El verano es tiempo de cine de ídem. Pero también es la estación de la aventura: de los viajes, los encuentros y los reencuentros; un tiempo zalamero y sin cadenas, exótico y vagante, que le ha abierto al cine innumerables paraísos argumentales. Recuperamos en este artículo treinta veranos de cine, treinta películas con el verano en el título y el sol al fondo.

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2 Ago 2017
Juan Antonio Bermúdez
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El verano es tiempo de cine de ídem. Pero también es la estación de la aventura: de los viajes, los encuentros y los reencuentros; un tiempo zalamero y sin cadenas, exótico y vagante, que le ha abierto al cine innumerables paraísos argumentales. Recuperamos en este artículo treinta veranos de cine, treinta películas con el verano en el título y el sol al fondo.

 

Juego de verano / Sommarlek (Ingmar Bergman, Suecia, 1951)
Un verano con Mónica / Sommaren med Monika (Ingmar Bergman, Suecia, 1953)
Sonrisas de una noche de verano / Sommarnattens leende (Ingmar Bergman, Suecia, 1955)

Harriet Anderson en 'Un verano con Mónica'

Comenzamos con una trilogía: la que el maestro Ingmar Bergman le dedicó a la estación más cálida (¿cabría el adjetivo en este caso?) incluso en su Suecia natal. Bergman es un autor zigzagueante, ciclotímico casi, capaz de reflejar las luces y las tinieblas de la humanidad siempre con maestría. Y en Juego de verano comienza una de sus etapas más luminosas, aunque la misma película podría verse como un símbolo de toda su carrera: la bailarina Marie, su protagonista, recuerda desde la grisura del Estocolmo otoñal de su presente un romance estival adolescente. Nunca ha brillado el sol en blanco y negro como en los flashbacks de esta película. Un verano con Mónica, la segunda entrega de la trilogía, se apunta siempre como una de las cumbres en la obra del director de Upsala y una referencia fundamental para la Nouvelle Vague y especialmente para la obra de François Truffaut. Dos atrevimientos la marcan: los desnudos y la mirada a cámara de su protagonista, Harriet Anderson, en un plano fijo de medio minuto que quedó para la historia del cine. Y la ‘Trilogía del verano’ se cerró con una comedia de enredo, Sonrisas de una noche de verano. ¿Quién dijo que los nórdicos no saben reír y hacer reír?

 

Un solo verano de felicidad / Hon dansade en sommar (Arne Mattson, Suecia, 1951)

Bergman ha eclipsado la historia del cine sueco, pero hay cine y verano más allá de su obra y su trilogía. Por ejemplo, este filme que ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín y el premio a la mejor música en Cannes. Un amigo sueco me contó que el título original dice algo así como “Bailaron un verano”, metáfora muy precisa del argumento de la película: el amor, también adolescente, entre Göran, un estudiante que pasa las vacaciones en la granja de su tío, y Kerstin, una chica de 17 años que conoce allí. El tempus fugit de la calentura veraniega como máxima universal.

 

Locuras de verano / Summertime (David Lean, Gran Bretaña, 1955)

El turismo como oportunidad de un cambio vital funciona como argumento sobre todo cuando la turista es una Katherine Hepburn madura y solitaria que sale por primera vez de su país para visitar la capital por excelencia del imaginario del viaje romántico: Venecia. David Lean va más allá y cuenta muy bien el choque que hay siempre entre las expectativas de un viaje (sobre todo si se emprende como fuga) y el encuentro con el destino material, menos brillante siempre que en nuestra imaginación; y en el retrato de ese contraste tiene mucho que ver la atención del director a lo secundario y la fotografía de Jack Hildyard, que huye del preciosismo postal.

 

Un largo y cálido verano / The Long, Hot Summer (Martín Ritt, Estados Unidos, 1958)

Desnudo o en camiseta sin mangas, el torso macizo y sudoroso de Paul Newman ha quedado ya como uno de los emblemas de este y de todos los los largos y cálidos veranos. Pero Newman demostró aquí que era mucho más que un icono sexual. Y ganó su primer gran premio internacional (en Cannes) gracias al sospechoso pirómano que interpreta en este melodrama sureño inspirado en varios relatos de William Faulkner, autor que por cierto ha sabido reflejar como pocos el verano de la América profunda en su literatura.


