Icono, referente para el público y otros cineastas y artífice de un universo propio que perdura en el imaginario colectivo –logro que pocos creadores han alcanzado–, el cineasta bilbaíno Álex de la Iglesia ha sido este viernes el último protagonista del ciclo Voces Esenciales del Festival de Sevilla.
En una sesión celebrada en el abarrotado patio del CICUS, el director, guionista y productor –en esta última faceta visita Sevilla, como artífice en ese terreno de La piedad, segundo largometraje de Eduardo Casanova que se proyecta este viernes en el Teatro Lope de Vega en el marco del certamen– ha compartido con el numeroso público –lleno de jóvenes– algunas de las claves que explican la capacidad que ha exhibido durante toda su carrera de conectar con distintas generaciones de espectadores.
Autor de Acción mutante (1992), El día de la Bestia (1995), Muertos de risa (1999), Balada triste de trompeta (2010), y más recientemente de Veneciafrenia (2021), El cuarto pasajero o la serie de HBO 30 monedas (2020, con una segunda temporada prevista para 2023), De la Iglesia ha sido también un motor esencial de la industria cinematográfica española.
Acompañado por la periodista Charo Ramos, coordinadora de Voces Esenciales, que ha calificado a De la Iglesia como un “referente para cineastas españoles por su manera de hacer cine desde España con vocación internacional”, y por el crítico, gestor cultural y docente Fran G. Matute, que ha recordado que una de las películas del director, Crimen ferpecto (2004), fue rodada en Sevilla, concretamente en los céntricos y hace tiempo desaparecidos grandes almacenes Vilima.
Mano a mano con el amigo Urbizu
Con el humor y la alergia a la solemnidad que le caracteriza, De la Iglesia ha afirmado, a propósito de su presencia en un ciclo titulado Voces Esenciales, que en su carrera ha logrado “hacer ruido”, pero que no cree que haya “nadie esencial”.
Su éxito, ha añadido, ha sido “un acontecimiento muy relacionado con la suerte y sobre todo con el enconamiento en las intenciones, porque soy muy persistente y no se me tumba fácilmente aunque me digan no cien veces, yo sigo y sigo y sigo hasta lograr hacer, si no exactamente lo que quiero hacer, al menos algo muy parecido a lo que quiero hacer”.
“Los motores que me han movido han sido, fundamentalmente, la envidia, los celos, la rabia de decir: otros lo están haciendo y yo no”, ha confesado en tono burlón sobre sus comienzos en el cine y el paso de ser un voraz espectador de cine y lector de tebeos a colocarse tras la cámara. “Seguramente tengo el alma emponzoñada y putrefacta, pero así fue —ha continuado–. Enrique Urbizu y yo éramos muy amigos, hacíamos vídeos en Super8 todo el rato, nos pasábamos los días discutiendo sobre cualquier tema, o sea, lo que haces cuando eres joven y las cosas te importan con intensidad. Hablábamos de cómo Carpenter era mucho mejor que Ridley Scott, sobre literatura, sobre maneras de vivir… Y un día, de repente, me enteré de que Enrique iba a hacer una película. Lo pasé fatal, eso me quitó el sueño durante tres o cuatro noches… A raíz de eso, descubrí que era posible, que aunque era muy difícil, porque el cine es un arte carísimo de hacer, era posible”.
Después de rodar algunos cortos puramente amateurs, el cineasta pudo rodar su primer corto en serio, Mirindas asesinas, que atrajo tanto a Pedro Almodóvar, que decidió producirle, a través de El Deseo, su primer largo, Acción mutante.
Después llegaría El día de la Bestia, una de esas películas que marcan a una generación entera, y un prácticamente un ovni en el panorama cinematográfico de nuestro país a mediados de los años 90. Y el resto, como suele decirse, es historia…
Un imaginario inmediatamente reconocible
Si hay algo que comparten las películas del bilbaíno, pese a ser “cada una de su padre y de su madre, porque yo intento siempre hacer algo distinto”, es su imaginario entre el esperpento y la comedia negra. “Si somos sinceros, nosotros somos el reflejo de lo que se nos pone por delante en la vida, y ahí hay tanto experiencias personales como imágenes. El caso es que me hace gracia cuando a algún director le preguntan por sus influencias y dice: oh, pues Eisenstein, Wilder, Ford, por supuesto el expresionismo alemán… ¡Pero pedazo de anormal, si sólo estás citando a los grandes del cine que todos sabemos cuáles son, qué tienen que ver esos directores con tu vida! Tú eres más de Paco Martínez Soria, ese sí que te influyó, porque te has hartado de verlo de pequeño, te guste o no”, ha manifestado.
“Pero claro, a Paco Martínez Soria no lo citas, ni a Lina Morgan, ni los programas de Mediaset de la tarde, aunque los tengas presente a diario. Yo sostengo que eso te influye mucho más que Fritz Lang, igual que te influye mucho más que Fritz Lang el señor con el que te cruzas todas las mañanas en el ascensor. Yo puedo dar una lista de los directores que más me gustan, pero francamente no sé si alguno de ellos verdaderamente me ha influido”, ha añadido.
