La mayoría de las películas se ven, pero una inmensa minoría tienen la capacidad de hacer que las saboreemos. Rita es una película de sabor. De gusto en la piel, en las pupilas y en las entrañas.
Desde su primer fotograma sentimos la oscuridad en que la España de mediados de los 80 estaba sumergida. La luz iba ganando espacio, pero aún faltaba un poco de tiempo para que fuese más resplandeciente. Una luz que iluminó a muchos y cegó a otros.
En el día en que despierta la protagonista de la película, Rita, una niña de 7 años, se percibe un muñeco en su habitación, la que comparte con Lolo, su hermano dos años más pequeño que ella. Un vaquero tirado por el suelo después de haber jugado con él toda la tarde con su hermano. El vaquero ha quedado aquí en la semioscuridad de un presente que tenía que cambiar.
Paz Vega, magnífica actriz, con su ópera prima muestra que es aún mejor cineasta. Sentimos y saboreamos la luz de Sevilla con ese sabor dulce la mermelada de naranja, pero también hay sombras, pequeños comentarios entre la madre de Rita (interpretada por la propia directora) y su marido, una mirada perdida, un tono más alto que otro… todos esos detalles que también dejan a Rita ese sabor amargo.
En el arte de contar, la distancia y la altura de la cámara nos posiciona, como espectadores, en un determinado lugar que ya condiciona lo que vemos. Por esa sencilla razón, por ejemplo, los jueces en todos los países están sentados más altos en los estrados. La posición implica una jerarquía y la altura de la cámara es tanto una elección estética y social como moral.
La cineasta opta por narrar su historia a la altura de los ojos de Rita. La altura de unos 7 años que no entienden todo lo que escucha o ve, pero que no le impiden adivinar lo que implican ciertas palabras, gestos o actitudes. Y la capacidad de la directora y su arte en la dirección consigue que todos seamos Rita en esta película.
A primera vista, crónica social de un cambio, a través de los ojos de una niña, que pronuncia en la mitad de la película la frase clave de la trama: ¿por qué siempre tenemos que hacer lo que diga papá? Ese padre, cabeza de familia, pero también director de empresa, médico, jefe de Estado. Hasta esa época solo se hacía lo que decían los padres de la patria, de la familia, del trabajo, de las casas… de la vida.
Igual esta historia es mucho más que una mirada intimista de una niña y su madre en un lugar concreto. Quizás Rita sea la radiografía más exacta y precisa del momento en que se empezaron a escuchar, en este país, otras voces que no fuesen masculinas. Y de ahí su fuerza.
Si no la has visto, no te la pierdas, y se ya la has visto, vuelva a verla. Paz Vega no deja nada al azar. Cada plano está construido para dar sentido al siguiente, cada anécdota es la quintaesencia de algo más generalizado y cada detalle no es decoración, es pura narrativa. Por eso, el vaquero en el suelo de la habitación de Rita está contra el suelo y, pese a que a muchos les cuesta, su voz ya no volverá a sonar tan clara.
El arma de Chéjov es un principio dramático, bien conocido, que postula que cada elemento de una historia debe ser necesario e irremplazable o ser eliminado. Es decir, si hay una pistola, ésta tiene que dispararse.
No hay spoiler en lo siguiente porque no hay una pistola en la película, pero hay que reconocer que hacía tiempo que una cineasta no utilizaba con tanto ingenio el arma de Chéjov en pantalla. Cada espectador decidirá si el sabor que le deja Rita es dulce o amargo. En todo caso es, sin lugar a dudas, exquisito.