Una figura desgarbada, sombrero roído, cigarro puro hilvanado en la comisura de los labios, barba de varios días, aspecto desaliñado y un enigmático poncho que permite esconder el revólver antes de aniquilar enemigos. Es la descripción resumida del hombre sin nombre, el personaje interpretado por Clint Eastwood que protagoniza la hoy admirada trilogía del dólar dirigida por Sergio Leone: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio(1965) y El bueno, el feo y el malo (1966).
El hombre sin nombre, un icono tan sencillo como potente forma ya parte de la memoria colectiva ligada al cine de decenas de generaciones. Un arquetipo que por sí mismo define un estilo, una época y la rebelión que trajo a un género tan tipificado como el western.
En diciembre de 1966 se estrenó en Italia El bueno, el feo y el malo. Hace unos meses que esta memorable saga luce cincuenta años, llamada así por el factor económico implícito en los títulos y la trama de las películas. Con ella, Leone convulsionó los mandamientos del western, del cine de acción, y nos dio a conocer personalidades tan transcendentales para el séptimo arte como Clint Eastwood y EnnioMorricone.
Y todo esto ocurrió en localizaciones españolas, en escenarios naturales ubicados en las provincias de Madrid, Burgos y las andaluzas Granada y Almería. Sergio Leone encontró en España el continente perfecto en el que esculpir sus sueños del salvaje oeste.
El comienzo no resultó nada esperanzador. En 1964 Leone se encontraba en una comprometida situación profesional. Habían pasado varios años desde que dirigió su ópera prima oficial, el correcto péplum El coloso de Rodas, en 1961 (se le atribuye haber finalizado como director Los últimos días de Pompeya en 1959), y sus años de solvente ayudante de dirección o director de segunda unidad pertenecían al pasado. Esta labor la desempeñó en clásicos como Quo vadis (1951), Helena de Troya (1956) o Ben–Hur (1959).
Antes del primer western de Leone resulta necesario recordar que otras películas y cineastas, como Tierra brutal (1961), de Michael Carreras y, especialmente, las cintas de Joaquín Romero Marchent: El sabor de la venganza (1963) y Antes llega la muerte (1964), allanaron el camino al italiano para poder enfrentarse a este género en suelo europeo.
Por un puñado de dólares se convirtió en la clave que determinaría el futuro de Leone en la industria cinematográfica. El rodaje se afrontó con escasos medios y un presupuesto muy limitado. Para el papel protagonista se tuvo que ‘conformar’ con un desconocido Clint Eastwood. Él prefería a intérpretes más consagrados, como James Coburn o Charles Bronson, con los que pudo trabajar en el futuro, pero a los que en 1964 no podía pagar sus elevados cachés.
En el poblado Golden City de Hoyo de Manzanares, la Casa de Campo de Madrid, el Río Alberche y en varios espacios almerienses como el Cortijo El Sotillo de San José o la pedanía nijareña de Los Albaricoques, el cineasta romano construyó su primer western, no exento de polémica.
Por un puñado de dólares es un plagio descarado (si existe algún plagio discreto) de Yojimbo, de Akira Kurosawa, una película de samuráis estrenada en 1961. Aquel título japonés fascinó al italiano, que decidió saltarse la ley para adaptar esa historia al oeste americano sin adquirir los derechos del guión.
La productora de Kurosawa denunció el caso y los tribunales fallaron a su favor. Kurosawa recibió los derechos de exhibición de Por un puñado de dólares para Japón y el sudeste asiático, más un porcentaje de la recaudación mundial de la película.
Por un puñado de dólares es una obra seminal en la que su autor apunta algunas de las pautas narrativas y estéticas que le encumbrarían en un futuro inmediato. Es un plagio, sí, pero con aportaciones propias, y la personalidad suficiente como para que lo apreciemos como un título con fuerza y entidad independientes.
La presencia de la música, el tempo pausado, la exageración de la violencia, los característicos primerísimos primeros planos de los ojos de los personajes, el magnetismo del hombre sin nombreembutido en el misterioso poncho que ilumina con extrema rigidez gestual Clint Eastwood…, sientan las bases del discurso y del triunfo del cine de Leone.
El ‘spaghetti western’
Por un puñado de dólares supuso un éxito relativo. La cinta gustó al público y le dio la oportunidad a su director, juzgados al margen, de afrontar nuevas películas, más ambiciosas y, ahora sí, completamente originales.
Volvió a rodar en Madrid, pero tras apreciar las enormes posibilidades del paisaje almeriense para el cine, su segundo western, La muerte tenía un precio, se materializó casi al completo en la tierra del Indalo. Hasta pudo construir un poblado ex profeso en Tabernas, el actual Oasys-Mini-Hollywood, conocido en sus inicios como El Fraile.
