Doce años después de ‘La leyenda del tiempo’, Isaki Lacuesta retoma la vida de sus protagonistas en otra película magistral que difumina las fronteras entre el cine y la vida.

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2 Dic 2018
Juan Antonio Bermúdez
the nest

Título originalEntre dos aguas
Duración: 136 minutos
Nacionalidad: Española
DirecciónIsaki Lacuesta
Guion: Isaki Lacuesta, Isa Campos y Fran Araújo
Música: Kiko Veneno y Raül Refree
Fotografía: Diego Dussuel
Montaje: Sergi Dies
Intérpretes protagonistas: Israel Gómez Romero (Isra), Francisco José Gómez Romero (Cheíto), Rocío Rendón (Rocío), Yolanda Carmona (Yolanda), Daniela Gómez Rendón (Daniela), Erika Gómez Rendón (Erika) y Manuela Gómez Rendón (Manuela)

Con 12 años, en La leyenda del tiempo (Isaki Lacuesta, 2006), Isra, se imaginaba viajando fuera de España, “a Marbella o a Barcelona”. Con 27, en Entre dos aguas, la cámara nos lo vuelve a mostrar en su isla natal, la de San Fernando, en la Bahía de Cádiz, una de las capitales del precariado español, recién salido de la cárcel y huérfano, expulsado, desubicado en un mundo que le deslumbra con el espejismo de una normalidad tan sacrificada como inalcanzable.

Israel Gómez Romero no es Isra. Sin embargo, el personaje vampiriza una vida que se transparenta tras sus líneas de guion y tras el dibujo de sus gestos. Se nutre de su acento, de su piel e incluso de algunas de las señales más rojas de su biografía, como el parto de su hija Manuela, colosal arranque de la película que trasciende el hiperrealismo para apuntalar uno de sus pilares principales en el cine de realidad. Y además persona y personaje comparten las capas de un contexto determinante que permite entender la película como un lúcido retrato social, aunque su director reniegue de esa intención.

Como en toda su obra, a Lacuesta lo que le interesa es extraer verdad de la eterna tensión entre la fantasía y el documento, esas dos aguas turbulentas entre las que ha navegado siempre el arte. Y lo consigue, ¡vaya si lo consigue!, gracias a un dificilísimo equilibrio en el ajuste de todos los elementos expresivos: de la proximidad humana en los movimientos de cámara a la cuidada certeza de la dirección artística, el sonido o el ritmo vago de los diálogos y los conflictos.

Pocas películas han logrado un reflejo tan puro, tan reconocible, del margen de esta Baja Andalucía que sobrevive trapicheando con chatarra o arrancando coquinas del fango de los esteros, cuando no cae en la tentación de otras ocupaciones más lucrativas y menos legales. Con el añadido de que ese reflejo, lejos de agotarse en sus límites, recoge también las reverberaciones de otras vidas y otras latitudes marcadas por las mismas dinámicas estructurales de la injusticia.

Se acuerda Isaki Lacuesta en algunas entrevistas de Antoine Doinel, acompañado por François Truffaut en su crecimiento a lo largo de los años y las películas. Y el referente nos parece acertado: Isra era en La leyenda del tiempo algo así como un Doinel gitano. Como el Doinel primero, tenía algo de héroe existencialista infantil, bravo y frágil a la vez. Y como él, su admirable desparpajo nacía de su translucidez salvaje, de su absoluta carencia de método.

Más de una década después y sin más experiencias interpretativas en medio, Israel Gómez Romero sigue siendo un actor radicalmente libre, proyectado desde y sobre un hombre común, un “héroe menor” a la manera neorrealista. Y sin embargo tanto él como su hermano Francisco José han demostrado ser capaces de mantener los filos, los matices y la presión de un artefacto ficticio en el que pesa mucho más la desnudez de sus sentimientos que la identificación entre su biografía y el guion. Es su valerosa intimidad sentimental (e incluso física), extraída magistralmente por Lacuesta, la que nos sostiene durante los 136 minutos de metraje, consiguiendo que el espectador se despreocupe de esa frontera, artificial como todas, que separa al cine de la vida.


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