Aldealseñor (Soria). Precisamente, la directora fue la última persona que nació en ese pueblo 40 años atrás. Con una voz en off donde Álvarez se nos evidencia en un tono muy personal y poético, El cielo gira es una oda a Castilla, una película clave para comprender el cine de no ficción en España y el debut de una de las directoras de mayor influencia de nuestro país.
Lluis Miñarro también se acerca a sus propias raíces en FamilyStrip (2009). Concebida a partir de la excusa de la elaboración de un retrato familiar en una ventana, y nacida como un regalo para sus padres, que poco a poco van desnudando su historia frente al pintor que los observa y a la cámara que registra, que interactúa con ellos haciendo de la sencillez su mayor virtud. Víctor Erice miraba al pintor que miraba (en El sol del membrillo), Miñarro se va mirando a sí mismo y a los recuerdos de una época que de la pintura emana para entender las claves del amor de sus padres, de su forma de pensar y sus experiencias vividas.
Por el contrario, Maria Ruido, en La memoria interior (2002), no obtiene tan fácil el retrato de una época, junto con una mirada interior y personal. La cineasta busca en el propio viaje que realizaron sus padres cuando emigraron a Alemania, en pos de un futuro mejor para sus hijos, con la esperanza de darles una educación, una educación fallida según la propia cineasta: “como haceros comprender que el trabajo no nos ha hecho libres y todas las contradicciones de no responder a las expectativas, todos vuestros esfuerzos estaban dirigidos a cambiar nuestro futuro, y el futuro cambiado se levantó entre nosotros como una distancia insalvable”.
La cineasta revisita los pasos de sus padres cuando emigraron a trabajar a una fábrica en Alemania , en búsqueda de analogías y pistas para entender su propio sentimiento de no pertenencia a ningún lugar, de desarraigo con un futuro prometido.
En Retrato (2005), Carlos Ruiz aborda una serie de entrevistas a sus padres para construir ambos discursos, que discurren en paralelo, se suceden y se alternan, pero que están condenados a no cruzarse nunca. A no escucharse. A no tocarse. A no mirarse.
Con una fotografía en Blanco y negro en 16 mm. y una composición muy estilizada, que bien podría confundirse con un filme de Maya Deren en primera instancia, Retrato aborda el existencialismo de un matrimonio condenado a no entenderse y la resignación a la costumbre del vivir.
Víctor Fornies (Un padre / Un pére, 2017) se acerca a su padre también, pero de una manera bastante singular; en la medida que lo va observando y retratándolo en su rutina, el director nos hace una reflexión de la complejidad de la relación paternofilial, los gestos, la propia sorpresa del mirar.
Niñato (2017) de Adrián Orr es también un relato familiar, pero que no busca en la propia familia del realizador, sino que observa la cotidianidad de la familia de su amigo, que va criando a sus hijos mientras intenta sobrellevar su pasión por la música y mantiene una relación. Durante más de cuatro años, Adrián Orr observa a esta familia, buscando la sencillez de los momentos diarios, la naturalidad de los niños y la compenetración con la propia mirada de Adrián, que con su cámara comienza a ser cada vez un elemento más afín a la propia familia.
Uno de los diarios más notables que han dado los límites de la industria y uno de los filmes que personalmente más me ha impresionado es el Mapa (2012) que traza Elías León Siminani, autoficción evocadora de David Perlov.
Tras perder su trabajo y romper con su pareja, el propio autor decide que es el momento para hacer su primera película y viaja a la India para intentar comprender lo que le ha llevado a esa crisis personal.
Con multitud de significación, la vida del propio realizador funciona como motor de una ficción, que a su vez se ve forzada por la propia vida misma, a caballo entre la neurosis y la ironía, entre la vida y la película. Fruto de la mezcla de tiempos verbales, entre sonido, imagen, voz, recuerdos y pensamientos, está dotada de una multitud de niveles de significación.
Agustín Gómez Gómez, profesor de la universidad de Málaga, analiza el grosor de capas que posee esta película en un ensayo llamado La transparencia de un diario audiovisual de ficción (disponible en este enlace), que puede ayudar a comprender la complejidad del asunto.
Se puede ver perfectamente el estilo condensado de las ideas que rondan la cabeza de León Siminiani en este pequeño corto realizado por el director unos años antes de Mapa:
Es un contrapunto perfecto para Guest (2011), el cuaderno que José Luis Guerín denomina “Diario de registros”, abordando el concepto de diario de maneras totalmente opuestas (uno desde la voz, otro desde la idea…) pero con una sensibilidad abordante.
Canción en la noche de Hernán Talavera, por el contrario, es el resultado de una promesa. En pleno invierno, el autor fue destinado a un pueblo en el que debía permanecer hasta la llegada del verano. Marta, que acababa de dejar su Letonia natal para continuar la relación que habían comenzado un año atrás, tenía que quedarse sola en un país extraño. Antes de irse, él prometió hacer algo para compensarla por su ausencia: esta película. Como un inventario de minúsculos eventos diarios, el filme celebra la vida sencilla, las cosas pequeñas y el tiempo que transcurre.
Del autorretrato como terapia fílmica bebe también The Juan Bushwick diaries, de David Gutierrez Camps. David se inventa un alter ego (el actor Barry Paulson), que va grabando en forma de videodiario para ofrecernos un apunte de retrato colectivo desde el planteamiento de retrato individual y una respuesta a cómo hacer una película en tiempos de crisis. Pero también un propio espejo para la realidad del propio cineasta, que se mira en tercera persona. Hay una tentativa de movimiento hacia lo abstracto a través del uso de multitud de formatos, soportes encuadres y texturas.
En Color perro que huye (2010) de Andrés Duque, la película nace forzada de la enfermedad, del reencuentro con las propias imágenes de archivo del realizador. Una lesión obliga al director a estar postrado en cama, en constante confrontación con sus propias imágenes, con su recuerdo, para ir formando a través y con la única arma del montaje un abanico de recuerdos, anécdotas, situaciones y lugares. A medio camino entre el diario (presente) y la autobiografía (recuento del pasado), el sujeto es un ente pensante, un halo de cuerpo en continuo movimiento.
Hay una multitud de películas y nombres propios que van agrandando cada vez más el hueco de los límites en España, el cinema novo galego, Joaquim Jordà o Carla Subirana, Joan Gurguí… La máquina de los rusos de Octavio Guerra, que ganó el Goya a mejor cortometraje documental en 2014…
Cuatro años más tarde, la película familiar de Gustavo Salmerón con la que empezábamos este artículo, ha conseguido el de mejor largometraje documental, en una edición de los Goya que también ha reconocido al corto Los desheredados, retrato del padre de la directora Laura Ferrés que también podría aparecer en este listado. Una doble celebración, aunque tristemente la mayoría de todo este cine sigue ignorado o prácticamente inerte en los cauces principales de nuestro país.
Me alegró mucho cuando vi que Muchos monos, un hijo y un castillo se hizo visible por un instante porque por un segundo me hizo recordar la riqueza y la verdad que posee nuestro cine, películas que parecen tener vida propia y que conversan y convergen entre ellas.