En Filmin nos perdemos, en el mejor de los sentidos, en la sección Revoluciones Permanentes del Festival de Sevilla, un imprevisible conjunto de títulos hermanados por la libertad en las formas y por la osadía de sus tesis

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13 Nov 2020
Víctor Esquirol
the nest

Llegados a este punto del año, parece el momento ideal para pedirle a la temporada festivalera que cumpla con uno de nuestros más fervientes anhelos cinéfilos. Esto es, convivir con películas que, a la larga, permanezcan en nuestra memoria. Porque en el momento de descubrirlas, o cuando toque afrontar el proceso de sedimentación de todo aquello que nos han propuesto, quede claro que de algún modo u otro, han removido algo en nuestro interior.

Ahora que encaramos la recta final de este año fatídico, los recuerdos de las naderías que vimos al principio del curso empieza a desvanecerse. Esto, por supuesto, es el peor resultado con el que pueda saldarse una experiencia cinematográfica.

Por suerte, como cabía esperar, la 17ª edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla se presta a echarnos una mano en tan exigente petición. La sección Revoluciones Permanentes se ha descubierto en un auténtico hallazgo colectivo. En una colección de títulos (casi todos ellos, por cierto, disponibles en la plataforma Filmin) destinados a dejar huella en nuestra retina; a dejarnos con un estado de agitación tal que, en efecto, no nos quede otra que darles vueltas ad eternum.

Por ejemplo, en Las cuatro esquinas y Madrid, el irreverente Kikol Grau propone un documental ideal para que, algún día, cineastas como María Cañas tomen prestado su material (que ya viene prestado de otros sitios) para que así siga girando el interminable ciclo de las películas-pirata.

Aquí tenemos un enérgico repaso por la historia del punk musical español, gestionado con la actitud más coherente: sin alergia al sonido sucio ni mucho menos a las imágenes en bajísima definición, sin miedo a admitir que, en determinados puntos, la información con la que se está trabajando es ciertamente pobre… pero sobre todo, con una devoción a unas líricas (debidamente inmortalizadas en forma de subtítulos) que ahora mismo seguro que serían una invitación para ir directamente a la Audiencia Nacional.

Un recorrido geo-decibélico que se detiene en las “greatest (s)hits” de cada comunidad autónoma, y que avanza con el espíritu destructivo con el que fue extendiéndose la devastación de la Guerra Civil. Resucitando los fantasmas del conflicto bélico fraticida, Grau expone las ruinas de un país que a lo mejor (y solo hace falta prestar un mínimo de atención la música de fondo) ha encontrado en dicho estado, su hábitat natural. Escombros somos y en los escombros debemos festejar.

Con ello, el director compilador y recomendador se reafirma en su espíritu iconoclasta, no solo ante hitos del Hollywood más popular, sino también (y en especial) con la Historia (¿o era “histeria”?) de esas Españas condenadas a gritarse por los siglos de los siglos.

Con actitud aparentemente antagónica se presenta Kamal Aljafari en An Unsual Summer, sorprendente experimento cuya premisa mínima va derivando poco a poco en un ejercicio de poesía de lo cotidiano (casi como si se tratara de una versión en estático de una película de Elia Suleiman) que a ratos alcanza cotas visuales y conceptuales a las que muy pocos cineastas pueden siquiera permitirse a soñar. Aquí tenemos un found footage a partir de las grabaciones de la cámara de seguridad que el padre de este director instaló, años atrás, en el patio trasero de su casa.

Por lo visto, alguien destrozó una de las ventanillas de su coche. En repetidas ocasiones… hasta que al hombre se le acabó la paciencia y tomó cartas en el asunto. Lo que podría ser la versión palestina y no-fantástica de Paranormal Activity (pues la narración se articula a partir de la observación desde un punto fijo de un fenómeno cuya naturaleza, al principio, no se alcanza a entender) se confirma como una especie de Gran Hermano experimental en el que sonidos a destiempo, imágenes imposibles y apuntes interiores que se materializan como títulos explicativos, dan testigo de un microcosmos de barrio con el que, a lo mejor, puedan desentrañarse algunos de los grandes misterios del universo.

Esta grandilocuencia está presente en dos memorables, al igual que inclasificables piezas de animación: Accidental Luxuriance of the Traslucent Watery Rebus, de Dalibor Baric, y Kill It and Leave This Town, de Mariusz Wilczynski. La primera es una especie de collage paranoide en el que la lucha imposible contra un aparato gubernamental se concreta en retrato social distópico a medio camino entre Philip K. Dick y David Cronenberg. Pero lo verdaderamente prodigioso es que el resultado final, de significado insondable al menos en su primer visionado, se antoja como un producto que, llevado por su amor incondicional a lo imprevisible, se lanza a explorar sendas que tal vez no figuraban ni en las peores pesadillas de estos referentes.

Mientras, Mariusz Wilczynski tira de trazo de “punta fina” para sumergirnos en lo más profundo de su subconsciente; de sus traumas y terrores de infancia… de un universo surrealista alimentado por pulsiones gore, escatológicas y, por supuesto, grotescas. Y aun así, a pesar de la evidente antipatía que desprende el conjunto (algo que se explica también a través de su empecinamiento a mostrarse hermético a ojos del espectador), brilla por encima de todo la constante y virtuosa asociación de ideas, conceptos e imágenes con la que el director y guionista va trenzando una narración (por así llamarla) altamente sugerente, y cómo no, estimulante.

Por último, el plato fuerte, una película que irónicamente apenas suma los minutos de duración necesarios para ser considerada largometraje. El título giallesco Um Fio de Baba Escarlate, de Carlos Conceição, sigue ligeramente la estela de Diamantino, de Gabriel Avrantes y Daniel Schmidt, reciente éxito de culto de la cinematografía portuguesa. Solo que aquí se evita ser presa de sus propios excesos bobalicones. Ahora, toca seguir los pasos de un asesino en serie de Lisboa, que tiene la mala suerte (o no) de convertirse en la nueva celebrity en la extraña esfera de las redes sociales.

Renunciando a la palabra hablada, el film se apoya en una filmación exquisita y en un sentido del humor tan afilado como oscuro. La combinación es ganadora, y evidentemente matadora; es un divertido, sorprendente y, en última instancia, alucinante viaje. Un slasher que se pierde alegremente (y con total conciencia) por los inescrutables senderos donde resulta que se forjan los mesías de la más rabiosa actualidad. Un delirio, claro está; una bendita celebración de los códigos y las formas del cine de género para satirizar (es decir, para entender) el enloquecido espíritu de nuestros tiempos.


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