El cineasta Víctor Erice reflexiona sobre pasado, presente y futuro de la imagen, en la Universidad de Granada. Ha sido uno de los invitados estrella de la 30ª edición del Festival de Jóvenes Realizadores (FIJR)

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24 Oct 2024
Rosendo M. Diezma
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El salón de actos de la Facultad de Comunicación y Documentación de la Universidad de Granada se llena la mañana del 23 de octubre. Con todos los asientos ocupados, se han traído hasta pupitres de aulas contiguas, y aun así parte del público se tendrá que quedar de pie. Víctor Erice viene a hablar.

Uno de los invitados estrella de la trigésima edición del Festival Internacional de Jóvenes Realizadores es el director más mítico del cine español.

Con solo cuatro largometrajes a su nombre en más de 50 años de trayectoria profesional, trae consigo un aire de misterio, pero pronto se descubre en él una profunda generosidad a la hora de compartir sus ideas. Resulta complicado, de hecho, hacer crónica de este encuentro sin acabar con un mero trabajo de transcripción. Con calma, seguridad y elocuencia aborda una serie de temas que van desde la pérdida de la literatura como referencia directa de los cineastas hasta la desaparición de los proyectores analógicos en las salas de cine.

“Yo soy un superviviente. Mi generación ha fracasado en la transmisión”.

“Yo considero al espectador, en potencia, un cineasta. He dedicado más tiempo de mi vida a ver películas que a hacerlas.” La condición de cineasta, sin embargo, a su parecer cada vez escasea más, achacándolo a diferencias generacionales. La suya, habiendo crecido en la decadencia de la posguerra, en el cine “encontró una manera, al menos durante hora y media, de ser ciudadanos del mundo entero.” Con la actual, señala una diferencia fundamental: “Creíamos en el futuro, porque peor no podía ser,” añade con una sonrisa.

Erice se muestra desconfiado ante la incursión de la imagen digital en nuestras vidas. “Es una imagen calculada, manipulable hasta el último píxel.” Favorece el acto de captura que supone el rodaje fotoquímico. Por rigor a la contemporaneidad del relato, Cerrar los ojos, a excepción de su fantasmagórica secuencia inicial en 16mm, es una película digital, pero queda claro que la propia naturaleza del píxel le preocupa. “El poder de la técnica permite cumplir el sueño totalitario. Cabe la sospecha de que todo es trampa.” Uno se pregunta si esta condición es intrínseca a la imagen digital, o si somos nosotros, los espectadores, los que la contaminamos con nuestra mirada.

También carga contra el “absoluto fetichismo de la técnica”, que califica de enfermedad. Hace la distinción entre audiovisual y cine, y queda claro que para él lo que diferencia lo primero de lo segundo es la emoción. Atravesado por ella, su cine, que bien puede parecer muy medido y férreo, siempre ha dejado espacio para el azar y el descubrimiento, ya sean los famosos planos robados de El espíritu de la colmena, el hallazgo de El sur entre una obra inacabada, o la propia naturaleza de El sol del membrillo.

Esta actitud se vislumbra también cuando habla sobre su predilección por trabajar con actores infantiles: “Los niños juegan de verdad. Juegan, pero en serio.”

Sobre Cerrar los ojos, estrenada el año pasado, reconoce las dificultades que presenta la industria española actual. “Yo no soy independiente, he tenido que pasar por todas las aduanas.” Sin lamentarse demasiado, recuerda haber tenido que recortar 15 o 20 minutos de metraje y menciona que, de montarla de nuevo, le pondría más música. Parece un cineasta al mismo tiempo traumatizado y fascinado por lo que llama el “compromiso de producción,” señalando que, a diferencia del escritor o el pintor, que son dueños de su tiempo, “mi tiempo es el de todo mi equipo. Y esto está muy bien. Eso que se puede entender como limitación del cine yo lo veo como un rasgo de su carácter extraordinario.”

Esta dicotomía entre lo artístico y lo comercial, siempre presente en el cine, lo convierte según Erice en un espejo de dos caras. “Poca casualidad es que el texto literario, aparte de la Biblia, que más adaptaciones cinematográficas tiene, es Dr. Jekyll y Mr. Hyde.”

A pesar del pesimismo que resuena en sus palabras, en ningún momento da la sensación de que haya perdido la esperanza. Sus críticas del presente estado del séptimo arte no nacen del desgaste, sino del profundo amor que se percibe en su manera de entenderlo.

“La literatura se hace con palabras, pero las palabras son abstracción. El cine hace sus cuentas con lo real.”

Ante la contaminación que permea en la imagen contemporánea, la pregunta que se hace es pertinente: “¿Cómo encontrar una imagen verdadera?” No viene a condenar lo nuevo, pero sí a avisarnos del peligro potencial. Siempre se ha especulado con la muerte del arte, y esto Víctor Erice lo sabe.

Tal vez al cine le ha llegado la hora, no de morir, sino de ser dado por muerto, como tantas otras disciplinas que siguen hoy vivitas y coleando. Dando fin a la charla, sonríe: “Bastante he sentenciado.”


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