Con la excusa del Día Mundial sin Automóviles, nos fijamos en unas cuantas películas de ambientación contemporánea pero cuyos protagonizadas se desplazan por sus propios medios, sin vehículos a motor

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22 Sep 2018
Juan Antonio Bermúdez
the nest

El cine y el automóvil han vivido en cierto modo una historia paralela. Aunque ambos tenían precedentes milenarios, fue a finales del siglo XIX cuando fijaron su forma estándar, en el caso del automóvil vinculada al motor de combustión y en el del cine a la proyección externa sobre soporte fotográfico. Una vez que el automóvil se comenzó a fabricar en cadena y se popularizó su uso, las obras cinematográficas lo integraron rápidamente y desde los años 30 es difícil encontrar películas de ambientación contemporánea en las que no aparezcan coches. Esa asimilación del cine contribuyó también a extender algunos de los tópicos que desde esa fecha promocionaban al automóvil como principal objeto de deseo de las anchas clases medias.

Un coche, al fin y al cabo, es una caja de chapa impulsada por un motor y acondicionada para acoger a varias personas en su desplazamiento. Su utilidad, reconocidísima, se ha sobredimensionado con delirios metafóricos sobre la libertad individual, la identidad o el estatus social. Pero a partir de la crisis petrolífera de 1973 y sobre todo del desarrollo del ecologismo, se ha ido tomando conciencia de que el uso masivo de automóviles tradicionales es insostenible y supone una amenaza rotunda para el planeta.

En esa reacción contra el abuso automovilístico, se decidió dedicar una fecha anual, el 22 de septiembre, al Día Mundial sin Automóviles. Se celebra desde 1990 pero solo ha ido calando en algunas ciudades de algunos países. En FilmAnd, en cualquier caso, nos ha parecido una buena excusa para hacer un repaso por unas cuantas películas que, aunque están ambientadas en lo que podríamos llamar “la era del automóvil”, relegan al coche a un plano muy secundario o directamente lo ignoran. Sus protagonistas humanos se desplazan andando, en bicicleta o en otros curiosos vehículos sin motor ni más fuerza animal que la de sus propios cuerpos.


Mi tío
/ Mon oncle (Jacques Tati, Francia, 1958)

Si pensamos en cineastas críticos con los abusos del automóvil y de la mecanización y la tecnología en general, es de justicia empezar por Tati. Aunque la más centrada en desinflar las cuatro ruedas es Tráfico (1971), el genial Jacques Tatischeff incluyó en casi todas sus películas escenas que ponían en evidencia con su característico sentido del humor la vana idolatría del automóvil y sus complicaciones. Su personaje Monsieur Hulot es, por lo demás, un excelente ejemplo de protagonista sin motor. Nos quedamos con Mi tío porque quizá es aquella que fijó a Hulot como uno de los grandes iconos del cine, indisolublemente asociado a su bicicleta y su zancada.

 

El viaje en globo / La Voyage en ballon (Albert Lamorisse, Francia, 1960)

Apenas cuatro años después de rodar su obra más conocida, la imprescindible El globo rojo (1956), único mediometraje que ha ganado el Oscar al Mejor Guion Original, Albert Lamorisse volvió a situar el eje de su cine en las alturas. Si en la primera, el globo tenía vida propia y acompañábamos al niño Pascal desde la tierra para seguir sus peripecias como las de un personaje más, El viaje en globo gira en torno a un aerostato en el que viajan un excéntrico inventor y su pequeño nieto, que se cuela como polizón en un divertido periplo aéreo por los cielos de la Francia más reconocible.

 

Pajaritos y pajarracos / Uccelacci e uccellini (Pier Paolo Pasolini, 1966)

Pasolini nos dejó una gran muestra del vagar como modo subversivo de estar en el mundo. Totò y Ninetto Dávoli (Innocenti Totò e Innocenti Ninetto se llaman curiosamente) cumplen a la perfección esa “evasión de la modernidad” de la que habla, entre otros Robert Le Breton. Y por el camino, sus dos máscaras al encuentro azaroso de otras muchas (el Cuervo, San Francisco de Asís…) irán desovillando el pensamiento siempre crítico de Pasolini en su comedia más delirante y corrosiva.

 

La pizarraTakhté Siah (Shamira Makhmalbaf, Irán, 2000)

La imagen de los maestros cargando con sus enormes pizarras a la espalda para recorrer a pie las áridas y montañosas distancias del Kurdistán, en la frontera entre Irán e Iraq, en busca de alumnos a los que enseñar, es un emblema de la vocación. El cine sirve, afortunadamente, para que historias así puedan ser contadas, en este caso gracias al arrojo de Samira Makhmalbaf, veinteañera en el momento en el que se estrenó la película y digna heredera del talento de sus padres, los también cineastas Mosen Makhmalbaf y Marzieh Meshkini.

