Ópera prima de la cineasta muy inspirada y con una inteligente puesta en escena e iluminación que, aunque discreta, no resulta menos meditada y efectiva

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21 Mar 2025
Carlos Loureda
the nest

Una de mis tías más mayores, señora de muy antigua escuela, con el nivel más bajo de adaptación a cualquier novedad que haya conocido, solía exponer sus opiniones como decretos legislativos. Entre muchos momentos míticos que han quedado en la historia intrafamiliar, uno de ellos me acompañó durante toda la proyección del estreno de la película.

Ella definía, siempre bajando la voz, a las segundas o terceras parejas, que no se estaban casadas como ‘Dios manda’ (es decir, por la Iglesia católica, románica y apostólica), como las ‘arrimadas’ porque evidentemente, en su construcción mental, siempre eran las mujeres las que se arrimaban. Nunca ellos. Los hombres parece que solo se dejaban arrimar.

La historia de Paula, según mi tía, sería la de una arrimada. En una pareja que, tras el verano, igual ya no existe y de la que habrá que imaginar un nuevo futuro.

Paula sabe que ya no quiere a Raúl, lo acepta como bien puede, pero no puede sobreponerse al hecho de que ya no estará con Dani, el hijo de la primera pareja de Raúl, con el que ha pasado también 5 años de su vida, toda su infancia desde los 2 años a los 7.

Raúl puede sobrellevar, más o menos, la ruptura, pero si la relación se acaba tampoco quiere compartir con Paula el poco tiempo que dispone con su hijo, en una complicada custodia, que aún no ha acabado de discutirse en los tribunales.

En la ópera prima de Yolanda Centeno se abordan temáticas que no han tenido mucha visibilidad en el cine actual. Como a mi tía, al cine le gustan los temas bien iluminados. Los ángulos oscuros le provocan incertidumbre, de ahí el logro de la cineasta al exponer un tema apasionante, bajo una forma inteligentemente cinematográfica.

Una metáfora en el centro de la narración define a la perfección el papel de Paula, encarnado con sutil contención y elegancia por Alexandra Jiménez, tan en plena forma como lo estaba en Las distancias (que se llevó en 2018 tres Biznagas del festival de Málaga).

Dani encuentra una antigua casa de muñecas y empieza a jugar con ella, rellenando en cada espacio a los personajes de ese hogar ideal. Encuentra al padre, a la madre y a un niño, pero entre las otras muñecas le cuesta encontrar a una que represente a Paula. En las casas de muñecas, y en la vida real, no existe el papel de las arrimadas.

La cineasta divide las tres partes de la historia, planteamiento, nudo y desenlace, con un recurso estilístico que, al mismo tiempo, tiene una función clara y contundentemente narrativa.

Una playa, Paula y Dani juegan en el agua, pero también flotando en el lugar en que las olas juegan con nuestra estabilidad y donde no se toca suelo. Igual que la situación de las personas allegadas cuando finalizan sus relaciones personales o los derechos de los menores que tanto cuesta definir y defender.

Por último, Tras el verano, con ese título tan luminoso, juega, continua e imaginativamente, todo el con la luz. Prácticamente en toda la película Paula está en la semioscuridad, se va la luz, su personaje aparece en segundo plano… Solo se ilumina su rostro en los momentos que comparte con Dani.

Quizás sea justo lo que pretende y consigue esta, muy grata y recomendable, sorpresa del festival de Málaga. Iluminar, por fin, la difícil situación de las allegadas y los derechos de los menores.

28ª Edición Festival Málaga – Largometrajes Sección Oficial – Fuera de Concurso


Un comentario sobre “Tras el verano (Yolanda Centeno), lograda y novedosa reflexión sobre los derechos de los menores y la definición actual de la familia

  1. Una historia tan real como atrevida por exponer claramente el sufrimiento de cada miembro de la “familia” en una separación, especialmente la de Dani de 7 años y una madre que no es la suya biológica, pero sí es la que él asume como madre, y la de ésta que ama al niño y se siente sin derechos, como una abeja obrera y no como una reina, revoloteando sobre él a escondidas, de forma casi clandestina.
    Profundidad, sensibilidad y tensión, con silencios en primeros planos iluminados de forma magistral según el nivel de intimidad de cada vivencia, las relaciones de pareja a oscuras, la alegría del niño en la luz.
    Yolanda y Jesús consiguen elevar la gravedad con una tristeza que no permite el desahogo, cada escena en la que te encuentras a punto de llorar es interrumpida por otra escena operativa, sin poder liberar el llanto, y es así como se van sumando minuto a minuto una tristeza que te hace sentir lo que sienten los personajes.
    Una obra necesaria en un contexto en el que la familia tradicional es un concepto que tiende a desaparecer. Con un ritmo pausado este largometraje invita a reflexionar sobre cómo a veces jugamos con los vínculos pensando que van a ser efímeros, cuando algunos serán eternos.

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