Hitchcock, Fellini y el cine popular de los 80
Naturalmente, todos los presentes estaban interesados en conocer las principales inspiraciones del cineasta, ya fueran puramente cinematográficas o sentimentales, y él ha expuesto varias: “Dicho todo esto, a mí me ha interesado siempre el cine costumbrista español y ver hacer cosas increíbles a gente muy normal, algo que ya dijo Hitchcock hablando de su cine, en el que siempre había un pobre hombre metido en una historia tremenda. En fin, no os voy a hablar de ninguna película checa superdesconocida del año 1937. Adoro los años 50 y 60 de Hitchcock, esa edad de oro en la que rodó Con la muerte en los talones, Vértigo, Psicosis, La ventana indiscreta… Para mí, éstas siguen siendo las películas más perfectas que se han hecho”, ha explicado De la Iglesia, que en materia de terror considera como la obra “más perfecta” El exorcista de William Friedkin.
“Y citaría también a Fellini, para mí el cineasta más cineasta de todos los cineastas europeos –ha proseguido, con su habitual y contagioso entusiasmo–. Las suyas no son películas, son partes de un mundo: tú no ves una película, estás en una película, y esto se siente muy claramente en un film como Amarcord. Ese es el tipo de cine que me gusta. Me gusta también John Ford, pero prefiero a Anthony Mann. Sydney Lumet me vuelve loco: no tiene ninguna película extraordinaria, pero todas son buenísimas y además no necesitaba tener un estilo determinado. En cine de acción, me quedo con Don Siegel. Y luego está, por supuesto, el cine de los años 80, el que cambió mi vida. Todas las semanas veías una peli que parecía la mejor que se había hecho hasta entonces, pero es que el siguiente fin de semana llegaba otra y pensabas lo mismo: Indiana Jones en busca del arca perdida, Blade Runner, Alien, el Superman de Richard Donner, E.T., Encuentros en la Tercera Fase, Los Goonies, La cosa, De Palma, Scorsese… Era un cine que parecía infinito, daba la sensación de que nunca iba a acabarse, pero de repente se paró, dejó de hacerse cuando la gente se limitó a copiar lo mismo una y otra vez”.
Su gran maestro español
Tratándose de un cineasta español, como ha recordado Fran G. Matute, es inevitable que muchos emparenten el cine de Álex de la Iglesia con el linaje de los Ibáñez Serrador, Berlanga o Buñuel. Y con éste último se queda el bilbaíno, si sólo pudiera escoger uno: “El ángel exterminador es una de esas películas que te cambian la vida. Yo sentí, viéndolo, que en el interior de ese film había un mecanismo por el cual yo podría interpretar la realidad. O esa imagen de Simón del desierto, con un atáud corriendo a toda hostia por el desierto…”.
“Yo siempre busco, como espectador, ese momento en el que el cine se convierte en vida. Es decir, como he dicho antes, cuando estás viendo una película y sientes que no sólo la estás viendo, sino que estás dentro de ella. Por eso cuando se habla de que meto guiños en mis películas, yo siempre digo que no lo son, son experiencias vitales que me han marcado profundamente, que me han aportado claves para entender la vida. A mí la vida me parece una broma pesada, una broma macabra, porque al final todos morimos. ¿Que siempre hago comedia negra? ¡No te jode, pues claro!”.
Contra lo lento y lo aburrido
Sobre el cine de arte y ensayo, experimental o de permanente marca autorial, el cineasta ha sido siempre claro. “Yo no intento cambiar el mundo con mi perspectiva de la vida y todo eso”, ha recordado antes de rematar: “Me parece que lo más importante es entretener”. “¿Cómo me llevo con el cine de arte y ensayo? Pues mira, bien, pero si son buenas películas, y hay muy pocas buenas. De los veinte autores que están de moda en cada momento entre la crítica, a lo mejor me interesa uno. Y sólo a ese, a lo mejor, le dejo ser pesado. Ni siquiera Shakespeare era pesado, y mira que tenía cosas que decir de la condición humana. Pues resulta que El rey Lear le gusta hasta a mi madre”.
“Sencillamente –ha continuado– no es necesario que una película sea lenta. Se trata de una cuestión de generosidad y de respeto al espectador: si tienes algo que contar, cuéntalo de una manera clara. Cuando una película es muy pesada, está llena de guiños a esto y lo otro o incluso no tiene una trama como tal, lo que ocurre es que le das tiempo al espectador a construir su propia película. Yo creo que por eso los críticos se hacen sus propias películas, porque se aburren, y acaban encontrándole veinte patas al gato. Yo, en cambio, pienso que una película es mejor cuanto más atento tengas que estar para no perderte nada. Creo que el cine es bueno cuando no tienes que analizarlo, y Nicholas Ray es un buen ejemplo de ello: en sus películas no tienes tiempo de saber qué está pasando porque, si te paras a pensarlo, ya ha pasado”.