De repente, el último verano
/ Suddenly, last Summer (Joseph L. Mankiewicz, Estados Unidos, 1959)

Ya recordamos esta magnífica cinta de Mankiewicz en nuestro especial sobre cine con orgullo y volvemos a citarla aquí aunque en ella solo llegamos a visualizar el verano al que hace referencia el título en las escenas finales del filme, cuando la traumatizada Catherine (una inconmensurable Elizabeth Taylor en la cima de su carrera) consigue por fin abrirnos su mente en unos planos tan oniricos como espeluznantes que recuperan su viaje a un país salvaje e indeterminado “del sur”.

 

Verano violento / Estate violenta (Valerio Zurlini, Italia, 1959)

Los amores prohibidos y veraniegos entre un joven, hijo de un jerarca fascista, y una treintañera víuda de un combatiente antifascista protagonizan este drama ambientado en una ciudad costera italiana durante la Segunda Guerra Mundial. Queda a medio camino entre el legado neorrealista que marcó la década anterior y el cine político que definiría a la cinematografía italiana en gran parte de los años venideros. Y esa tierra de nadie en la que se sitúa es quizá la que ha limitado la trascendencia de Verano violento, a pesar de contar con un destacado Jean-Luis Trintignant en los comienzos de su carrera y con Eleonora Rossi-Drago, una magnética actriz que no conoció el estrellato internacional del que sí disfrutaron compatriotas contemporáneas suyas como Sophia Loren o Claudia Cardinale.

 

Crónica de un verano / Chronique d’un été (Edgar Morin, Jean Rouch, 1961)

La máxima referencia del Cinéma Vérité, filigrana del documental subjetivo, se plantea como un estudio sociológico que intenta mostrar la cotidianeidad del verano parisino, pero también el vínculo con las imágenes y con el cine mismo, con encuestas y disertaciones que avisan y subrayan continuamente el ángulo autorial, la observación puesta en continuo examen hasta las últimas consecuencias, hasta ese final que reúne a los directores (los antropólogos Morin y Rouch) y los protagonistas de la película para comentar la jugada.

 

El árido verano / Susuz yaz (Metin Erksan, Turquía, 1964)

Obra maestra de uno de los nombres fundamentales del cine turco, el director Metin Erksan, El árido verano no ha llegado hasta nuestros días con la consideración de gran clásico que merecería muy probablemente debido a que la censura nacional impidió su exhibición durante años. Pese a ello, pudo ganar nada más y nada menos que el Oso de Oro en la Berlinale y el León de Venecia. La aridez del título determina el conflicto principal de la historia, que gira en torno a una pareja de hermanos que controla las reservas de agua de un pequeño pueblo y a una mujer que intenta seducir al más ambicioso de ellos. El limpio blanco y negro de sus encuadres remite, de forma inevitable, al realismo soviético más poético y rural, con Dovjenko como referente.

 

Las 10:30 de una noche de verano / 10:30 p.m. Summer (Jules Dassin, Estados Unidos-España, 1966)

El estadounidense Dassin, de origen judío ruso, dirige a su esposa, la griega Melina Mercoúri, y a una joven Romy Schneider, austriaca de nacionalidad franco-alemana, en este drama ambientado en España y basado en una novela de Marguerite Duras, francesa nacida en Vietnam. Para que luego digan que el cine no ha anticipado la globalización. Un triángulo amoroso y una intriga policíaca asoman entre ciertos tópicos de la mirada foránea sobre una España cerrada y parda.

 

Adiós, resplandor del verano Saraba natsu no hikari  (Yoshishige Yoshida, Japón, 1968)

Rareza del cine japonés, que suele mirar muchísimo más a las entrañas de su cultura que al mundo exterior, esta road-movie nipona pero europeizada recorre siete países del viejo continente (Portugal, España, Francia, Suecia, Dinamarca, Holanda e Italia) acompañando a sus protagonistas: un arquitecto que busca el modelo de una catedral desaparecida en su país y una mujer casada con un estadounidense y marcada por el bombardeo de Nagasaki. En principio, ambos solo tienen en común su nacionalidad japonesa, pero emprenden juntos un viaje, que es también una huida y una deriva con el amor y el desamor como únicos puntos cardinales, enmarcados a menudo en amplísimos planos generales que amplifican su soledad.

 

Verano caprichoso / Rozmarné léto (Jirí Menzel, Checoslovaquia, 1968)

Tras el éxito de Trenes rigurosamente vigilados (Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1967) Jirí Menzel, escritor frustrado y cabeza de la Nova Vlná checosolavaca junto a Milos Forman y Věra Chytilová, vuelve a retratar con una ironía de trazo suave una realidad espesa, sórdida incluso. La monótona existencia de tres grotescos personajes que pasan los días alrededor de un lago, sin más ocupación que charlar o bañarse, se ve alterada con la llegada al lugar de un funambulista y de su bella ayudante.

