Mis padres Antonio y María Teresa se casaron en 1979. Lo hicieron por lo civil en una época en la que aquello no sólo no estaba de moda, sino que estaba mal visto. Incluso por su propia familia.
Ese mismo año en que contrajeron matrimonia y con mi madre ya embarazada, fueron al cine a ver una película que les marcó enormemente. Novecento había estado prohibida en España y por fin llegaba a las salas.
Cuando nací unos meses más tarde, ya en 1980, mis padres decidieron no bautizarme ni otorgarme un nombre propio del santoral español. Ambos siempre fueron a contracorriente y fueron coherentes con sus valores y opiniones. Siempre he admirado de ellos ese activismo de acción y no de palabra que hoy, lamentablemente, está tan de moda.
Pero su decisión hizo que yo de pequeño no tuviera un padrino que se acordara de mi santo ni me hiciera regalos. Sin embargo, el tiempo me dio algo mejor; mucho mejor. Tres padres: dos biológicos y uno onomástico y cinematográfico.
Ayer falleció el tercero de ellos, Bernardo Bertolucci, conocido mundialmente como uno de los mejores directores europeos de la historia, pero a quien yo debo una cosa más mundana pero para mí importante: mi nombre.
Me llamo Olmo porque él un día decidió llamar así al personaje de Gerard Depardieu en su monumental Novecento. Una enfermedad estaba acabando con todos los álamos negros (Olmos) de Italia y quería preservar su memoria de alguna forma. Su manera: personificar el carácter, robustez y majestuosidad de los Olmos en Olmo Dalcó.
Me llamo Olmo igualmente, porque mis padres, Antonio y Teresa, eran y son unos enamorados del cine y la magia de la sala oscura hizo que ambos decidieran trasladar los valores de aquel personaje llamándolo Olmo si su primer hijo era varón. Tuve la enorme suerte de poder contarlo hace seis años y plasmarlo en un corto que, por fortuna y pese a sus problemas de salud, Bertolucci pudo ver.
Y aquí me encuentro hoy escribiendo estas líneas en su memoria, 38 años más tarde, a miles de kilómetros de distancia de casa, rodando una vez más cine, contando nuevas historias y apartado de mi familia porque tres personas llamadas Antonio, Teresa y Bernardo me metieron el veneno de este oficio por dentro. Y lloro mucho la pérdida del tercero.
Por fortuna, la grandeza del cine es que el fotograma (antes, fotoquímico y hoy, digital) representa para los cineastas lo que la momificación representó para los faraones: la vida eterna. Y es que Bernardo nunca se irá definitivamente. Su cine quedará siempre con nosotros.
Que descanses en paz, Bernardo.
Puedes ver el corto Me llamo Olmo (Olmo Figueredo) en este enlace