Los coordinadores de Cortos por Caracoles nos explican por qué decidieron hace unos años no incluir en su programación cortos en los que aparezcan armas de fuego

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25 Jun 2018
Laura R. García y J.A. Bermúdez
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Laura R. García y Juan Antonio Bermúdez
Coordinadores del Certamen de Cortometrajes por Caracoles

 

El Certamen de Cortometrajes por Caracoles (o Cortos por Caracoles, como se le conoce de forma abreviada) alcanza este año la milagrosa cifra de dieciséis ediciones. Comenzó en 2003 como un modestísimo certamen local y ha ido creciendo en calidad y repercusión, pero sin perder la filosofía sencilla con la que nació, vinculada sobre todo a dos señas de identidad. Por un lado, el cine de verano: las proyecciones son al aire libre, en el patio de la Sala El Cachorro, en pleno corazón del barrio sevillano de Triana. Y por otro, la gastronomía popular: en el ambigú, se sirven tapas de caracoles y de su recaudación depende la cuantía principal del premio.

Hace cuatro ediciones, desde la organización decidimos sumar una peculiaridad más a este festival ya de por sí tan especial. Incluimos en sus bases una cláusula por la que no se admiten cortometrajes en los que aparezcan armas de fuego. Al hacer pública cada año la convocatoria, explicamos que esta cláusula intenta ser un guiño a favor de una cultura audiovisual menos violenta y una crítica a la sobrerrepresentación de armas de fuego que consideramos que hay en el cine actual, y en concreto en los cortometrajes.

Sin embargo, esta explicación parece no ser suficiente. Todos los años recibimos mensajes de personas que nos manifiestan su incomprensión ante esta norma y reivindican su derecho a presentar sus cortos aunque incluyan pistolas o bombas. Por eso, agradecemos esta oportunidad que nos da FilmAnd para explicarnos de forma más extensa y para, de camino, dejar nuestra aportación para una reflexión colectiva que consideramos necesaria.

Resulta difícil identificar las primeras armas de fuego del cine. Lo que sí es seguro es que ya habían salido algunas (entre ellas el famoso cañón que impulsa el cohete en Viaje a la Luna de Georges Méliès, 1896) antes del considerado primer western: Asalto y robo al tren (Edwin S. Porter, 1903). Además de sus frecuentes tiroteos y de la novedosa complejidad de su montaje, lo más recordado de la película de Porter es el aterrador plano medio final (de dimensiones excesivas para la época) en el que un pistolero dispara directamente a la cámara. Era la primera vez que un disparo se representaba así. Cuentan las crónicas que el público salía despavorido de las salas, como dicen algunos que años antes lo habían hecho de los recintos en los que se proyectaba La llegada del tren de los Lumière.

Fotograma de ‘Bowling for Columbine’ (2002), en la que Michael Moore se acercó hace unos años a las armas de fuego con su cámara, pero de una manera crítica.

Ese plano subjetivo que sitúa al espectador en el lugar del que está siendo apuntado con un arma es por tanto casi tan antiguo como el propio cine. Y sin embargo sigue siendo recurrente en cineastas veteranos (casi un siglo separan las imágenes de Porter y Tarantino que encabezan este artículo) y sobre todo en muchos primerizos, que lo deben ver como el no va más de la creación cinematográfica.

Pudimos leer aquí mismo, en FilmAnd, hace no mucho, una curiosa conclusión. Se calcula que cada día nacen unas 370.000 personas y mueren unas 213.000 en el mundo. Y sin embargo el cine muestra una proporción abrumadora de muertes frente a una mínima representación de nacimientos. ¿Es la muerte más atractiva desde un punto de vista artístico que el nacimiento? Nosotros creemos que no tiene por qué, pero las estadísticas parecen querer llevarnos la contraria.

Y lo habitual además es que la representación de esas muertes se haga en el audiovisual vinculándolas casi siempre a la violencia. No parece muy arriesgado afirmar que la violencia ha conquistado (o más bien contaminado) al audiovisual. La puedes encontrar en formatos y registros muy diferentes: del hiperrealismo a la comedia, de la sublimación a la épica. Tanto es así que se llegan a identificar con frecuencia el conflicto narrativo y la “acción” con unas pocas variantes de la violencia misma: caídas, persecuciones, accidentes, peleas, golpes, explosiones, disparos…

En relación a sus efectos, hay teorías para todos los gustos: desde las que censuran esta sobrerrepresentación con argumentos morales a las que apuntan a la conveniencia de manejar de una manera virtual la violencia, como creadores o como espectadores, con el fin de convivir con una supuesta pulsión humana y mantenerla a raya en una sociedad más o menos “civilizada”.