 

Verano del 42 / Summer of  ’42 (Robert Mulligan, Estados Unidos, 1971)

Mecido por la apasionada banda sonora de Michelle Legrand (premiada con el Oscar), Verano del 42 es todo un clásico del cine romántico con una fórmula que, como hemos visto, ya había explorado, entre otras, una película tan distinta como la italiana Verano violento: una historia de amor aparentemente imposible entre un adolescente y la joven esposa de un combatiente en la Segunda Guerra Mundial. Está basada en las memorias de su guionista, Herman Raucher, y en concreto en un episodio que este vivió en la fecha a la que hace referencia el título, en la Isla Nantucket, cuando apenas contaba con 14 años.

 

Insólita aventura de veranoTravolti da un insolito destino nell’azzurro mare d’agosto (Lina Wertmüller, Italia, 1974)

El larguísimo título original se resumió en español con dos sustantivos, un adjetivo y una preposición que definen bastante bien esta loca tragicomedia de Lina Wertmüller, cineasta que entró en el cine por una puerta enorme: como ayudante de dirección de Federico Fellini en Fellini, ocho y medio. Del maestro adquirió una indudable tendencia al disparate. No llega desde luego a alcanzar la genialidad del de Rimini, pero Wertmüller sí sabe reírse y sobredimensionar hasta la deformación los vicios y las virtudes públicas y privadas, como muestra esta insólita aventura mediterránea protagonizada por una extravagante millonaria y un marinero comunista.

 

Cinco días, un verano / Five Days, One Summer (Fred Zinnerman, Reino Unido, 1982)

También hay verano en las nevadas cumbres de los Alpes Suizos. Y si no que se lo pregunten a Sir Sean Connery que aquí interpreta a un médico escocés que pasa unos días de vacaciones haciendo alpinismo en Suiza junto a su sobrina, una joven seducida por sus encantos de madurito interesante (y ya calvo). Las malas críticas y su mal encaje, condicionaron la retirada de Zinnerman, que ya no volvió a dirigir tras esta película. Pero si hay cintas que envejecen mal, hay otras que adquieren un cierto encanto con el paso del tiempo. Aunque siga teniendo el lastre de un relativo y gratuito desorden narrativo, este es uno de esos casos en mi opinión.

 

La comedia sexual de una noche de verano / A Midsummer Night’s Sex Comedy (Woody Allen, Estados Unidos, 1982)

Sin estar entre las comedias más lúcidas y lucidas del prolífico Allen, La comedia sexual de una noche de verano se deja ver con esa ácida media sonrisa que siempre sabe sacar al espectador, en gran medida gracias a dos de las señas de identidad de su cine: la brillantez de los diálogos y la omnipresencia de su personaje/persona en cualquier contexto, por muy inverosímil que este sea. En este caso, la historia transcurre a principios del siglo XX, en una reunión campestre que junta a tres parejas de amigos muy peculiares: un inventor que ha creado una “bola para atrapar espíritus” y su mujer, que tiene problemas sexuales; un racionalista y pomposo profesor de filosofía y su prometida, mucho más joven que él, y un médico, mujeriego compulsivo, y su última conquista. Libremente inspirada en Sonrisas de una noche de verano (otra cinta que hubiera podido aparecer en este listado), dirigida por Ingmar Bergman en 1955, el guiño de ambas películas a Shakespeare y su Sueño de una noche de verano es evidente.

 

Un verano en casa del abuelo / Dong dong de jia qi (Hou Hsiao-Hsien, Taiwán, 1984)

Cuando aún no se había convertido en un asiduo de los grandes festivales europeos, Hou Hsiao-Hsien dirigió esta amable película familiar en la que ya mostraba con claridad algunas de sus señas más definitorias, entre ellas la honda y cariñosa cercanía con la que retrata cada personaje. Local y universal, esta pequeña historia del joven Tung-Tung, de visita veraniega en la casa de sus abuelos, consiguió el Premio del Jurado Ecuménico en Locarno y fue el primer episodio de una trilogía (completada en los años siguientes con Tiempo de vivir, tiempo de morir (1985) y Polvo en el viento (1986) que empezaría a abrirle a Hsiao-Hsien las puertas de la distribución internacional.

