Ivo Ferreira lleva a la pantalla una novela epistolar de António Lobo Antunes. El amor, la guerra, la palabra leída y una impresionante fotografía en blanco y negro se trenzan en una nueva joya del cine portugués.

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18 Jun 2017
Juan Antonio Bermúdez
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Cartas da Guerra (Portugal, 2016). Director: Ivo Ferreira. Guión: Ivo Ferreira y Edgar Medina, sobre una novela de António Lobo Antunes. Música: António Pedro. Montaje: Sandro Aguilar. Fotografía: João Ribeiro. Reparto: Miguel Nunes, Margarida Vila-Nova, Ricardo Pereira, João Pedro Vaz, João Pedro Mamede.

De una novela epistolar de António Lobo Antunes, eterno y merecido aspirante al Nobel, nace esta joya, estrenada con demora y alevosía veraniega en la cartelera española año y medio después de pasar por la sección oficial de la Berlinale 2016.

El protagonista, médico militar portugués en la Guerra de la Independencia de Angola y escritor en ciernes, es un reconocible trasunto de Lobo Antunes. Como él, se llama António. Como él, evoluciona en medio del horror de la batalla colonial desde una desideologizada comodidad burguesa hasta una empatía revolucionaria que ilustra con claridad el preámbulo de los claveles del ejército portugués.

La fidelidad al origen literario contradice uno de los dogmas más toscos de los sacamuelas de la narrativa audiovisual. La voz de la destinataria de las cartas va leyéndolas en off durante todo el metraje. La palabra leída se convierte así en un recurso cinematográfico tan válido como cualquier otro, excepcionalmente hermoso cuando, como ocurre aquí, el temblor literario del texto rebosa su soporte y se trenza con las imágenes para multiplicar sus sugerencias.

En esa simbiosis entre la literatura como herramienta audiovisual y el cine como canal poético fluyen secuencias conmovedoras, como la que muestra en paralelo, bajo la preciosa retahíla de sus nombres íntimos (readaptada al tráiler), el amor en soledad de los dos amantes separados por la guerra. Es fácil llamar ahí a la memoria de aquella escena cumbre del erotismo cinematográfico, en L’Atalante, la ópera póstuma de Jean Vigo, en la que los dos amantes se desean también en la distancia, desunidos en aquel caso por la rutina y el deslumbramiento de la gran ciudad.

Pero la urdimbre entre banda sonora e imagen va más allá de la palabra para cruzar también los sonidos por encima del espacio representado, expandiéndolo, desbaratándolo, como cuando el silbido del afilador que entra por las ventanas del hogar lisboeta de los protagonistas se prolonga unos segundos sobre el campo africano de los planos siguientes.

La novela original propicia una valiosa suma de elementos pero no es, sin embargo, una inquilina vampírica. Si fuera posible tomar las imágenes como piezas autónomas, sin la guía narrativa y poética de las cartas en off, la película también resultaría emocionante. Despojada incluso de cualquier contexto, la fotografía de João Ribeiro impresiona.

El blanco y negro de retratos y paisajes africanos se comprende como una decisión tan ética como estética. Y lo mismo ocurre con otras muchas opciones artísticas de la película y con su mismo desarrollo argumental, que deja muchas más preguntas abiertas que respuestas.

Desde la indisoluble memoria individual y colectiva, Cartas de la guerra se puede emparentar con Tabú (Miguel Gomes, 2012). Comparten de hecho su vínculo con la mítica productora O Som e a Fúria. Pero arraiga en una tradición más amplia y muy viva. Con una envidiable coherencia creativa, el cine portugués contemporáneo sigue haciendo una sana revisión de la (mala) conciencia postcolonial, muy por delante de otras cinematografías, como la francesa o la británica, en las que también sería deseable esa contribución.


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