Carlota Moseguí. Toronto (Canadá). Especial para Filmand
La primera vez que supe de la existencia del Festival de Toronto fue hace muchos años. Por aquel entonces no me dedicaba profesionalmente a la crítica cinematográfica, ni había estado en festivales de cine fuera de España. El Festival Cannes, la Mostra de Venecia y la Berlinale eran, para mí, la Meca de la cinefilia; los templos sagrados que una soñaba con visitar en un futuro no muy lejano. Toronto, en cambio, era el Mal.
Mi interlocutor –que, por supuesto, nunca había pisado Canadá– se atrevía a hablar del certamen desde su desconocimiento. Este describía el festival como una muestra inabarcable de más de trescientas películas, sin sección oficial, pero con una tendenciosa predisposición hacia la industria de Hollywood, y que, además, robaba los mejores títulos al Festival de Venecia.
Durante años he seguido escuchando la misma descripción, especialmente cuchicheada por corresponsales que reportan desde el Lido de Venecia. Toronto es el festival que los europeos han decidido desacreditar en masa. Ese evento al que desprestigian gratuitamente porque asumir la decadencia de la Mostra es demasiado doloroso para quienes aman el cine.
Desde Toronto, el panorama sobre la pésima calidad que impera en las competiciones de los festivales, las batallas entre ellos por programar las mismas películas, o sus guerras y avenencias con Netflix se contempla desde otra perspectiva. Probablemente su no apariencia de festival clásico invita a ser objetivos. Es decir, nos anima a ejercer el incómodo e infrecuente acto de la autocrítica. En los pasillos del primer piso del Hotel Hyatt –lugar donde se celebra el mítico y mastodóntico mercado de Toronto– no se hablaba de otra cosa.
El ridículo de Venecia
Las conversaciones entre los agentes de ventas, los productores, los directores y los programadores coincidían en dos cosas: la terrible decisión que tomó Cannes al excluir las producciones de Netflix, y el ridículo que hizo Venecia rechazando (casi) todas las obras dirigidas por mujeres, así como su intento de maquillar las carencias de su competición con una invasión desproporcionada de películas estadounidenses que atrajeron toda la prensa americana que había boicoteado a Cannes este año.
Si algo he aprendido en mi segundo año como corresponsal en el TIFF (Toronto International Film Festival) es que nunca existió una guerra entre Venecia y Toronto. Esa batalla es fruto de la nostalgia de los cinéfilos europeos por un cine que los directores artísticos de los festivales de clase A han dejado de programar. Y, así, mientras Alberto Barbera sigue llevando la Mostra, año tras año, hacia un peligroso punto de no retorno, Thierry Frémaux conduce Cannes hacia una misión suicida en contra de Netflix.
‘Festival of Festivals’: más allá de Hollywood
‘If Beale Street Could Talk’, de Barry Jenkins
La industria y el mundo de la crítica apodan el TIFF como “Festival of Festivals”. Un apelativo que ha mantenido por muchos años gracias a su empeño en garantizar una selección de grandes éxitos estrenados en los certámenes cinematográficos más destacados de cada continente (no exclusivamente el europeo). Sin embargo, otros creen que ese nombre surgió del carácter heterogéneo de su vasto programa. En otras palabras, el Festival de Toronto es, en realidad, un conjunto de festivales únicos y distintos que cohabitan en el mismo macro-certamen.
El mito del TIFF cual títere de Hollywood no es más que una leyenda urbana alimentada por los corresponsales internacionales que son enviados a Canadá para cubrir exclusivamente ese tipo de cine. Si bien es cierto que el Festival de Toronto acoge las premieres mundiales de las producciones estadounidenses (indies y no tan indies) más esperadas de lo que queda del año, eso no significa que sea la única oferta ofrecida en un programa compuesto por más de trescientas películas.
Este año formaron parte de esta subdivisión If Beale Street Could Talk de Barry Jenkins, Beautiful Boy de Felix van Groeningen, Widows de Steve McQueen, Hold the Dark de Jeremy Saulnier, Greta de Neil Jordan, Ben is Back de Peter Hedges o la ganadora del Premio del Público Green Book (Peter Farrelly), protagonizada por Viggo Mortensen y Mahersala Ali.
Siguiendo con su línea de programación made in Hollywood, cabe destacar el papel estratégico que juega Toronto como segunda parada obligatoria para las películas estrenadas en el Festival de Telluride. Este año, el TIFF recibió el estreno internacional de las esperadas Boy Erased de Joel Edgerton, The Old Man & the Gun de David Lowery y White Boy Rick de Yann Demange.
De este conjunto de películas más populares, repartidas entre sus dos secciones de alfombra roja Gala Presentations y Special Presentations, destacó la sorprendente ópera prima de Jonah Hill Mid90s. El famoso actor de comedias, que ha sido nominado a los Premios Oscar por dos de sus escasas interpretaciones dramáticas, debuta como director con un coming-of-age sobre skaters ambientado en la ciudad de Los Ángeles de mediados de la década de los noventa.
Rodada en película de Super16mm, Mid90s pone en escena la iniciación al mundo adulto de un adolescente que se deja llevar por los consejos, los vicios y las aventuras de la nueva banda de skaters que frecuenta. Este film de auténtico espíritu indie norteamericano está protagonizado de por Sunny Suljic (actor que sus espectadores reconocerán por su rol como hijo pequeño de Nicole Kidman y Collin Farrell en El sacrificio de un ciervo sagrado de Yorgos Lanthimos).