Con La muerte tenía un precio se desató la locura. La película conquistó la taquilla y despertó el interés en la industria cinematográfica europea por producir westerns de manera incesante. Acababa de nacer el denominado subgénero del spaghetti western, acepción que surgió de forma despectiva para referirse a los títulos de este género rodados en Europa, en su mayoría dirigidos por italianos, y categorizarlos de este modo por debajo de los westerns estadounidenses.
Por suerte el término spaghetti ha revertido en la actualidad su carácter negativo, y hoy día se torna en una corriente a reivindicar desde una visión cinéfila y nostálgica. Antes era un insulto, ahora una voz descriptiva y, en muchos casos, hasta elogiosa. Por antonomasia, Leone fue considerado el padre del spaghetti western, circunstancia que en una ocasión replicó con un irónico y rotundo “soy el padre, sí, pero de un montón de hijos de puta”, en alusión a aquellos retoños bastardos que emulaban su estilo.
Leone puso el punto y final a su trilogía con El bueno, el feo y el malo, catalogada por Quentin Tarantino como la mejor película jamás rodada. A Clint Eastwood y Lee Van Cleef se unió el carismático Eli Wallach, que encarnó al que probablemente se erija en el personaje más genuino del universo Leone: Tuco, El Feo, un cínico granuja que se come la pantalla en cada plano en el que aparece.
La línea ferroviaria de Alquife, en Granada, los míticos escenarios de Tabernas y del Parque Natural Cabo de Gata – Níjar, en Almería, y las provincias de Madrid y Burgos, escenificaron las andanzas de los tres canallas que, bajo la simplificación de los moldes morales de bueno, feo y malo, dirimen sus diferencias en la mítica escena final del cementerio de Sad Hill, coreografiada al son de la música de Morricone.
Locos por el spaghetti
Desde hace varios años se celebra en verano, en la pedanía de Los Albaricoques, Níjar, uno de los enclaves almerienses predilectos de Leone y donde se rodó la gran secuencia final de La muerte tenía un precio, una sugerente actividad titulada Locos por el spaghetti, que se convierte en un original y emotivo homenaje a la trilogía del dólar.
Esta fiesta en torno al cine de Leone se lleva a cabo gracias al trabajo en equipo de la Asociación Níjar Western Passions, el Hostal Restaurante Alba, colaboradores como la Asociación Cultural Cabo de Gata-Níjar y Almería Cine, e instituciones como la Oficine de Níjar, Ayuntamiento de Níjar y la Diputación Provincial de Almería.
En la edición de este año, celebrada el pasado mes de julio, se presentó el libro-guía La Almería de Sergio Leone y contó con la participación de Antonio Ruiz Escaño, conocido cariñosamente como ‘El niño Leone’. En plena pubertad, dio vida a dos personajes de la célebre trilogía, primero en La muerte tenía un precio y después en El bueno, el feo y el malo. Es el niño que recibe a Clint Eastwood cuando llega a El Paso, el actual Oasys-MiniHolliwood, en La muerte tenía un precio.
El legado
La simbiosis entre Leone y Morricone, la casi mágica conjunción que logran las imágenes y la música que crearon, constituye uno de los mejores ejemplos de la perfecta comunión entre un músico y un director que se han generado en toda la historia del cine.
Sergio Leone abordó el western desde una perspectiva de autor. Revolucionó un género que se sustentaba en unos rígidos cimientos que parecían inamovibles. El western se encontraba en una profunda crisis hasta que las películas del italiano lo revitalizaron para alargar su vida una década más.
Con una base multicultural presente en la propia naturaleza de la producción de las tres películas, con italianos, españoles, alemanes o estadounidenses implicados, el cine de Leone sobrevive como un discurso de plena vigencia, rebosante de modernidad, con el paisaje almeriense y de las demás localizaciones españolas como referente iconográfico.
Un estilo que lejos de entumecerse recobra vitalidad, con legiones de seguidores por todo el mundo.Leone fue el pistolero más hábil tras la cámara, y su legado alcanzó la inmortalidadpara pasar a formar parte de la mitología del cine, ésa a la que exclusivamente pertenecen los genios.
Es un libro muy interesante y verídico, pues estos autores no han plagiado nada de su contenido, lo que manifiestan es cierto, todos los lugares de rodaje del Maestro Sergio Leone, y sus anécdotas.Felicidades a los escritores.
Antonio Ruiz Escaño (El niño de Leone
Es un libro muy interesante y verídico, pues estos autores no han plagiado nada de su contenido, lo que manifiestan es cierto, todos los lugares de rodaje del Maestro Sergio Leone, y sus anécdotas.Felicidades a los escritores.
Antonio Ruiz Escaño (El niño de Leone