Iván Aledo, recientemente fallecido, buscaba siempre la poesía del corte. Jorge Naranjo recuerda al montador de su ópera prima, ‘Casting’, así como de clásicos del cine español como ‘Los amantes del círculo polar’ o ‘Lucía y el sexo’

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8 Jun 2020
Jorge Naranjo
the nest

Ya lo dice mi amiga Rosa: “era un punki amoroso”. Y vaya si lo era. La primera vez que oí hablar de él fue gracias al director Alberto Palma, a quien Iván Aledo editó El chico en la puerta, otro corto de tantos de los que montó en su vida. Y es que a este gigante entrañable le daba igual editar un largo o una videodanza porque él, con lo que disfrutaba de verdad, era buscando la poesía del corte, ese parpadeo del que tanto hablaba Walter Murch, un ídolo suyo (y de tantos). Entonces, yo trabajaba de periodista y no me podía imaginar que el montador de películas como Tierra o Los amantes del círculo polar acabaría editando algunos de mis trabajos y siendo un maestro y (me atrevería a decir) un amigo.

Pero quien me puso en contacto con él años después fue Mario, compañero de peripecias, montador y casi “ahijado” de Iván. Era el 2006. Estábamos editando el corto Cinco contra uno y sabíamos que necesitábamos un buen pulido para dejar aquel trabajo perfecto. Mario apenas dudó en llamarle y pedirle que nos echara una mano. Y él no tuvo ningún reparo en aparecer días después con su enorme cuerpo y mayor trayectoria en esa habitación minúscula y ayudar a dos principiantes que aún no se creían haber rodado un corto con Michelle Jenner.

No sería capaz de explicar paso a paso lo que hizo, pero sí sé que, en cuestión de segundos, ese trabajo había pasado de la división amateur a la profesional.

Una amistad intermitente

A partir de ahí, empezamos una amistad intermitente que nos hizo coincidir en fiestas, estrenos y a que nos colase en una ceremonia de los Goya cuando aún era posible driblar las hoy extremas medidas de seguridad. Pero lo que nos unió para siempre fue el montaje Casting, mi ópera prima. Porque él la salvó.

Como aquel experimento salió muy bien y con bastantes premios, copiamos la fórmula de Cinco contra uno. Mario realizó un primer corte y acordamos que Iván se encargara de montar la versión final. Era la primera película de los dos y nos sentíamos más seguros en sus manos y en la de Kike, su fiel ayudante, aliado y responsable de que no sufriéramos algún infarto por asuntos técnicos.

Y menos mal.

En pocas semanas, Iván salvó toda una trama que éramos incapaces de editar, nos dijo que esos fallos de sonido no eran importantes y que era mejor doblar una escena que perderla, se enamoró de la sonrisa de Esther Rivas en el plano final (“aguántalo más… y más… así, así…”) y compartimos melón con jamón en unos meses inolvidables en El Iglú, su viejo refugio y el de tantas aventuras.

No sería capaz de explicar paso a paso lo que hizo, pero sí sé que, en cuestión de segundos, ese trabajo había pasado de la división amateur a la profesional

Creo que fue entonces cuando empecé a decirle que, aunque hubiera editado las mejores películas de Medem, también había montado El Capitán Trueno. Aquella osadía era solo una manera de relajarme y olvidar por un instante que estaba junto a alguien cuya carrera admiraba tanto. A él le encantaba que se lo dijera (o eso espero) y se convirtió en una broma reincidente de nuestras citas.

Pero quizás, lo que nunca olvidaré fue que se ofreció a montar de una manera absolutamente altruista y generosa Ocho pasos y medio, una declaración de amor a la librería en la que trabajé tantos años y donde tantas veces llegamos a coincidir por celebraciones navideñas o encuentros de la profesión. Suyo es el hallazgo de la música con la que empieza el capítulo y ese ritmo tan sinuoso y elegante que pedía este trabajo y que solo un montador como él podía darle. Soy consciente de la devoción que Iván sentía por María, Jesús, Begoña y toda la familia que forma la casa Ocho y Medio, y él quiso ser partícipe de todo eso.

En aquellas semanas, se consolidaría nuestra amistad. Ya entonces, me había contado cómo montó esa escena de la cocina de Todo es mentira, referencia fundamental para la secuencia de inicio de Casting. También decía que En el momento del parpadeo era una obra maestra, pero que el libro que él releía sin parar y regalaba siempre a sus amigos era Notas sobre el cinematógrafo, de Robert Bresson; que nos debíamos una Filmo y que, aunque disfrutó con la ficción de Entre lobos, donde más gozó fue editando el documental posterior.

Dos premios Goya

Y es que los documentales le volvían loco, casi más que los largometrajes que le dieron dos premios Goya, galardón al que estaría siempre unido ya que era el encargado de editar los In Memoriam, en los que Iván ponía, como en cada proyecto, toda su alma. En ese sentido, no olvidaré cuando Rikar Gil (también protagonista de Ocho pasos y medio; qué puta eres a veces, vida) se esfumó en un accidente de moto a pocos días de la gala e Iván me pidió una foto de nuestro amigo para incluirla en un vídeo que prácticamente ya estaba cerrado.

Él, ante todo, era un artista y un creador. Por eso, sentía esa necesidad de pintar y hacer fotomontajes que luego te enviaba para arrancarte una sonrisa

Ni olvidaré la emoción en forma de gritos, aleluyas y lágrimas que me expresó cuando le descubrí Cuando pasan las cigüeñas, un film soviético de 1957 que encontré por casualidad en YouTube y que es una lección de poesía fílmica y poderío visual.

Porque Iván siempre quería saber. Y porque no será casualidad que de Rusia proceda tanto su nombre como la teoría del montaje en el cine, y que ambos conceptos se unieran en una figura que aglutinaba ironía, fortaleza, ternura y humanidad en dos metros de arte. Porque él, ante todo, era un artista y un creador.

Por eso, sentía esa necesidad de pintar y hacer fotomontajes que luego te enviaba para arrancarte una sonrisa o un abrazo. O te hablaba de su hermano Polo con los ojos tan mojados como un negativo a mitad de revelado. O te contaba cómo preparaba sus clases. O te regalaba su tiempo a cambio de que le dejaras que te volviera a recomendar Le Mépris. O se encaminaba a la sede de la Academia para recibirnos a los novatos y abrir las puertas del futuro.

Y es que Iván fue poeta hasta para irse el día en que nació Lorca. Y un trueno creativo que volverá a parpadear en cada pantalla donde se proyecte su genio.

Foto de portada: Enrique Cidoncha


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