Alfombra roja a la francesa
La vigente edición del TIFF será recordada por el gran número de cineastas franceses que se pasearon por la alfombra roja. Una selección compuesta por las inolvidables L’homme fidèle de Louis Garrel, Maya de Mia Hansen-Løve y Doubles vies de Olivier Assayas abanderaron el cine de autor francés en la sección Special Presentation.
‘L’homme fidèle’, de Louis Garrel
Por el contrario, Claire Denis abandonó su lengua materna para debutar con su primera película rodada en inglés. Protagonizada por Robert Pattinson y Juliette Binoche, High Life se entrega al terror de un relato de ciencia ficción extremadamente nihilista sobre el no-futuro del ser humano.
La desoladora distopía de la cineasta parisina transcurre entre los flashbacks y flashforwards de los miembros de una tripulación espacial, encerrados en una nave cuya composición visual revive Solaris de Steven Soderbergh. Pero los astronautas de High Life no personas corrientes. En ese futuro imaginado por la autora de Beau travail, los criminales, los sin techo y todo tipo de proscritos de la sociedad serán enviados al espacio para morir en nombre de la ciencia y del estudio de la fecundación.
The Death and Life of Xavier Dolan
En Special Presentations no podía faltar otro de los largometrajes más codiciados por los festivales internacionales, abierto a un sinfín de polémicas desde el comienzo de su fase de post-producción. El nuevo montaje de The Death and Life of John F. Donovan de Xavier Dolan se estrenaba, al fin, en Toronto, sin Jessica Chastain y con dos horas menos de metraje.
‘The Death and Life of John F. Donovan’, de Xavier Dolan.
Como muchos anticipaban, el primer film en inglés del cineasta nacido en Montreal no es sólo su película maldita. Se trata, también, de su peor obra. El autor de las espléndidas Mommy y Lawrence Anyways ha abandonado la exuberancia visual y el característico toque kitsch de sus obras para gestar un melodrama cargante que muchos espectadores situarán en el territorio del telefilm.
The Death and Life of John F. Donovan da a conocer la correspondencia entre una estrella de telenovelas (interpretado por Kit Harington) y un niño de once años que sueña con convertirse en actor mientras sufre bullying en la escuela por su presunta homosexualidad. Durante su premier mundial, Dolan confesó que su nueva película también contiene elementos autobiográficos como el resto de sus films. El director de Solo el fin del mundo admitió reconocerse en el protagonista y leyó una emotiva carta que de niño escribió a Leonardo Di Caprio cuando su mayor deseo no era otro que ser actor.
Un festival en femenino
‘The Kindergarten Teacher’, de la estadounidense Sara Colangelo.
El TIFF representa la culminación del empoderamiento femenino trasladado al circuito de festivales. Mientras el director artístico de Venecia excluye (casi) todas las películas dirigidas por mujeres de su sección oficial, los invitados lucen camisetas en la alfombra roja de Suspiria con el lema “Harvey Weinstein es inocente” y los críticos insultan a Jennifer Kent durante los pases de prensa, Toronto representa la otra cara de la moneda.
Este es el verdadero territorio del Time’s Up: un festival con la mayor cuota de películas dirigidas, escritas, producidas, o protagonizadas por mujeres del planeta. A las estadísticas añadimos otro fenómeno determinante: los tópicos de la emancipación de la mujer y de su empoderamiento personal, familiar o laboral han predominado en toda la programación.
Son muchas las películas que habría que comentar en este apartado. Entre ellas, el documental de Mark Cousins Women Making Films: A New Road Movie Through Cinema en el que director y crítico cinematográfico de Belfast reelabora su icónica The Story of Film: An Odyssey con un pequeño cambio. En esta ocasión, la Historia del Cine se ilustra exclusivamente a través de películas creadas por mujeres.
Además de este interesante documental narrado por Tilda Swinton, cabe destacar dos remakes que plasman el empoderamiento de sus protagonistas femeninas: The Kindergarten Teacher de la estadounidense Sara Colangelo y Gloria Bell del chileno Sebastián Lelio. Sus actrices – Maggie Gyllenhaal en el primero, y Julianne Moore en el segundo – regalaron a su público dos de las mejores interpretaciones del TIFF.
Las joyas de Platform
Toronto no es un festival tradicional. Es un festival antiacadémico, de vanguardia; generado para romper los moldes impuestos por Cannes, Berlín y Venecia. Al igual que su hermano gemelo el Festival de Róterdam, el TIFF no tiene una sección oficial clásica con una veintena de títulos que aspiran a un palmarés completo con premios repartidos entre mejor película, dirección, interpretaciones y contribuciones artísticas (guion, fotografía, etc). Toronto tiene una competición reducida, compuesta por una docena de títulos que aspiran a un único premio. Esta sección llamada Platform es el paraíso de los cinéfilos, es el rincón del TIFF donde se esconden las joyas del cine de autor.
Este año, el jurado integrado por Béla Tarr, Lee Chang-dong y Mira Nair otorgó el premio a City of Last Things del director malasio Ho Wi Ding. Dividida en tres episodios inspirados en tres tragedias de la vida de un antihéroe moderno, la magnífica ganadora de Platform arranca cual precuela apócrifa de Blade runner, le sigue un thriller policíaco en la línea de Un toque de violencia y Ash Is Purest White de Jia Zhangke, y finaliza homenajeando el melodrama de Wong Kar-Wai.
El jurado también otorgó una mención especial a The River de Emir Baigazin, la grandísima obra maestra del festival. En esta sección, también destacaron las memorables Her Smell de Alex Ross Perry, Rojo de Benjamín Naishtat, Destroyer de Karyn Kusama y Las niñas bien de Alejandra Márquez Abella.