El papel de intrépida reportera callejera de un canal local que cubría el atraco de El mundo es nuestro y el de telefonista cotilla en Allí abajo la han dado a conocer a un público masivo pero Mari Paz Sayago venía ya con una sólida carrera teatral, curtida en la escena andaluza desde su paso por el Centro Andaluz de Teatro.
Muchas de sus primeras aventuras teatrales estuvieron ligadas a Paco León y también probó con él en el audiovisual con Ácaros una serie de microepisodios antes de repetir colaboración muchos años después en las tres cintas dirigidas hasta ahora por el sevillano: Carmina o revienta, Carmina y amén y Kiki, el amor se hace.
La tendremos el lunes 24 de junio en Los Oficios del Cine, el ciclo que coorganizan FilmAnd y la Fundación Cajasol (inscripción gratuita en este enlace), y ahí podremos repasar con ella estos y muchos otros hitos de su carrera. Pero para conocerla antes un poco mejor también la hemos entrevistado.
No cuesta mucho imaginarte en la infancia como estrella del grupo de teatro de tu colegio. ¿Arrancó así lo tuyo con la interpretación?
Ahora que ha pasado el tiempo, la verdad es que soy cada vez más consciente de que la interpretación es algo que llevaba en la sangre. En el colegio, sí, todo lo que se hacía de teatro y eso me encantaba. Pero nos educaban para ser hombres y mujeres de provecho, y en eso no entraba la idea de ser actriz. De niña, yo quise ser arquitecta, me llevaba muchas horas diseñando. Y luego quise ser abogada.
Ya en Bachillerato, sí me metí en un grupo de teatro amateur que llevaba Pepa Gamboa. Mi instituto era, ¿cómo decirlo sin ofender a nadie?, muy de centro-derecha. La mayoría de los alumnos y los profesores tendían al centro-derecha, aunque luego cambió bastante. Yo me sentía un poco marginada entre alumnos que querían ser banqueros u ocuparse de las empresas familiares. Me juntaba con un grupo algo friki. Éramos siete fantásticas, todo lo que no quería nadie. Y ahí, con ese grupito, es donde me enteré de lo del teatro e interpretando descubrí que había otra manera de ver la vida donde yo no me sentía fuera de órbita sino todo lo contrario, me sentía feliz.
¿Querer ser actriz no supuso un cisma en tu familia, como se cuenta en muchos casos?
Es curioso, en mi familia lo aceptaron bien, no me lo explico [risas]. Mi padre era delineante y mi madre gobernante, es decir tenían trabajos, entre comillas, normales. Pero ellos me veían tan feliz que no me dijeron nada. Y yo empecé a estudiar Historia pero a los 19 años lo dejé, me matriculé en el CAT y a partir de ahí ya nunca he dejado de estar en contacto con la interpretación.
¿Y cómo llegaste en concreto al cine?
Hice algunos cortos y una miniserie, Ácaros, con Paco León que también era algo muy friki. Nos la compraron en Paramount y la escribimos y la produjimos nosotros, todo entre colegas, con Álex Catalán, Dani de Zayas, Mercedes Cantero, gente que en aquel momento también estaba empezando. La verdad es que aquello fue un chocho.
Luego, algunos años y algunos cortos después hice El mundo es nuestro. Y también lo recuerdo como algo muy extraño. Alfonso [Sánchez] nos decía que quería hacer una película en Sevilla y no lo creíamos. Pero se hizo y salió muy bien.
Los actores sois los que dais la cara y tenéis que convivir con la popularidad. En estos años en los que has ido alternando el teatro con el cine y luego ya más recientemente con la televisión, en una serie de éxito como Allí abajo, ¿has notado mucho el salto ese de la popularidad? ¿Lo has llevado bien?
Bueno, lo que pasa con esto es que soy muy despistada. Muchas veces, voy por la calle y no me doy cuenta de si me señalan, me lo tiene que decir alguien que vaya conmigo porque yo ni me entero. Sí que he notado, sobre todo a partir de Allí abajo, que me piden fotos. El cine te da más intimidad, a no ser que seas una Scarlett Johansson. Con la tele llegas a mucha gente. Pero procuro no tener mucho en cuenta eso de la popularidad.
¿Qué te resulta más satisfactorio: el teatro, la televisión, el cine?
