Cada vez que me preguntan sobre mi escritor favorito de ficción, el nombre que asalta mi mente -como una bomba que elimina cualquier otro rastro- es “Stephen King”. Una respuesta que argumento repitiendo que es el único que me ha acompañado en diferentes etapas de mi vida y que no solo ha creado gran parte de mis filias, sino que también les ha dado forma hasta convertirlas en parte de mí.
Por otro lado, la prosa del escritor de Maine es delicada y rigurosa y no tiene nada que envidiar a sus maestros. Así que mi consumo de libros firmados por Stephen King -y por su pseudónimo Richard Bachman- no se trata de un guilty pleasure, sino más bien un total pleasure. Y a mucha honra.
Por eso nunca deja de sorprenderme que entre mis círculos más “selectos” rechacen su obra de un plumazo. De hecho, es algo que me enciende y me hace preguntarles: “Pero vamos a ver, piltrafilla, ¿tú te has leído algo de este buen hombre?” Y entonces una tiene que prepararse para escuchar sandeces del tipo: “Eeeeh… Cuando era adolescente me leí algo –mentira-, pero es que eso es literatura juvenil y de fácil consumo”. Pardiez. Qué sinsentido más grande. Que todavía tengamos que escuchar esto, tras las más de 70 novelas del Rey del Terror y las infinitas adaptaciones que se han hecho en el cine, me hace levantar el hacha.
Y con el hacha alzada, prodigo: gracias a Dios (o al diablo, que preferiría sin duda King) que existen editoriales independientes que no dudan en lanzar con mucho cariño obras concebidas para venerar a los que más lo merecen. Es el caso de Errata Naturae y su acertado homenaje a nuestro escritor: The King. Bienvenidos al universo literario de Stephen King (2019). Larga vida al Rey.
Un ensayo de arte y oficio
Estamos ante un ensayo de arte y oficio inteligente que analiza la obra de King desde diferentes prismas y que está construido por diferentes literatos: periodistas, filósofos y profesores que ocupan un prestigioso lugar en el pedestal del éxito. Los capítulos de esta compilación de relatos están firmados por plumillas habituales en prólogos sesudos de las obras de Bolaño o Borges, por apuntar algunos ejemplos. Esto es cosa seria.
Rodrigo Fresán, Mariana Enriquez, Edmundo Paz Soldán, Laura Fernández, Gret Littmann y Katherine Allen, Tony Magistrale, Kelly Byal, Timothy M. Dale, Joseph J. Foy, Elisabeth Hornbeck y Garret Merriam son los autores, amantes confesos tanto de Stephen King como del género del terror y la ciencia ficción, que se han reunido para trabajar en este libro y venerar al Rey.
Algunos apuntan cierto pavor hacia ese fenómeno fan, como Littman, quien asegura que “en mis círculos no puedo confesar que soy amante del género porque no resulta demasiado aceptable”. Pecata minuta para un libro que resulta un brillante repaso al complejo universo literario de King y del que vamos a destacar los capítulos que más poso dejan, ya sea por su construcción narrativa o por los detalles que desvelan.
Por cierto, este es un producto “fans only”, así que, si no eres un amante del Rey ni has visto alguno de sus libros adaptados a la gran pantalla, mejor léete Crimen y castigo y márcate unos puntos con tus colegas de la élite cultural.
La obra de King en la gran pantalla
El libro que nos ocupa empieza con una entrevista al propio King de la mano de Tony Magistrale, profesor de literatura y escritura de la Universidad de Vermont y experto en la obra de Stephen. Magistrale empieza explicando su viaje por los paisajes de Nueva Inglaterra, recorriendo pueblos dispersos y campos ondulados hasta encontrarse con su venerado autor en Bangor, en el condado de Maine (dónde si no). Su análisis actúa como puerta de entrada a la mansión del escritor homenajeado, que vemos recreada con una ilustración en la portada del libro: una gran verja de hierro forjado que augura la entrada a su mágico (y tenebroso) universo.
Una vez dentro, Magistrale centra sus preguntas a King, mayoritariamente, en descubrir su opinión en cuanto a las adaptaciones cinematográficas que se han hecho de sus obras más célebres. Entre sus respuestas, recordaremos su aversión –explicitada en otras ocasiones- hacia la adaptación que hizo Stanley Kubrick en los 80 de El resplandor (1977): “Es casi sobrecogedora por la belleza de la fotografía que tiene, pero la historia que rodea esa fotografía tiene defectos”. O conoceremos a un King que confiesa que “estaba hasta arriba de cocaína y no sabía muy bien lo que estaba haciendo”, cuando explica su primera experiencia como director con la película La rebelión de las máquinas (1986).