 

Tierno verano de lujurias y azoteas (Jaime Chávarri, España, 1992)

Pocas veces un título condensa y comenta mejor y de un modo tan poético una sinopsis. Eso tiene un peligro: si luego la película es bastante más prosaica que la filigrana verbal que la anuncia la decepción del espectador es inevitable. Y aquí ocurre algo así, sobre todo si consideramos que Jaime Chávarri es un director del que siempre se espera mucho. Pero si intentamos rebajar esa expectativa Tierno verano de lujurias y azoteas funciona como divertimento sostenido por unas interpretaciones más que correctas. Gabino Diego, zangolotino enamorado, cubre el registro como un guante. Marisa Paredes, prima mayor, actriz y deseada, e Imanol Arias, tercero en dis-cordia (literalmente, el guion es voluntario), resultan también creíbles. El objetivo, planear un rato por las alturas del verano y dejarse embaucar por el enredo lujurioso, se cumple.

 

Un verano en La Goulette Un été à La Goulette (Férid Boughedir, Francia-Bélgica-Túnez, 1995)

A finales de los años 60 del siglo pasado, la ciudad portuaria de La Goulette era un buen ejemplo del Túnez más multicultural. En ella convivían judíos, musulmanes y cristianos, como las tres chicas que protagonizan esta historia: Meriem (musulmana), Gigi (judía) y Tina (cristiana) deciden perder su virginidad cada una con un muchacho de una religión diferente a la suya. Sus padres se enterarán e intentarán evitarlo. De fondo, la Guerra de los Seis días presagia las nubes oscuras de una sociedad mucho más intolerante.

 

 

Cuento de verano / Conte d’été (Éric Rohmer, Francia, 1996)

Los devaneos amorosos del joven Gaspar en el balneario de Dinard, en la costa bretona, enredan la trama sencilla de esta deliciosa comedia romántica al más puro estilo Rohmer, que era ya casi un octogenario cuando la dirigió pero que mantuvo hasta el final de sus días una exquisita capacidad para reflejar en la pantalla, con una sabia e irónica levedad, los intrincados recovecos de los amores juveniles sin caer nunca en el empalago ni en la altanería. Sería la tercera entrega de su serie ‘Cuentos de las cuatro estaciones’, que se cerraría dos años más tarde con Cuento de otoño, otra delicatessen romántica. 

 

El verano de Kikujiro / Kikujiro no natsu (Takeshi Kitano, Japón, 1999)

Tras deslumbrar a la crítica internacional con Sonatine (1993) y Flores de fuego (1997), el polifacetico y siempre sorprendente Kitano da una nueva vuelta de tuerca a su personaje más reiterado, el yakuza (miembro de la mafia japonesa), y lo embarca aquí en una tierna y peculiar road-movie junto a Masao, un niño de seis años que quiere encontrar a su madre. De la estrambótica relación entre estos dos personajes, surgirá una corriente de simpatía que conquista irremediablemente tanto al espectador que vaya buscando al Kitano más violento como al que espere al más naïf. Y ese es el secreto principal de esta pequeña joya.

 

Pleno verano / Mua he chieu thang dung (Tran Ahn Hung, Vietnam-Francia-Alemania, 2000)

La sensualidad estival traspasa la pantalla en este llamativo filme de un director que había sido descubierto en Occidente siete años antes, en Cannes, con la también maravillosa y sensual El olor de la papaya verde. En su argumento, tres hermanas, las respectivas parejas de dos de ellas y otro hermano que convive con la tercera pasan juntos un mes en el verano pleno de un Hanoi exuberante, entre la fiesta por el aniversario de la muerte de la madre y la del aniversario de la muerte del padre. La música susurrante y la deliciosa paleta cromática superan con creces la necesidad de un hilo conductor más definido. Es una película en la que da gusto extraviarse.

 

Las horas del verano / L’Heure d’été (Olivier Assayas, Francia, 2008)

Una reunión de hermanos en torno a su progenitora estructura también este otro título del actor y director Olivier Assayas, que tiene la peculiaridad de estar producida por el Museo de Orsay, algo que cala en su guion: la madre de los protagonistas les deja en herencia su colección de obras de arte del siglo XIX. Juliette Binoche, siempre rondando la excelencia, y la resolutiva veterana Edith Scob (nominada al Premio César por este papel) coronan un reparto que hace volar a gran altura esta hermosa película.

