La buena acogida de la ópera prima de Benito Zambrano en la Berlinale de 1999 y en su distribución posterior supuso un golpe de autoestima trascendental para la cultura audiovisual andaluza.

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17 Feb 2019
Juan Antonio Bermúdez
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Se cumplen este 18 de febrero de 2019 veinte años exactos del estreno de Solas en el Festival de Berlín, donde consiguió además el Premio del Público en la sección Panorama. Aquella buena acogida en la prestigiosa Berlinale marcaría el inicio de una notable carrera para el director y para la propia película, convertida en histórico punto de giro, en símbolo del (re)nacimiento del cine andaluz, tal y como podemos entenderlo hoy. Con la perspectiva que dan estas dos décadas, es buen momento para reflexionar sobre qué tenía de especial la ópera prima de Benito Zambrano y qué teclas tocó para desencadenar un despegue de la producción en un contexto en el que el cine siempre había sido una peripecia esporádica.

El añorado Ángel Fernández-Santos, quizá el crítico que mejor representó durante décadas en España una deseable alianza entre la visión intelectual y la sensibilidad popular, la resumía así en su crónica para El País tras el pase en Berlín: “El dúo madre-hija que bordan en su cubil sevillano María Galiana y Ana Fernández, terciado por el vecino asturiano Carlos Álvarez Novoa, y complementado por Antonio Dechent, Paco de Osca y todos y cada uno de los fugaces intérpretes de paso que van desfilando a lo largo de los tramos del idilio de las dos mujeres protagonistas, logra convertir a la pantalla de Solas en un foco de contagio que conmueve y cautiva“.

Es una película de personajes, es obvio recordárselo a cualquiera que la haya visto. Y una de las principales bazas de Zambrano fue rellenar de vida su trío principal con tres actores excelentes y desconocidos hasta entonces para el gran público: Galiana, la madre, había trabajado de forma eventual en el cine de los 80 y los 90, pero su ocupación básica, como ha contado muchas veces, había sido la enseñanza, como profesora de Historia del Arte en un instituto de bachillerato; Fernández, la hija, era sobre todo conocida por ser “la chica del tiempo” de Canal Sur; y Álvarez-Novoa, el vecino, asturiano afincado en Sevilla, tenía una sólida carrera teatral pero apenas había aparecido en la gran pantalla.

Pero además de los tres protagonistas, el resto del equipo artístico y prácticamente todo el cuadro técnico de la película estaba formado por andaluces, algo infrecuente, por no decir insólito, hasta entonces: el malagueño Antonio Meliveo compuso la banda sonora; la cordobesa Lala Obrero se encargó de la dirección artística; la fotografía fue responsabilidad del también malagueño Tote Trenas; la sevillana Paca Almenara era la jefa de maquillaje y otros dos sevillanos, Jorge Marín y Daniel de Zayas, integraban el equipo de sonido. Y como cúspide de ese equipo, Antonio Pérez, un productor que tuvo la valentía de apostar por un proyecto tan arriesgado como trascendental.

Desde luego, no es justo ni exacto afirmar que el cine andaluz nace con Solas. Un año antes, en 1998, Pilar Távora, otra cineasta con méritos más que sobrados para figurar con grandes letras en la historia del audiovisual andaluz, había rodado una interesante versión de la Yerma de García Lorca. El mismo Antonio Pérez habia fundado su productora, Maestranza Films, a finales de los 80 y había afrontado en 1994 la producción española más cara hasta esa fecha: Belmonte. Y el director de este biopic taurino, Juan Sebastián Bollaín, había acompañado desde la Transición las osadas incursiones cinematográficas de Gonzalo García Pelayo, Víctor Barrera, Pancho Bautista, Fernando Ruiz Vergara y otros muchos pioneros en el intento de hacer cine en, desde y con Andalucía. Y eso por citar solo unos pocos referentes y sin fijarnos en todos los cineastas foráneos que rodaron antes en territorio andaluz.

El botón que Solas supo pulsar tiene también que ver precisamente con la separación consciente de cierta tradición de la representación andaluza sin renunciar a una reconocible expresión identitaria. En el cine, el imaginario de lo andaluz había sido configurado en gran medida desde fuera. Llegó por trasvase de la mirada que el viajero romántico había proyectado previamente en  la literatura y el teatro. Y además se había usado, especialmente durante el franquismo (pero también antes y después), para resumir la quintaesencia de lo español y aliñarlo con los tópicos de una simpática marginalidad: la siesta, la pereza, la guasa… La andaluzada (término reconocido por historiadores tan respetables como Rafael Utrera Macías) podría considerarse así apenas una variante metonímica de la españolada. Y los escasos intentos que se habían hecho desde el sur para subvertir ese imaginario recurrente (por ejemplo, la filmografía más experimental de Bollaín) no llegaron a conectar con un público amplio. Ni siquiera tenían esa intención.

