Gran cosecha la de este año en cortometrajes: puesta en escena arriesgada, compromiso social, momentos de empatía y hasta finales felices. ¿Qué más se puede pedir?

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20 Mar 2025
Carlos Loureda
the nest

Nadie como el cineasta Daniel Sánchez Arévalo ha defendido mejor el formato del cortometraje en nuestro cine. Un formato que implica una estética, un ritmo y una narrativa que se valen por sí misma y que no representan una fase más en una transición hacia el largometraje.

Una filosofía tan correcta no puede dar más que buenos resultados. En el caso del cineasta, mucho más que buenos. Pipiolos es una delicia cinematográfica de principio a fin.

Un verano, una pareja recompuesta y los hijos de cada una de los integrantes de la pareja que, por fin, ha decidido salir del armario le sirven a Daniel Sánchez Arévalo para construir todo un universo de nuevos descubrimientos, de infinita ternura, de ruptura de barreras y de prejuicios. Ojalá que muchos largometrajes fuesen como los cortos de este talentoso cineasta.

Absolutamente redondo como De sucre. Me quiero quedar en el universo de Clàudia Cedó. Necesito saber más sobre esa inolvidable protagonista en busca de una maternidad que la sociedad le niega. No quiero solo un largometraje, quiero una serie de 10 capítulos.

El nivel de la selección de los programadores Paula Bugni, Antonio Navarro e Iván Barredo ha sido impresionante escogiendo 28 cortos en ficción de los casi 1.100 que se han presentado al festival.

El debut detrás de la cámara de Eduard Fernández con El otro no ha dejado indiferente a nadie. Una potente puesta en escena para mostrar el enemigo más poderoso que nos puede aniquilar: nosotros mismos.

Aunque, a veces, igual no haya que salvar a todos los que nos acompañan o se cruzan en nuestro camino. Insalvable, de Javier Marco, es un buen ejemplo de ello y Pedro Casablanc encarna a la perfección uno de los personajes más detestables que hayan pasado por nuestras pantallas.

Javier Prieto de Paula y Diego Herrero han utilizado al máximo el recurso expresivo del silencio en Solo Kim, con un protagonista que llena la pantalla con su mirada y presencia.

Cólera, emoción y enfermedad al mismo tiempo, confirma de la mano de su director Jose Luís Lázaro, que no todo está asentado, en relación con el respeto a la diversidad, en un corto impactante que se recibe como una bofetada de realidad en plena cara.

Riesgos asumidos y éxitos logrados en dirección los de Adrià Guxens, uno de los cineastas más fascinantes de nuestra geografía, en Kokuhaku, con una pareja protagonista hipnótica en una historia queer en que la puesta en escena también va más allá de una mirada canónica narrativa (con toques actualizados de Fassbinder, Mizoguchi y Bidgood). O esa cámara subjetiva tan bien utilizada y expresiva como la de Judoka, de Ander Iriarte.

La sororidad y el cuerpo femenino han tenido tres grandes momentos: el impresionante Ajar, de Atefeh Jalali, a la que las autoridades iranís no le concedieron el visado y no puedo estar en Málaga. Hormiguilla, de Fran Granada, con la cada vez más grande María Romanillos, una actriz que da siempre otra dimensión a sus personajes.

El cuento de una noche de verano, de María Herrera, mucha atención a esta cineasta, mano poderosa en la puesta en escena, ritmo impecable, excelente dirección de intérpretes, cuerpos, por fin, no cosificados en gran pantalla. Todo un descubrimiento.

Y el final feliz que todos anhelamos en la sala de butacas del cine, Marciano García, de Luis Arrojo, el toque de esperanza y empatía que toda selección desea.

Gran cosecha la de este año a la que se suman otros coros de los que ya hemos hablado en artículos anteriores: en animación Lola, Lolita, Lolaza; Yo voy conmigo o El cambio de rueda; y en ficción, La fuerza.


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