Warner y Mediapro rodarán para Netflix una de esas historias de un pasado que, a la luz de hoy, se ve lejanísimo. Es la historia de la primera brigada policial especializada contra el narcotráfico, el único con “denominación de origen”: el Grupo Especial de Investigación de Estupefacientes ‘Costa del Sol’ empezó incautando chinas y porros de hachís en 1976 y acabó en las portadas de los periódicos.
Hoy, las incautaciones de apenas unos cientos de gramos parecen peccata minuta comparadas con las dos toneladas que llevan las gomas que cruzan el estrecho y los 145.000 kilos que se incautaron en 2016 sólo en el Campo de Gibraltar, pero el recuerdo de este protonarcotráfico andaluz tiene el sabor de lo añejo y la utilidad de que permite comprobar cómo hemos cambiado. También llega en la estela del éxito de Narcos, primero, y Fariña, recientemente. Está de moda hablar de narcos y policías y Brigada Costa del Sol explorará esa veta. El nombre de la serie no es definitivo, porque cuando se anunció el proyecto el sector turístico puso el grito en el cielo por la devaluación que podía sufrir la marca Costa del Sol.
“Hoy en día, ¿quién se acuerda del grupo? Sólo los de mi generación”, respondió en 2009 el comisario José Cabrera en una entrevista. Él era uno de los integrantes de aquella brigada y acababa de presentar un libro, Vivencias de un policía. Tráfico de drogas en la Costa del Sol 1976-1992. Casi diez años después, el grupo se reencarnará en actores con el tirón popular de Hugo Silva o Jesús Castro y a la que se le augura incluso alcance internacional, vista la potencia de los coproductores: Mediaset, Warner y Netflix.
Brigada del Sol está creada por Pablo Barrera, Fernando Bassi y Juanjo Garcí y escrita por el propio Barrera con Alberto Macías, Carlos Molinero, Nico Romero y Chus Vallejo. Cari Fernández y Jorge Hernández han sido los documentalistas de esta historia anclada en una brigada policial real.
Starsky y Hutch en la Costa del Sol
Puede que en la recuperación de la memoria de esta brigada policial haya tenido que ver el libro de Cabrera y también un documental posterior producido por RTVE en 2011, Los que caminan solos. Allí se cuentan cosas que, perdónese el tópico, pensamos que sólo pasan en las películas. El documental traza un retrato personal y profesional de aquellos policías, que salían a la calle cantando su propia canción. Era de Los Llopis, se llama La Puerta Verde y decía así: “Otra noche más que no vuelvo, otra noche más que se pierde”. Se referían, claro, a las noches que pasaban lejos de casa, en busca del alijo y del narco.
Al principio de todo fue el hachís. La Costa del Sol en los 70, con sus fiestas llenas de turistas ávidos de desparrame, era el lugar propicio para poner en marcha un grupo así. La cuestión fue el cómo: un par de salas de diez metros cuadrados, sin ventanas y en unas condiciones lamentables, fue su centro de operaciones. Gonzalo Prieto, Fernando Camacho, Pepe Cabrera, Marcos Martínez, Ricardo Ruiz Coll, Cecilio Oliva, Luis de la Torre y Martín Bolaños fueron los integrantes de aquel grupo. “Teníamos un poquillo de Starsky y Hutch, las chupas, las sobaqueras con los mágnum…”, recuerda Ruiz Coll en el documental.
Cuando comenzaron ni siquiera sabían muy bien qué era el hachís, “algo de los legionarios o que se veía en las películas americanas”, así que los enviaron a Madrid a que se enteraran. Coger a alguien fumando un porro o una chinita ya era un éxito, pero poco a poco fueron adquiriendo experiencia y confidentes. “He sido partidario trabajar siempre sobre el filo de la navaja, en la línea que separa el bien del mal, que es muy difícil… Si había que cerrar los ojos y luego el confidente que nos daba 500 kilos había que hacerlo así”, ilustra Ruiz Coll en ese documental.
Pronto cada uno asumió un rol: el que se disfrazaba, quien conducía, quien se ganaba la confianza de los narcos por carisma y verborrea… Lo que les faltaban eran medios: se desplazaban en un Seat 850 hasta que intervinieron un Porsche, hablaron con el juez y lograron quedárselo. Les sirvió para sus operaciones encubiertas, igual que un maletín que rellenaban, sí, con dólares falsos y recortes de periódico.
Los gibraltareños y los primeros yonkis
Igual que ocurrió en Galicia, hubo un momento en que los contrabandistas gibraltareños entendieron que el negocio estaba en la droga. Fue entonces cuando a la brigada Costa del Sol le llegó su caso definitivo. En diez días de escuchas empezaron a descubrir entregas de 400 kilos. En aquel tiempo, una barbaridad. A la brigada le llegaron los reconocimientos desde los periódicos y desde el propio cuerpo y su nombre empezó a estar en boca de todos, también de los narcos. Pocos agentes tienen más distinciones y felicitaciones públicas.
La llegada de la heroína a finales de los 70 fue otro punto de inflexión, porque significaba internacionalizar el tráfico. De los pescadores y pequeños grupos locales se había pasado a las mafias francesas o italianas. Pronto llegaría el primer muerto, un chaval que apareció con una jeringa clavada en el brazo bajo el Puente de la Aurora; después, la primera intervención en un chalé de Pedregalejo, donde veinte yonkis acababan de meterse su pico recién llegado de Holanda. El sistema era sencillo: las mafias bajaban la heroína desde Europa y la cambiaban por el hachís recién llegado de Marruecos.
Pronto el grupo tuvo que realizar seguimientos por toda España y llegaron los roces y la desconfianza de los compañeros de otros lugares. En el documental recuerdan cómo dejaron un alijo de 500 kilos de hachís a la puerta de un comisario balear que había desconfiado de la operación.
1980: la cima de su carrera
En 1980 recibieron un premio que solían citar como la cima de su carrera: el máster de popularidad, sea lo que sea, demostraba que su trabajo tenía consecuencias, en muchos casos a costa de su propia vida. “Muchas noches salíamos a la caza y captura de los malos y terminábamos tomando una copa porque no los encontrábamos”, recuerda Ruiz Coll.
Hay que tener una conexión especial para, después de dos días sin pasar por casa, aguantar ocho horas en un coche con un compañero al que quizá le huelen los pies. Sus familias no sabían en qué sórdido piso estarían dándole el pego al narco o en qué chalé estarían interviniendo a punta de pistola. A muchos el trabajo les costó el matrimonio o su pareja. Son varios los que admiten que no repetirían.
En 1982 empezaron a dispersarse y el grupo ya nunca fue el mismo. “Había que tener mucha vocación para trabajar ahí. Pero si te gustaba, no había mejor sitio para estar en ese tiempo”, dice Martín Bolaños en el documental. Algunos han fallecido, pero los demás volverán a escuchar, cuarenta años, aquella canción de Los Llopis, esta vez en la pantalla de la televisión.