La propuesta de Solas fue así tan popular como agitadora en ese contexto. Sus protagonistas viven una historia pegada a la vida de mucha gente de cualquier parte pero ellos son inequívocamente andaluces, entre otras cosas porque casi todos hablan sin vergüenza ni impostura un español de Sevilla. Y no necesitan pasear por el Patio de los Naranjos ni tocar la guitarra para quedar identificados como andaluces.

Pero además el argumento plantea una historia de empoderamiento femenino en una época en la que aún no estaba tan extendida esa reivindicación. Una mujer, todavía joven pero ya maltratada por la vida, se rebela contra un destino que parece encajarla entre la sumisión y la autodestrucción. Ella, María, rompe un círculo ancestral. Pero además consigue que sus compañeros en este viaje, su madre y su vecino, espanten también a la triste fatalidad, aunque sea momentáneamente, a través de algo tan antiguo y asimismo conmovedor como la solidaridad.

Hay algo en todo esto de reconocimiento social histórico a unas heroínas anónimas de lo cotidiano, hija y madre, en las que el cine español pocas veces se había fijado. Eso explica en buena medida que la película funcionase muy bien dentro y fuera de Andalucía. En los ASECAN, se rompieron los esquemas aquel año y Solas consiguió cinco galardones, cifra que ninguna otra obra había logrado. En los Goya coincidió con una hornada imponente: Todo sobre mi madre, La lengua de las mariposas, Flores de otro mundo, Goya en Burdeos o París, Tombuctú, la despedida del maestro Berlanga, entre otras cintas. Y obtuvo once nominaciones y cinco premios: Mejor Dirección Novel y Mejor Guion Original para Benito Zambrano; Mejor Actriz de Reparto para María Galiana; Mejor Actor Revelación para un sexagenario Carlos Álvarez-Novoa; y mejor Actriz Revelación para Ana Fernández.

Zambrano (Lebrija, Sevilla, 1965) era un chaval de pueblo ya entrado en la treintena que se había formado en la EICTV de San Antonio de los Baños, en Cuba, además de trabajar en la televisión autonómica y como fotógrafo en El Correo de Andalucía. Contó luego muchas veces los avatares que había tenido que superar para rodar su ópera prima: tras escribir el guion siete años antes, le habían ido dando portazos en muchas productoras. “No daban un duro por esta película, no nos hacían ni caso, hemos estado solos, porque la industria cinematográfica en Andalucía está subdesarrollada, y ahora no paran de llamar, ahora se enteran de que aquí también podemos hacer una película digna. Quizá es lo normal, pero no deja de sorprenderme” decía por ejemplo en esta entrevista. En 1998, por fin, una comisión del Ministerio de Cultura la avaló y en Maestranza Films apostaron por el proyecto, que contó con un presupuesto de 120 millones de pesetas (unos 700 000 euros).

Más allá de los premios y la buena acogida en sí, lo mejor fue ese golpe de autoestima para el cine andaluz en particular y para la propia cultura andaluza en general. Solas le abrió las puertas del medio a su equipo (aunque eso no significa que luego lo hayan tenido fácil) y convenció a una nueva generación de cineastas andaluces de que era posible hacer cine en su tierra. Solo un año después Alberto Rodríguez y Santi Amodeo dirigían su primer largo, El factor Pílgrim y lo hacían en Londres, pero con producción y equipo andaluz, casi como en una excursión. Y en los años siguientes llegarían otros pequeños pasos que irían consolidando la continuidad de la producción, base de cualquier industria: Carlos contra el mundo, El traje, Astronautas, Por qué se frotan las patitas… Pero eso ya da para otro artículo.


Un comentario sobre “Veinte años de ‘Solas’, punto de giro en la historia del cine andaluz

  1. Solas fue un referente en el Cine Andaluz. con una obra sencilla y a la vez magistral, donde Benito Zambrano supo combinar unos personajes muy profundo a nivel humano!!! Enhorabuena!!! A todo el equipo de Solas!!!
    Un abrazo muy fuerte!!????????

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