El nuevo cine griego nos tiene acostumbrados a practicar ante el espectador un inquietante y quirúrgico proceso de extrañamiento (capacidad para poder entender las diferentes representaciones de una misma realidad y generar la curiosidad para entender su contexto y significado).
Un proceso frío y distante, que tiene su base en las primeras películas de Yorgos Lanthimos, continúa con Sofia Exarchou o Christos Nikou y resuena con la construcción de planos de Michael Haneke.
La quinta película de Alexandros Avranas, tras su paso por el festival de Venecia, llega a la sección oficial de Sevilla para perturbar, agitar e inquietar al público con un tema médico, que tiene como base una catástrofe social como son las migraciones en busca de asilo.
En la década de los 2000 saltó la alarma médica en Suecia ante un desconocido síndrome médico, el de la Resignación Infantil, un misterioso fenómeno que afectaba solo a los niños refugiados y que los sumía en una especie de estado catatónico, sin explicación alguna.
Desde el primer fotograma el talentoso cineasta griego instala un dispositivo de distancia situando, ordenada, mecánica y disciplinariamente, a toda la familia de refugiados, esperando impecablemente ante la puerta la visita de los inspectores suecos de inmigración.
La familia rusa, que ha huido de su país por la violencia ejercida sobre el padre por su libertad de pensamiento en la enseñanza, no muestra muchos más sentimientos que su hija que ha caído en este síndrome en pleno proceso de solicitud de asilo. Y los funcionarios suecos que siguen judicial y médicamente toda esta situación se asemejan a robots.
Alexandros Avranas vuelve a retomar uno de los temas que han marcado su carrera (Miss Violence o Love me not): un mundo cada vez más deshumanizado, mercantilizado y aséptico. Una pesadilla kafkiana en la que los sentimientos solo existen si pueden ser contabilizados y repertoriados para un examen posterior.
Una película que es como una bofetada a la retina del espectador que cuenta con la actriz fetiche del director, Eleni Roussinou, impagable en el personaje de una enfermera que ha sufrido el mismo problema que la familia protagonista. El cine griego continúa con su particular exploración de los márgenes y su ambición de abandonar caminos y narrativas habituales.