El profesor también incide sobre el objetivo de los continuos cameos que perpetraba en las diferentes adaptaciones (vemos a King como el sacerdote que entierra al pequeño Gage en Cementerio Viviente,1989; o como el protagonista de uno de los segmentos dirigidos por George Romero en Creepshow, 1982; entre muchos otros). Todos, personajes que elige él mismo siguiendo la estela de Hitchcock y porque siempre se ha considerado “un actor frustrado”.
Pero son las afirmaciones del propio maestro sobre su proceso de creación las que más nos enamoran. “El instrumento creativo que utilizo en mis libros para crear una reacción emocional intensa: terror, risa e implicación profunda, es como un bisturí, hago incisiones precisas y profundas”. Y es imposible no imaginarlo como el doctor Dr. Herbert West de Re-Animator, jugueteando con los tejidos de nuestro delicado cerebro, film que por cierto, está basado en un relato de H.P. Lovecraft, un referente constante de King.
Dejad que los niños se acerquen a mi
De hecho, Lovecraft es, como argumenta Rodrigo Fresán en uno de los capítulos más lúcidos del libro, el culpable de que King se haya convertido en el master and commander del terror. Encontró una antología de los horrores cósmicos y tentaculares del autor que conservaba su padre y en ese momento Stephen supo que había llegado a su hogar, justo cuando abrió la primera página del libro.
Fresán, literato reputado de Buenos Aires que reside en Barcelona, hace un retrato de King a partir de las fotos de su infancia y abarca el interesante submundo que emerge de su interior con respecto a los niños, partiendo de la (no muy fácil) niñez del autor. Y es que el padre de Stephen se fue a comprar tabaco cuando él tenía solo dos años y no volvió. A su madre no le quedó otra que trabajar como una jabata para sobrevivir con sus dos hijos, manteniendo diferentes trabajos en el condado de Maine. Esa madre coraje, además, sacaba tiempo para leerle al pequeño Stephen de seis años tiernas historias como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde.
Tampoco es casualidad que en los mejores relatos de King, como It (1986), Los chicos del maíz (1977), Cementerio de animales (1983) o Cujo (1983), los primeros que desaparecen del mapa o bien sufren como condenados sean los pobres niñetes. El maestro vio cuando era un crío como un tren atropellaba a uno de sus amiguitos y el miedo le invadió el alma. Tal y como el propio Stephen comenta: “para asustar tienes que saber cómo es estar y ser asustado”.
Fresán no duda en afirmar que Stephen King es el Charles Dickens de nuestro tiempo, porque ha conseguido pasar de la cultura popular a alcanzar la categoría de clásico. Lo ha hecho gracias a máximas reincidentes en sus relatos, como darles a los niños el rol de víctimas y de héroes (a pesar suyo) y permitir que mantengan toda la presión de sus historias a sus espaldas.
Tras el recuento fotográfico, el autor de este capítulo nos regala un breve –e imprescindible- diccionario de novelas en el que disecciona la obra de King, a través de las diferentes apariciones de niños y/o adolescentes. Para aquellos que no conocen con demasía la bibliografía del maestro, el resumen que prodiga Fresán se les antojará algo breve y quizás perderán algunos detalles que esconde su inteligente lírica. Pero los que han crecido con pesadillas protagonizadas, por ejemplo, por el pequeño vampiro de El misterio de Salem’s Lot (1975) rascando la ventana de la habitación de su hermano, disfrutarán como enanos de las descripciones y viajarán a las tinieblas de sus infancias.
Las mujeres de King
Y tras los niños, encontramos la radiografía de la figura de la mujer, una sombra alargada que recorre la obra de King y que va mutando en sus diferentes relatos. En este caso, es precisamente una mujer, Mariana Enríquez, periodista y escritora que firmó la popular Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), quien desgrana el trabajo del escritor, destapando las diferentes caras de las féminas que asoman entre sus líneas.
Por supuesto, este capítulo empieza recorriendo el sentido y la sensibilidad de Carrie White, la protagonista absoluta de la primera novela de Stephen King, Carrie. Nuestro homenajeado dedicó a su mujer Tabby su ópera prima porque estuvo a punto de tirar el relato a la basura y fue ella, una mujer, quien le animó a publicarla en 1974. ¡Cuánto le debemos a Tabby! Digamos, pues, que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer.
Carrie cuenta las desventuras de una adolescente con poderes telequinéticos y constata toda una alegoría a la maldad de la adolescencia, una revisión del poder de un matriarcado diabólico, y una búsqueda insistente en la aceptación social a través del seguimiento ciego de las normas impuestas a la mujer.