Ni siquiera Doraemon se ha librado del furor de las armas de fuego

Nosotros no somos expertos en psicología social y este nos parece un tema muy complejo. Pero no podemos eludirlo. Precisamente por eso pensamos que los juicios extremos deben ponerse en cuestión: no creemos que cualquier representación violenta induzca a su reproducción real, ni que los contextos de recepción sean siempre ideales y los contenidos violentos se consuman solo como un entretenimiento neutral o sean eficaces siempre para darle una salida virtual a los impulsos violentos.

Tras esta larga introducción, entramos en materia. El caso es que como programadores de Cortos por Caracoles nos hemos encontrando en estos años con situaciones muy concreta:

  • Un altísimo porcentaje de los cortometrajes que se ruedan incluyen en su trama y en su atrezo armas de fuego, especialmente pistolas.
  • El porcentaje supera en mucho la presencia que las armas de fuego tienen fuera de la pantalla, en la vida real, incluso en las situaciones que la ficción reproduce.
  • En gran parte de estos cortos, el arma de fuego funciona como un deus ex machina, apareciendo de improviso (la clásica pistola en el cajón) para desenlazar de manera fácil y poco imaginativa un nudo narrativo.
  • En otra gran parte de estos cortos, el hilo conductor de la acción es evitar de formas más o menos heroicas que un personaje armado lleve a cabo sus planes, reduciéndolo a su vez mediante armas de fuego.

Y hasta directores que nos gustan mucho, como Robert Bresson, han caído alguna vez en la tentación de esconder una pistola en un cajón. Fotograma de Una mujer dulce (1969)

Nos agotaba confirmar año a año esta reincidencia argumental y decidimos probar hace cuatro ediciones a incluir la cláusula que advierte que no incluiríamos en nuestra programación obras que contasen con armas de fuego.

En previsión de que esto pudiera limitar mucho el número de obras inscritas en nuestro festival, intensificamos la difusión de la convocatoria. Y debimos hacerlo bien, porque la respuesta fue aún mejor ese año que en los anteriores.  Y nos sorprendieron además tres cosas:

  • Nuevas personas e instituciones empezaron a conocer y valorar el festival gracias a la cláusula. Nos felicitaban por ella y, motivados por compartir nuestra reflexión sobre la violencia, nos comenzaron a ayudar en la difusión.
  • El porcentaje de cortos inscritos dirigidos y/o protagonizados por mujeres subió (aunque sin llegar a igualarse al número de los dirigidos y/o protagonizados por hombres, falta mucho para eso por desgracia) y esa mayor diversidad quedó reflejada también en la programación.
  • Pese a quedar recogido en las bases, algunas personas siguen sin comprender las razones por las que no admitimos cortos con armas de fuego y nos dan toda clase de argumentos para que hagamos una excepción con sus propios cortos.

Sin ninguna simpatía por la censura y sin querer sentar cátedra en ningún aspecto, ante esta insistencia de quien no puede comprender nuestras razones, solo nos queda una última y rotunda explicación. Como organizadores del certamen, nos corresponde a nosotros acotar la convocatoria como mejor nos parezca. Y así, de la misma forma que optamos por proyectar cortos con una duración menor de 16 minutos, descartando así muchas otras obras valiosísimas que incumplen ese requisito, también elegimos no programar cortos con armas de fuego, con plena consciencia de que dejamos fuera obras muy interesantes, pero con total confianza en que hacemos el festival que queremos hacer.

 

Patio de la Sala El Cachorro en una de las noches de proyección de Cortos por Caracoles

Patio de la Sala El Cachorro en una de las noches de proyección de Cortos por Caracoles

En puertas de una edición más de nuestro festival, estamos muy contentos con la identidad que la cláusula anti-armas de fuego ha imprimido a Cortos por Caracoles. Nos gusta disfrutar como programadores y como espectadores de un certamen que quiere poner su granito de arena a favor de una cultura audiovisual menos violenta.


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