Erase una vez un tiempo, que duró casi trece décadas, en el que las quimeras, ilusiones y fantasías se vivían en compañía. Todos juntos en un espacio cerrado. Frente a una enorme pantalla blanca, donde era inconcebible nada que no fuese posible. La visión comunitaria de los hermanos Lumière había vencido y se impuso a la individualista de Edison.
Durante muchos, muchos, muchos años, al menos una vez por semana, soñábamos despiertos en compañía de los otros. En estos últimos tiempos Edison puede que gane su revancha para que ya no soñemos juntos. Ahora, dormimos solos frente a una minúscula pantalla.
Víctor Erice no necesita presentación porque ya forma parte de la historia universal del cine. Desde 1973 ha realizado una película cada diez años (El espíritu de la colmena, El Sur y El sol del membrillo), pero para la más perfecta y magistral de todas, Cerrar los ojos, ha necesitado tres décadas.
En ella hay una figura recurrente y primordial en la narración. Una metáfora en forma escultura de una cabeza con dos rostros. Ella pertenece a Jano, dios de la antigua Roma, que con estos dos atributos evidencia la doble naturaleza de cada uno: la puerta (adentro/afuera), la llave (abierto/cerrado) y el comienzo (inicio/final). Enero (Ianuro) se estableció en honor a Jano, este dios de las puertas y entradas, que simbolizaba el inicio y final de todas las cosas. Con un doble rostro, en el que una de sus caras mire hacia al pasado, y la otra hacia el futuro.
El cineasta vizcaíno aborda el paso del tiempo junto a la desaparición del cine, al dirigir su mirada al pasado para proyectarse hacia el futuro. Como debería hacerlo Manolo Solo, proyectándose también en la obtención de su segundo Goya. Su papel es de clase magistral y será muy difícil que alguien puede superar esta deslumbrante interpretación en esta edición. Y su misma altura Ana Torrent y José Coronado.
Para abordar este tema Víctor Erice señala con sutileza tres momentos significativos en su historia. La trama de Cerrar los ojos es la búsqueda, por parte de un cineasta, del actor de su último proyecto cinematográfico. El filme comienza con unas secuencias filmadas de la citada película, situada alrededor de 1947 en Francia, cuna del cine. Y es justo en torno a este año que se instala plenamente la pequeña pantalla. En 1948 se inicia la primera programación de la televisión en nuestro país.
Esta película se titulaba, muy significativamente, La mirada del adiós, y su rodaje era de 1990. Década que marca otro hito en el tránsito del cine tradicional hacia otras formas de rodaje. Desde los 80 se inician las pruebas con cine analógico y, en muy poco tiempo, el soporte que casi se había mantenido un siglo, comienza a desaparecer.
Por último, la búsqueda del cineasta en Cerrar los ojos se desarrolla en 2012. Año en que Netflix, completando su expansión mundial, se instaló también en Europa.
Víctor Erice mire hacia al pasado para intentar adivinar también el futuro. Nos habla del transcurso del tiempo, del papel del cine en la memoria y de todo lo que él lleva consigo. El cineasta, a través de esta obra maestra del tiempo de la gran pantalla, se cuestiona una duda que parece atravesar las fechas indicadas en su película.
Todas de unos momentos (la guerra fría d ellos 50, el liberalismo expansionista y devastador de los años 90 o las crisis sucesivas de los primeros años del nuevo siglo) en los que el cine se encuentra en declive, al mismo momento que la sociedad también se individualiza, aísla y pierde su unión social. ¿Dos consecuencias paralelas? ¿O efecto casual una de otra?
El cine desaparece cuando cerramos los ojos. Pero, ¿y si somos nosotros los que desaparecemos cuando cierran los cines? ¿Cuándo ya nos seamos capaces de vivir sueños juntos, de reunirnos sin distinciones en una sala, sin cohabitar escuchando las historias de los otros (sus miedos, sus anhelos y sus esperanzas)? Sin lugar a dudas, Víctor Erice es un maestro del cine, pero también es un magnífico filósofo, que escribe teorías con imágenes. Las más bellas del cine español.