El relato también se detiene en cómo King utiliza la menstruación de Carrie como castigo de Dios (según su devota madre), provocando su desestabilización y las burlas de sus compañeras de vestuario. Ninguna mujer podrá olvidar esta parte, pues muchas nos hemos sentido tan desorientadas como el personaje de Stephen, aunque esperemos que ninguna haya tenido que soportar un lanzamiento de tampones denigrante sobre su cuerpo desnudo tintado de rojo.
Más allá de Carrie, la fuerza de la mujer se percibe en otras obras cumbre como Cujo (1981), donde la única superviviente es una mujer o la gran Dolores Claiborne (1992) adaptada al cine como Eclipse Total (Taylor Hackford, 1995), donde la protagonista se encarga de cepillarse violentamente a un marido maltratador cuando se cerciora de que también está abusando sexualmente de su hija.
Dolores es –además-una sirvienta que trabaja duro (muy duro) para poder traer un plato de comida a su hija, mientras soporta los golpes de su infame marido. Dolores es, quizás, el retrato más fiel que King ha podido hacer de su madre, por ese aspecto fuerte, luchador y tremendamente masculino por fuerza y condición.
Detectaremos también su visión sobre las mujeres, aunque algo más distorsionada, en personajes como Annie Wilkies, protagonista de Misery (1987), una fanática obsesionada con Paul Sheldon, un escritor (alter ego de King) que acaba en sus manos, socorrido, tras un fatídico accidente que lo encerrará en una auténtica pesadilla. Y casi fue una trágica premonición sobre lo que le ocurriría a nuestro Stephen en la vida real en 1999, cuando casi pierde su vida tras ser golpeado por una furgoneta cuando paseaba cerca de su casa.
El Hotel Overlook y la heterotopía del terror
Elisabeth Hornbek firma uno de los capítulos más interesantes del que hemos conservado el título original. Hornbek es profesora experta en arquitectura en el cine y claro, ha dado más clases sobre El resplandor que golpes en la mesa para hacer callar a sus alumnos en toda su carrera. Para abarcar la obra de King, la profesora escoge al filósofo Michel Focault y su tesis sobre la heterotopía, dígase de aquellos lugares en los que “todos los demás espacios reales que pueden hallarse en el interior de una cultura dada están a un tiempo representados, impugnados o invertidos, una suerte de espacios que están fuera de todos los espacios, aunque sea posible su localización”.
Así, un lugar que adquiere su propia cultura, a causa de las acciones que allí ocurren, de manera separada del avance natural de la sociedad, se convierte en un lugar heterotópico, más allá de su arquitectura. Es decir, el filósofo francés sugiere que los espacios también desempeñan un papel en el seno de las relaciones sociales.
Al hilo de Focault, Hornbek coge el concepto de heterotopía y lo aplica al Hotel Overlook, el escenario donde Jack Torrance, protagonista de El resplandor, pierde la cordura e intenta (repetidas veces) matar a su mujer e hijo, preso del mal que infunden las habitaciones del hotel. Las atrocidades que han ocurrido en las paredes del Overlook se convierten en el tormento de Jack y el hotel pasa a ser un personaje más en la historia, el villano principal que mina los cimientos del núcleo familiar.
Siguiendo esta máxima y analizando toda la obra de Stephen King, diríase que todo el condado de Maine se convierte en una enorme heterotopía del terror, porque la gran mayoría de las historias que teje King durante toda su carrera ocurren en ese mismo escenario.
La filosofía y los personajes
Además de los capítulos descritos, este homenaje al maestro del terror se construye con otros ensayos que plantean su universo a partir del análisis de conceptos filosóficos clásicos instaurados por Platón o Nietzsche, entre otros. Garret Merriam hace un buen discurso sobre el nihilismo y Roland, el personaje protagonista de la saga de La Torre Oscura.
También se crea cierta simbiosis entre los temas recurrentes de Stephen King y algunas corrientes de la filosofía contemporánea, como por ejemplo el transhumanismo y la transformación de nuestros cuerpos para evitar la muerte, a propósito de la novela Cementerio de animales (1983).
Más allá de estos conceptos (reconozcamos) algo pretenciosos, pensados para elevar su obra, no olvidemos que a Stephen King lo único que le interesa es darnos miedo porque tiene mucho miedo que ofrecer y eso lo hace como nadie. Así que despojémonos de una vez por todas de cualquier hegemonía que nos lleve a repudiar aquello que nos ha hecho como somos y amemos al Rey del Terror, en todas sus formas (y con todos sus monstruos)