Entra Guillermo del Toro en la sala, y nadie diría que es una estrella de Hollywood. Sin embargo, lo es. Hace apenas un par de meses que ha recogido dos premios Óscar (mejor dirección y mejor película) por La forma del agua, que en total se llevó cuatro.
Se presenta al encuentro en el Festival de Málaga, que este año le rinde homenaje, con zapatillas oscuras, chaqueta negra, camiseta negra, y explica que la heterodoxia no se va ni con salfumán. Genera una especie de fuerza gravitatoria, no sólo porque ocupe mucho espacio, sino porque es una estrella de las que dicen y transmiten cosas. Que no son todas.
Dice, para empezar, que vivir con el Oscar es muy bonito: “Lo recomiendo enormemente”. Es un premio que trasciende lo profesional y esconde un logro de vida: “Es la primera vez que mi padre comprendió mi oficio. El Oscar tiene un asunto físico: es muy bello y muy pesado. Mi padre lo cogió y vi en su cara que entendió algo, no sé qué cambió, pero su sonrisa… Los mexicanos somos de pocas palabras y mi padre sonrió de manera muy bella”.
¿Qué hay de la presión después de recibirlo? No hay presión, responde, porque sólo se la puede poner él: “Los únicos instintos a los que puedes responder son los tuyos. Pacific Rim hace 415 millones y no hace 600. Y entonces me pongo apuradísimo a hacer una que haga 600… Ya se cocinó el huevo. Es un instinto que no viene de ti mismo. Entonces digo “ah, pues voy a hacer una película de amor gótico” [en referencia a La forma del agua]”.
Del Toro es hoy una auténtica estrella de Hollywood. Pero conseguir que el público adopte su manera de ver las cosas durante una hora y media (eso es el éxito) le ha llevado años y algún disgusto. “La terquedad sostenida se convierte en estilo”, dice, satisfecho de haber llegado a la cima a su manera: “Es muy hermoso que en 25 años llegues a esto con una coherencia con las otras películas”. Caminos hay muchos, ha dicho. Lo importante es tener uno.
La belleza de la diferencia
A lo largo de los años, Del Toro ha armado un discurso que reivindica la belleza de la diferencia y que es, al final, el eje de todas sus películas. “Lo trágico es la ilusión de la diferencia, que viene armada por una estructura social, religiosa, política”, explica. “Para mí el monstruo es el héroe, una figura a la que quiero ver con admiración, desde una visión esperanzada”.
Es un discurso que nace de su propia personalidad y sus vivencias. Por eso hace 15 años Del Toro ya citaba una escena de El monstruo y la mujer (Jack Arnold, 1954) como la que más le había impactado. “Tenía seis años, vi eso y entendí el amor, y entendí el martirio con Boris Karloff cruzando el umbral por primera vez en la película de James Whale”. Casi medio siglo después de sentir tan íntimamente aquella escena, Del Toro la ha devuelto al cine rodando La forma del agua.
El camino de vuelta
Desde que ha recibido los premios está haciendo el camino de vuelta. Primero, a casa de sus padres, a Guadalajara (México), a su productora de siempre (Berta Navarro), a las charlas con estudiantes.
Ahora a España, donde ha rodado parte de su filmografía (El laberinto del Fauno o El espinazo del diablo), y donde está gran parte de su educación sentimental: en la librería Ocho y medio, en la Cineteca de los Cines Doré, en sus creadores… “Uno de los grandes cipreses de mi vida es Víctor Erice”, ha comentado el mexicano: “Lo que yo sentí al ver la criatura Frankenstein cuando era niño es exactamente lo que sintió Ana Torrent en El espíritu de la colmena. Cuando alguien ajeno escribe tu biografía seguro que es familiar. Es una vuelta a casa”.
Con ‘El hombre de las mil caras’ bajo el brazo
El mexicano ha aprovechado para visitar la Alhambra y para comprar algunas películas: Verano 1993, El hombre de las mil caras y una versión nueva de La Estanquera de Vallecas. A eso se refiere cuando dice que siente como su casa al cine español. ¿Qué hará Del Toro ahora? De momento, cree que le toca un descanso. Desde hace diez años anhela rodar En las montañas de la locura, una adaptación de la novela de H.P. Lovecraft que sigue siendo demasiado cara.
Del Toro es una estrella (heterodoxa), pero nadie escapa a los hombres de traje y corbata. Sobre los condicionantes de un presupuesto, ha explicado cómo ha llegado a comprender la íntima relación entre coste y promoción: “La forma del agua se hace por 19,3, aunque eran 19,5 de presupuesto, y la película la pueden promocionar como lo que es: con una canción francesa, imágenes mágicas… No necesitan decir: “En un laboratorio secreto… Es la única esperanza… entre ellos y nosotros”. Creo que si tú compras una tostadora y dentro viene una bolsa Gucci, dices “qué tostadora más mala”.
La importancia de los narradores
Del Toro ha reivindicado el oficio de los narradores en un mundo al que le saltan las costuras de la verdad. Construir historias nunca ha sido tan importante como ahora, porque todo es fugaz, desechable y diverso. Frente a lo efímero, el mexicano reivindica la pasión artesana por construir algo sólido. “La única manera de encauzar la psique a nivel mundial es a través de narrativas que sean no desechables, no del momento, no de oportunidad, sino que vaya en ellas todo lo que eres tú”, asegura.
En ese contexto surge La forma del agua, que Guillermo del Toro plantea como una canción. Nada es tan rebelde hoy en día como la emoción y compartirla: “Siento que la ideología se está metiendo en espacios cada vez más estrechos de división, y cada vez encontramos mayores razones para decir nosotros y ellos, de manera absolutamente demoledora, porque nada más estamos nosotros”.
Del Toro, Bayona y otros homenajeados
Del Toro siente como parte de su “misión” seguir produciendo cineastas españoles. “Cuando yo produzco, produzco para aprender y conocer cómo plantean sus soluciones. Aconsejo, digo y ayudo, pero a nivel muy último aprendo”. Se refiere entonces a Juan Antonio Bayona, a quien conoció cuando el español tenía 19 años, y de quien luego coprodujo El Orfanato cuando tenía dificultades de presupuesto. “Bayona es una máquina de hacer cine. Iba a hacer cine sí o sí, con o sin ayuda. Lo sueltas en un paraje desértico vuelves diez semanas después y tiene un estudio”.
Bayona es, como Del Toro, otro de los homenajeados en esta edición del festival. Recibirá el Premio Retrospectiva. Mónica Randall recibirá la Biznaga Ciudad del Paraíso, Rodrigo Sorogoyen el Málaga Talent, y los Imprescindibles son Fernando Birri (Tire dié o Un señor muy viejo con unas alas enormes) y Basilio Martín Patino (Canciones para después de una guerra o Libre te quiero), fallecidos este año. La Película de Oro es Un hombre llamado Flor de Otoño, la transgresora historia del abogado travesti en la Barcelona de los 70 que protagonizó, en 1978, José Sacristán.
Todas tienen algo en común con Guillermo del Toro. Una mirada personal e intransferible sobre nuestra realidad. “Tienes que seguir tu propio instinto, por bizarro que sea”. Y en esas sigue.