 

El último verano / 36 vues du Pic Saint-Loup (Jacques Rivette, 2009)

Pirueta final en la carrera de uno de los directores más libres de la Nouvelle Vague, aficionado a resolver de forma improvisada en muchas ocasiones y a atravesar sus historias con túneles que conectan el desarrollo verosímil de la narración con espacios de poético surrealismo. Desde aquella primera ola que abanderó con París nos pertenece (1961), su estilo se fue decantando hacia una concentrada concisión que abre múltiples e inesperados significados en cada escena. Interpretada por Jane Birkin y Sergio Castellito, y ambientada en el mundo del circo, El último verano tiene algo de canto crepuscular al propio oficio de Rivette.

 

Tarde de verano (Colectivo Los Hijos, España, 2010)

Alejados de cualquier atisbo mainstream, el colectivo Los Hijos ha ido desarrollando un sólido discurso estribado tanto en sus piezas audiovisuales como en los reflexivos materiales que las pueden acompañar. En este corto (sí, queríamos que también hubiese al menos un ejemplo de metraje corto en esta lista), engarzan fragmentos visuales y sonoros, “impresiones” en su propia denominación, para trasladar el concepto que da título: la “tarde de verano”. El espectador lo puede integrar con facilidad en su propia memoria biográfica y a la vez situarlo como parte de una exploración antropológica que está en la base de muchos de los trabajos del colectivo.

 

Un verano ardienteUn été brûlant (Philippe Garrel, Francia, 2011)

Unas vacaciones en Roma muy diferentes a aquellas en las que William Wyler paseó en Vespa a Gregory Peck y Audrey Hepburn por la ciudad eterna centran el argumento de este verano ardiente. Louis Garrel, actor y director como su padre, deja en el comienzo de esta película un bello cadáver sobre el que se irá reconstruyendo la convivencia de dos jóvenes parejas de artistas que pasan unos días en un caserón romano. Tanto en el cuestionamiento formal como en la mala conciencia pequeñoburguesa que se desprende del argumento, pesa un cierto déjà vu, que resta pero no liquida el interés de la película. Para el recuerdo, la aparición en un sueño del protagonista del veteranísimo Maurice Garrel, padre de Philippe, abuelo de Louis e histórico secundario de lujo del cine francés, en el que quedará como último papel de su vida.

 

Un amor de verano / La belle saison (Catherine Corsini, Francia, 2015)

París y la campiña francesa como fondo de naturaleza muy viva para una historia de amor y militancia feminista. La proximidad en su estreno con La vida de Adéle (Abdellatif Kechiche, 2013) propició algunas infundadas comparaciones. Pero no, como titulaban muy bien en una entrevista los compañeros de ElDiario.es, esta “no es otra película francesa de lesbianas“. Las solventes interpretaciones de la consolidada Cécile de France y de la exótica y novel Izïa Higelin (más conocida como cantante de rock que como actriz) le aportan la fisicidad oportuna a esta historia para que se agite y cuaje su difícil equilibrio entre una cierta luminosidad y una cierta melancolía.

 

 

El último verano (Leire Apellániz, España, 2016)

Coincidiendo solo en el título con la versión española del último testimonio fílmico del maestro Jacques Rivette, este primer largo de la cineasta vasca Leire Apellániz es un emotivo canto de amor al celuloide como soporte, a los últimos proyeccionistas de 35 milímteros que van quedando acorralados por el irrefrenable imperio digital, a su peso y su ritual como símbolos de una era que muta (por decirlo con delicadeza). Y también al cine de verano, ese templo sin muros. Todo ello siguiendo a Miguel Ángel, dueño de una pequeña empresa de proyección que va con su furgoneta de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, mago de la luz y de la legua.

 

 

Verano 1993 / Estiu 1993 (Carla Simón, España, 2017)

La película española del año (y muy posiblemente de la década, aunque ya sabemos que todas esas categorízaciones son brindis al sol sin más fundamento que la euforia visionaria del crítico de turno, en este caso la mía) no transcurre en verano porque sí, sino porque esta estación ofrece a su argumento la coartada perfecta para mostar a su pequeña protagonista y a la vida misma, en su estado más salvaje, menos normativo y quizá más cercano también. Una película sobre la muerte y sobre la infancia no podía encontrar otra estación mejor para detenernos y dejarnos observar por esa ventanilla privilegiada que es la pantalla una historia tan grande, tan dura, tan hermosa, tan antigua y tan atemporal vestida con las telas graciosas de colores alegres de un verano que transcurre al fondo pero también en primer plano, en la mirada asombrada y virgen que nos va guiando.

 


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