“Soy, o me tengo, por un creador”, le dice Jesús Gil a un extravagante presentador televisivo en blanco y negro que le acababa de preguntar si era un conquistador, poco antes de que 58 personas murieran sepultadas bajo los cascotes de su primera gran obra, en Los Ángeles de San Rafael.
Es uno de los pocos pasajes del primer capítulo de El Pionero, la serie de cuatro episodios de Enric Bach y Justin Webster que esta noche estrena HBO, donde Gil se define a sí mismo.
En esencia, sólo era un constructor tratando de ganar dinero, pero de Gil (El Burgo de Osma, 1933-Madrid, 2004), gran parte de los españoles tenemos una imagen completa grabada a fuego porque crecimos con él viéndolo cada día en la televisión, escuchándolo cada noche en los programas deportivos.
Gil es: embaucador, creativo, intenso e impaciente, con una formidable capacidad de adaptarse al medio, con olfato y victimista. Egocéntrico. Putero. Y creador. Todos estos rasgos se filtran en los testimonios que recogen Bach y Webster en su primer capítulo, pero podemos añadir unos cuantos más.
Durante un par de décadas, el personaje Gil dominó el campo mediático como un tanque en una batalla a campo abierto, con su figura rotunda de físico y verbo, ágil con el insulto y hábil para el escapismo.
Gil en un jacuzzi con un descomunal teléfono portátil, rodeado de chicas en bikini. Gil pegando un puñetazo a Damián Caneda. Gil celebrando fuera de sí una Copa del Rey del Atlético de Madrid. Gil con Imperioso. Gil presentando a Furia, un cocodrilo.
Todos tenemos un Jesús Gil en la cabeza, y está hecho de imágenes y de frases extravagantes más o menos deformadas por el paso del tiempo. Puede que la que Bach y Webster pretendan poner en común, sea la de todos los Gil que hay en la memoria de los españoles. Configurar un puzle que resulte en un recuerdo colectivo.
De todos los Jesús Gil que hubo, el primer capítulo de El Pionero parece centrarse en su capacidad de embarcar a los demás a un viaje sin alforjas. “Si tenéis la confianza, si vais a votar la mayoría demostrando que una ciudad tan maravillosa [Marbella] que puede ser la capital del ocio y del turismo mundial en mis manos, con vuestra ayuda, yo os garantizo que el proyecto sale adelante”. Así arranca la serie. Lo siguiente es Gil saludando al pueblo en su victoria electoral de 1991.
El fiscal Carlos Castresana dice de él que era “un triunfador antisistema”, y cuando Jesús Quintero le pregunta si fue líder en la cárcel, él responde que siempre ha sido líder. A la prisión iba todos los días Cándido, el del popular mesón segoviano, a llevarle la comida.
Gil aparece como alguien hábil para detectar las debilidades de los demás. Es la fórmula del vendedor de crecepelos. “Sus mensajes eran muy primarios. Lo único que decía es: os voy a hacer ricos y os voy a quitar la basura de Marbella”.
Pronto comprendió que el fútbol y la televisión le harían entrar en todas las casas, y su eficacia para pastorear a los demás. Es probable que Gil intuyera muy bien cuál es la naturaleza de las masas. También era capaz de culpabilizar a los demás de sus propios fracasos. “Tuve que ir comprando muerto a muerto. Al principio no te quieren oír de nada. Luego que cuánto. Y al final que es poco”.
Testimonios de hijos y hermanos
En el primer capítulo de El Pionero dominan los testimonios de sus hijos y sus hermanos, de modo que las luces del personaje carismático que fue acaban filtrándose en la oscuridad de sus obras.
A la espera de comprobar cómo trata su desembarco en Marbella, no puede decirse que el documental sea complaciente o blanquee la imagen de Gil, como han denunciado algunos de sus ínclitos colaboradores como Julián Muñoz, sin ni siquiera verlo. Sin embargo, tampoco hace sangre. No es tanto (de momento) un reportaje de investigación, sino el revival de una figura tan propia de nuestros años noventa como el Frigopié.
El Pionero es uno de los grandes estrenos de la temporada de verano, en parte también porque HBO ha diseñado una inteligente campaña mediática. Desde hace meses ha venido anunciando el documental de un personaje archiconocido, creando en el espectador el anhelo de disfrutar del sabor culpable de un helado de los veranos mozos.
El primer capítulo no incluye revelaciones extraordinarias, porque estamos ante un personaje que se expuso a diario y al que se escrutó en todos los ámbitos. Sí incluye un buen puñado de imágenes de archivo perfectamente ensambladas con el testimonio de quienes lo vivieron y lo sufrieron, con el objetivo de fijar un canon de lo que fue Gil.
El primer capítulo de El Pionero termina con la victoria del G.I.L. en las elecciones a la alcaldía de Marbella y del Atlético de Madrid en la Copa del Rey. A pie de campo, Schuster le dedica el título, y en ese momento, dice Futre, piensan que “todo es posible con este hombre”.
“Yo no soy el salvador de nada. No actúo en plan paternalista. Me voy a dejar la piel. ¡Soy uno más!”, les dice a los marbellís en un mitin. Pero no todos se dejaron embaucar. “¿Sabes por qué quiero ser alcalde de Marbella?”, le pregunta a un paisano. “Porque me gusta esto”, se responde a sí mismo, antes de añadir: “Porque tengo intereses como tú”. “Por ahí van los tiros, señor Gil”, espeta el hombre.