La historia de esta Emmanuelle chilena de los años 50 nunca ha resonado con tanta actualidad como hoy día. Candidata por su país a los Oscars y los Goya 2025

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24 Sep 2024
Carlos Loureda
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¿Por qué no comenzar desvelando el secreto mejor guardado del cine chileno? Siendo sinceros se podría afirmar que Maite Alberdi lleva, casi quince años, rodando ficciones en forma de documentales. Por ello no es de extrañar que su último trabajo El lugar de la otra sea, en realidad, un documental en forma de ficción.

El salvavidas (2011), su ópera prima sobre la autoridad, se podría poner en paralelo con La vida de los otros (2006); La Once (2014) es el negativo y la respuesta a Paseando a Miss Daysi (1989), en las que las protagonistas que disfrutan de la amistad y no se ven a abocadas a la soledad; y Los niños es un Romero y Julieta actualizado. Así como El agente topo es un clásico James Bond de la tercera edad, La memoria infinita es la versión de Casablanca que todos queríamos haber disfrutado en pantalla, la de la pareja que permanece junta toda la vida.

Gracias a las curiosas coincidencias de los festivales, el Zinemaldia de esta edición se inauguró con la proyección de Emmanuelle, relectura feminista actualizada del mito erótico y adaptada a los tiempos que corren de la mano de Audrey Diwan. Aunque no lo parezca a primera vista, la protagonista de El lugar de la otra es otra Emmanuelle, pero esta vez chilena y en los años 50, mucho más lanzada, genuina, valiente y feminista que la que inauguró el festival.

Maite Alberdi adapta un relato del libro Las Homicidas, de Alia Trabucco Zerán, sobre un célebre asesinato de una novelista que dispara a su amante en plena cafetería del Hotel Crillón. Un extraño suceso y una enigmática mujer que cautivan a Mercedes, la tímida ayudante del juez que llevará el mediático caso.

El lugar de la otra es como un vestido de noche, con elegantes interpretaciones, de seda roja, magníficamente fotografiado, y corte impecable, al igual que su montaje y ritmo cinematográfico. Una indumentaria exquisita a primera vista, pero cosida con alambre de espino, que solo se percibe si te acercas a él.

El lugar de la otra, una de las películas más apasionadamente feminista de los últimos años, integra el compendio de las microagresiones con que se riega la existencia de las mujeres, con esa maravillosa escena del barro en la alfombra, como broche y síntesis final (insultos, bajezas, explicaciones innecesarias, imposibilidad de acceso a todos los sitios, tareas domésticas limitadas solo a un sexo, miradas por encima del hombro…).

Una película situada a mediados de los 50 en Chile, por lo que resulta aún más duro comprobar que muchos de estas actitudes siguen de plena actualidad, 70 años después.

De ahí la necesidad de referentes, de las otras y de ese lugar propio. La tan reclamada y necesaria habitación propia de Virginia Woolf. Como se escucha en el film “las que estamos aburridas de ser como somos, necesitamos un lugar para no ser nadie”. El quid de esta cuestión, al final, es quién y de qué manera han logrado bajar nuestra autoestima a esos abismos. Muy brillante, como siempre, Maite Alberdi. Brava.


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