450 horas condensadas en 86 minutos. Un trabajo “titánico” de liberación, donde Amaya Villar ha soltado amarras, se ha desprendido de culpas y ha abrazado, a base de humor, una visión más amable, menos dura de sí misma.
Contigo, contigo y sin mí entronca así con un discurso contemporáneo sobre la liberación del perfeccionismo de género y que está tan presente en éxitos cinematográficos como Barbie. Los celos, el engaño, la culpa. Un tratado personal del amor que este 17 de noviembre llega a la sala Embajadores (Madrid) y tendrá más pases especiales en otras ciudades.
Esta producción de Potenza Producciones y Magnética Cine es candidata a los Premios Goya y los Premios Feroz.
¿De qué impulso nace tu historia?
De un impulso de mucho sufrimiento, de querer quitarme la culpa… de ahí nació hace diez años el primer germen de la película. De todo lo que sucedió en Cuba. De todas las promesas y convicción personales que chocan con la realidad.
¿Hasta qué punto nos cargamos de peso y culpabilidad?
Hoy que relaciones son tan fluidas y los límites son menos visibles, esta culpabilidad puede parecer obsoleta, pero han pasado diez años y la película muestra esa evolución.
¿Es un relato de liberación?
Totalmente. A la vez que hacía la peli, me he liberado de esos anclajes, de esa confrontación entre lo que debíamos hacer y lo que hacemos. Esa explosión entre los anhelos y frustraciones.
¿Hay una cierta tristeza en esa recuperación de las cintas que grabaste a tu novio antes de irte a Cuba, al modo de MI vida sin mí de Isabel Coixet?
Es verdad que el germen de esta película es ese videodiario, que hice antes de irme a Cuba. Ese sentimiento se quedó para siempre y de manera permanente. Cuando yo lo revisé, en 2019, que me presenté a las Residencias de la Academia de Cine española, el teaser estaba basado en el material de Cuba y se llamaba: Culpa. Año 0. Al permanecer en el tiempo choca contra cualquier presente. Y todo lo que queda para siempre nos genera, inevitablemente, cierta nostalgia.
Es el título una referencia a Mi vida sin mí (Isabel Coixet)… ¿por qué?
Yo creo que, sobre todo, en el empleo de las cintas y en hablarle desde el presente al futuro, que ya será pasado cuando sea visto. Es un hilo entre presente, pasado y futuro muy fuerte. Esas ganas de convencer, de mandar amor al futuro, que hacía el personaje de la madre en Mi vida sin mí y que yo también hacía…. aunque luego se chocara con la realidad. En la película de Coixet, ella sabe que va a pasar algo muy malo y yo también lo preveía pero no quería creerlo. Ese peligro inminente estaba en las dos películas.
Se habla mucho de etiquetas en la película: ¿Qué tienen de positivo y de negativo?
Aunque en el final reniego de ellas, las etiquetas ayudan pero también te atrapan. Es como cuando surgen enfermedades raras, que quieres saber qué tienes. Si tiene una etiqueta, a alguien más le pasa. Nos sentimos más parte del grupo que está bajo esa etiqueta. Atrapa estar bajo esa etiqueta. Las etiquetas son para ponérselas, quitárselas y liberarse.
¿Es importante dejar de obligarnos a ser perfectos?
Es muy importante. A mí me ha costado casi diez años obligarme a dejar de sentirme perfecta, de sentir la culpa. Le ocurre mucho a las mujeres, sobre todo a las personas perfeccionistas y sensibles, este mandato de ser perfectas y hacerlo todo bien… cuando te liberas de él es un nuevo mundo. Me ha liberado a raíz de hacer la película, pero creo que será un proceso que seguiré para siempre.
La liberación del perfeccionismo, relacionado además con el género, parece un discurso muy presente y que está en películas de tanto éxito como Barbie (Greta Gerwig).
Barbie toca eso y me gustó mucho que lo tocara y las liberara del perfeccionismo, que estuviera presente esa parte educativa detrás de la marketiniana.
La verdad, una vez despierta, no vuelve a dormirse (Jose Martí) aparece en tu película, durante tu estancia en Cuba. ¿Qué verdad buscabas tú?
Al hacer la película, buscaba definir las relaciones amorosas, sus fases, cómo actúa el cerebro. También leí muchos libros de neurociencia, busqué cómo habla la filosofía del amor. En definitiva, buscaba la verdad del amor y de cómo nos relacionamos. Quería hacer una aproximación desde todos esos lados. Yo tenía muy clara mi verdad, la fidelidad, y ahora no tengo tan claros los límites.
Hay una fascinante mezcla de animación y documental: ¿Por qué apostaste por este formato?
Soy profesora universitaria de animación, de motion graphics, y no paro de tener referentes de ese tipo. Muchas cosas se expresan mejor con imágenes que con palabras. Incluso con imágenes que no pertenecen al mundo real, como la caída al vacío del engaño, que es como entrar en el túnel de Alicia en el país de las maravillas. Entendí que esta peli me expone mucho, así que por respeto a mis ex parejas quería protegerles y usé la rotoscopia, trabajando con María Pareja, alumna mía que ha ganado un Premio Annie. Conté con ella para que diseñara estas rotoscopias y con otros tres alumnos para que me ayudaran. Ha sido un proceso bonito y colaborativo. El carácter híbrido de la película le ha permitido ser más expresiva. Creo que he conseguido lo que quería: trasladar lo onírico a la película.
“La vida es una mierda y mal montada” (Fernando Trueba) o ”La vida, con montaje, es más amable”. ¿Es así?
Si somos crudos, me quedo con Trueba, pero también es verdad que yo no puedo evitar querer un final feliz. Tengamos en cuenta la frase de Trueba, pero vamos a remontarla, porque la vida al final puede tener un final más amable. Soy optimista, una persona muy positiva.
¿Apuestas por el humor para salvar esa posible tragedia que es la vida?
Yo creo que sí. No me di cuenta de que la película tiene esos puntos más cómicos. Según se lo fui enseñando a gente y a proyectarlo en salas de cine, vi que hay momentos en los que la gente se ríe mucho. Hay gente que me dice que ha llorado mucho y que se ha reído mucho. Sin querer, para combatir cualquier tristeza, me sale este lado cómico. La risa es el mejor antídoto, la vida ya es suficientemente cruda. Este homenaje que hago al montaje es una tabla de salvación, al convertir la vida en tragicomedia.