Depende del proyecto. Hay proyectos de teatro que me han dado una satisfacción y un crecimiento enorme, yo me considero carne de teatro. Pero también en cine he tenido la oportunidad de hacer papeles que me han dado muchas satisfacciones. Y en lo que respecta a la tele Allí abajo ha sido un máster. Llevarme cinco temporadas con un personaje que sale en todos los capítulos me ha dado mucha felicidad y me ha baqueteado mucho.
Y hablando así de proyectos concretos, ¿de cuál te sientes especialmente satisfecha?
¡Eso es un aprieto! El mundo es nuestro, por ejemplo, como te decía, para mí fue muy interesante: me vi haciendo un personaje que no controlaba nada y de repente encontré ahí una veta que funcionó. Y luego, en Kiki, desde la idea, desde el guion, todo me encantaba, me siento muy orgulloso de esa película. Pero en general de todos. Debo ser un poco boba porque le pongo tanta ilusión a cada proyecto que luego me quedo con la ilusión y olvido lo que no me ha gustado.
Has hecho muchos papeles vinculados a la comedia, ¿te ha preocupado en algún momento como actriz sufrir un cierto encasillamiento?
En teatro he hecho un poco de todo, desde Isabel la Católica, que era un dramón, a clásicos como El Rey Lear. Es verdad que en los últimos años he estado más volcada en el audiovisual y lo que me han demandado es más comedia, que por otra parte es algo que me encanta. En televisión, ocurre especialmente que como va todo tan rápido no hay apenas tiempo de ensayo y la referencia que tienen siempre son trabajos parecidos. A no ser que la persona que te llame tenga mucha imaginación y sea arriesgada, quieren que hagas trabajos parecidos a los que ya conocen.
En cualquier caso, la comedia bien hecha es muy dramática. Como humanos, nos gusta reírnos de la desgracia de alguien. Y ese mostrar que alguien es un desgraciado, que lo está pasando mal, es muy difícil. Hay que hacerlo muy bien para que la risa llegue al espectador con la misma profundidad que la tragedia. Pero bueno, yo lo que he decidido ahora es desarrollar mi propio proyecto teatral, realizarme ahí. Y luego que me llamen para lo que quieran, sea un encasillamiento o no.
¿Te sientes partícipe del boom que hay desde hace unos años en el audiovisual andaluz o esto es algo que no va tanto con los actores?
A veces debo dar la sensación de que no paro, pero no es real, me gustaría que lo fuera pero no. Al auge que estamos viviendo en estos años le doy mucho valor, pero creo que tenemos que andar listos y afianzar nuestra industria. La mayor parte de los rodajes son de productoras de fuera y en el momento en el que esto deje de ser tan barato para ellos se van a ir. Por eso creo que es el momento para crear una verdadera industria y que nos hagamos fuertes en Andalucía, para que esto verdaderamente sea algo que dure y que las generaciones que vengan tengan la posibilidad de hacer sus proyectos.
¿Qué papel de la historia del cine te hubiese gustado interpretar?
Pues me hubiera encantado hacer Baby Jane en ¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1963). Lo hice en teatro, en una versión más castiza, con Manolo Monteagudo haciendo de Baby Jane y yo de su hermana impedida. Pero me encantaría haberlo hecho en cine. Me gusta mucho el lenguaje del melodrama, la música continua, las miradas, esas interpretaciones tan exageradas, las caras, los gestos… Todo eso me encanta.
¿En qué andas ahora?
Estoy ahora mismo preparando un texto de Alfonso Zurro, un monólogo para teatro que va a dirigir Chiqui Caravante. Y en cine he hecho La boda, de Ana Graciani.
¿Qué consejos le darías a alguien que quiere dedicarse a la interpretación?
Le diría muchas cosas y ninguna. Lo primero, que cuide mucho que la ilusión no se les muera. Hay tantas cosas que sortear que si se acaba la ilusión es imposible seguir sin ese motor. Y, por otro lado, le diría que cuando esté muy agobiado levante la cabeza y vea que en la vida hay otras cosas aparte de la interpretación. Que miren alrededor, que la interpretación es, entre muchas cosas, observación. Si esa es realmente tu pasión, observar te nutre, te da aire, te da luz.