 

La bicicleta de Pekín (Wang Xiaoshuai, China-Taiwán-Francia, 2001)

Con la resonancia evidente de Ladrón de bicicletas (Vittorio de Sica, 1948), clásico del Neorrealismo italiano, Wang Xiaoshuai sitúa el protagonismo de este drama social en un adolescente pueblerino que empieza a trabajar en Pekín como repartidor para una empresa que le deja una bicicleta a cambio de sus primeras jornadas. Cuando está a punto de conseguir el dinero que le permitirá quedarse definitivamente con la bicicleta, se la roban. Y ahí empieza solo parte de su periplo, que servirá también para mostrar la adaptación de los jóvenes emigrantes rurales a la gran capital china.

 

Los amos de Dogtown / Lords of Dogtown (Catherine Hardwicke, Estados Unidos, 2005)

Es uno de los primeros acercamientos serios del cine al skateboarding o monopatinaje y el relato de su nacimiento, a finales de los años 60, en California. En concreto, hace un retrato colectivo de los Z-boys, legendaria pandilla de surferos que sacaron la tabla del agua, le pusieron unas ruedes y comenzaron a saltar olas imaginarias en las calles del barrio de Dogtown, en Los Ángeles. Para los aficionados a este deporte de riesgo, también es muy recomendable el documental que algunos años antes hizo uno de los miembros del grupo, Stacy Peralta, guionista aquí: Dogtown and Z-boys (2001).

 

Bienvenidos a BellevilleLes triplettes de Belleville (Sylvain Chomet, Francia-Canadá-Bélgica, 2003)

Y si hablando de bicicletas cinematográficas no podía faltar la de Monsieur Hulot, si nos remitimos a las últimas décadas tampoco podemos dejar de lado esta animación, que es, además de una película entrañable y una entretenida aventura, un canto al ciclismo como algo más que un deporte. Curiosa y paradójicamente, su director, Sylvain Chomet tiene pendiente de estreno tanto una precuela de Bienvenidos a Belleville (Swing Popa Swing), en la que conoceremos la infancia de sus famosas trillizas, como una cinta sobre una legendaria carrera de coches (The Thousand Miles), ambas previstas para 2019.


La bicicleta verde
(Haifaa Al-Mansour, Arabia Saudí, 2012)

Y si antes aludíamos al valor de Samira Makhmalbaf y su película La pizarra, en esta lista también teníamos que encontrarle hueco a otra película valiente de otra directora árabe, Haifaa Al-Mansour. En un contexto aún más complicado que el de Makhmalbaf, Al-Mansour se las arregló para contar una historia protagonizada por una niña de once años que sueña con tener una bicicleta. Y el resultado es un milagro: no sólo es la primera película de la directora, sino el primer largo rodado de forma íntegra en Arabia Saudí y el primero firmado por una mujer.


Alma salvaje
/ Wild (Jean-Marc Vallée, Estados Unidos, 2014)

El viaje a pie como una literal travesía del desierto (el de Mojave, en este caso) y también como un camino de reconciliación con la vida tras unos años traumáticos. Eso es justo lo que cuenta esta adaptación de un libro autobiográfico de la bloguera y escritora Cheryl Strayed, que tras su divorcio y el fallecimiento de su madre decidió recorrer 1600 kilómetros a pie por varias regiones estadounidenses atravesando el conocido como Sendero del Macizo del Pacífico. La excelente interpretación de Reese Witherspoon, nominada al Oscar, le da a la película un necesario aire de autenticidad.


Selma
(Ava DuVernay, Estados Unidos, 2014)

Andar también se ha convertido en la modernidad en una manera de enfrentarse al poder, sobre todo si se hace interrumpiendo las grandes vías por las que fluye su “normalidad”. El cine ha recogido algunas buenas muestras de esto, como por ejemplo esta cinta de Ava DuVernay que reconstruye de manera bastante verosímil las marchas desde Selma a Montgomery (87 kilómetros hay entre estas dos localidades del estado de Alabama) impulsadas por el Movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, con Martin Luther King a la cabeza, fundamentales para que la población afroamericana consiguiera el derecho al voto.

 

Te prometo anarquía (Julio Hernández Cordón, México-Alemania, 2015)

Dos intrépidos skaters protagonizan esta excelente película dirigida por el guatemalteco Julio Hernández Cordón. Una historia de amistad y atracción homosexual en medio del caos de México D.F., en la que los dos protagonistas (extraordinarios los debutantes Diego Calva y Eduardo Martínez Peña) rompen moldes y reflejan la dureza y al mismo tiempo la vitalidad de mundos en gran medida ocultos para las pantallas.

 

Sobre ruedas. El sueño del automóvil (Óscar Clemente, 2011)

Y como extra cerramos esta lista con una muy recomendable producción andaluza de hace unos años que reflexiona con agudeza, sentido del humor y una realización muy ágil sobre la insostenibilidad de un modelo de organización humana basado en el uso masivo del coche, al mismo tiempo que busca y muestra posibles alternativas. Las ilustraciones de Miguel Brieva se complementan a la perfección con el registro directo de Clemente y cooperan en un discurso impecablemente claro.

 


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