Todos tememos morir. Es pura supervivencia. Pero hay un temor peor: sufrir la muerte de un ser querido. Porque nosotros, una vez estiremos la pata, ya no tendremos más cosas por las que preocuparnos, eso queda para los demás. Sin embargo, cuando un ser querido se marcha, un pedazo de todo lo que era se queda en nosotros.
Es cierto que para el caminante no hay camino y que se hace camino al andar, pero es imposible no dejar de mirar atrás cuando alguien querido se nos va. El duelo por alguien a quien amamos puede durar mucho tiempo.
A la hora de abordar un tema como la muerte, se han escrito desde el inicio de los tiempos obras tristes como las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique; existenciales, como la película El séptimo sello o dramáticas (en general) como A dos metros bajo tierra.
En mayor o menor grado, en estos tres ejemplos dispares, la muerte aparecía de algún modo de forma trágica. Sin embargo, hay obras que desde una óptima menos dramática apuestan por una visión más natural, para explicar cómo nos afecta que un ser querido se nos vaya o que incluso se adelanta al sentimiento de duelo. Es el caso de Truman, la maravillosa película dirigida por Cesc Gay.
Truman nos cuenta las vivencias durante unos días de dos amigos que se reencuentran tras muchos años, cuando uno de ellos, Tomás (Javier Cámara), viaja desde Canadá para visitar a Julián (Ricardo Darín) en España. Con un perro como hilo conductor de la película, llamado ‘Truman’, compartirán momentos emotivos, cómicos y agridulces debido a la enfermedad que sufre Julián, al que le queda poco tiempo de vida.
El reparto principal lo completa Dolores Fonzi, como Paula, la hermana de Julián. A este trío de protagonistas, sin contar con el querido Truman, se añaden una categoría de personajes secundarios interpretados por actores en estado de gracia como Eduard Fernández, Elvira Mínguez, Àlex Brendenmühl, Javier Gutiérrez, Silvia Abascal, Susi Sánchez, Nathalie Poza, entre otros.
El trabajo de dirección de actores, como en otros filmes de Cesc Gay es impecable, aunque la acción es menos coral que en otros filmes (igual de estupendos) como En la ciudad o Una pistola en cada mano.
Lo que hace enorme a esta película es la apuesta formal, la naturalidad de la propuesta que plantea una historia clara y concisa, con un desarrollo muy preciso de la trama a través de las miradas sutiles, la penitencia interna y los abrazos no forzados.
Un relato que podría haber acabado en el melodrama excesivo y lacrimógeno, pero que en manos de Cesc Gay queda cargado de “vida”, con un enfoque elegante, honesto, tierno pero con momentos de humor y emoción.
La química entre los personajes y la complicidad entre los actores explota desde el inicio, con el primer encuentro, cuando Julián abre la puerta a su amigo Tomás que viene a visitarlo. Una mirada lo precede todo, una primera mirada basta para contextualizar lo que vendrá después. Es cierto que la película está plagada de estupendos diálogos, que están cuando deben estar y que desaparecen cuando tienen que dar hueco a las miradas y los encuentros. No sobra ninguna escena, ni siquiera la de sexo.
Quizás Truman sea una de esas pocas películas en las que la escena de sexo es pura narrativa, porque el amigo y la hermana del que se va a ir pronto convierten un encuentro sexual en un acto de revelación contra el dolor que les provoca la situación. Son dos seres heridos por lo terrible que vendrá y que termina culminando en una escena de sexo cargada de ternura.
Por otro lado, el perro como hilo conductor va más allá de lo anecdótico. Más allá de que seamos amantes de los animales, la película nos muestra una sociedad en la que, cada vez más, los seres humanos combaten su soledad acompañados de mascotas. Y lo muestra sin huir del humor ni de cierto sarcasmo a la hora de plantear el dilema de aquel que, a veces, parece más preocupado por el futuro de su perro que por los días que le quedan por vivir.
Aunque si habéis tenido animales comprenderéis que el personaje no está haciendo locuras, sino todo lo contrario: actos de puro amor hacia aquel ser peludo que ha sido su verdadero compañero durante años. Por ello, no es nada gratuito que los dos mejores amigos de Tomás, Julián y Truman, acaben juntos al final del filme.
Es cierto que la película tiene momentos tristes, sí. Puede resultar agridulce, pero en su conjunto es una celebración de la amistad y de la vida, tomando el humor y la ternura como banderas, en lugar de recrearse en la oscuridad y la tragedia.
“Hemos luchado. Hicimos lo que pudimos. Pero hasta aquí hemos llegado. Usted recéteme todas las drogas que pueda”, le decía Julián a su doctor en una de las escenas del filme. Puede que para cualquiera de nosotros, que seguro hemos perdido a algún ser querido a lo largo de nuestras vidas, el visionado y disfrute de Truman nos haya servido como “droga”, o quizás como antídoto, para que todo sea más llevadero.
Puede que Truman nos haya ayudado, al menos por un instante, a no recrearnos en el dolor de la pérdida y el duelo, sino a celebrar y recordar a quien hemos querido y ya no está con nosotros a través de las sonrisas, las miradas y los abrazos no forzados.
Gran artículo para leer tranquilo en esta época, sobre esta maravillosa peli. Gracias Manuel.