Delicados temas, el acceso a una vivienda digna y la necesaria asimilación del duelo y de la pérdida, abren debates y emocionan en la sección oficial del festival de Málaga

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16 Mar 2025
Carlos Loureda
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El observatorio de la ciudadanía española ha desvelado en cada época las grandes preocupaciones de nuestra sociedad. En las últimas décadas han ido desfilando el terrorismo, el paro y, desde ya hace mucho tiempo, se ha colocado en primer lugar, el difícil, por no decir imposible, acceso a una vivienda, al menos digna. Y la permanencia en ella, frente a las olas de fondos buitres y las masificaciones de apartamentos, concebidos como colmenas para turismo extranjero y permanencia temporal.

El cine, termómetro implacable de la realidad, es el perfecto reflejo de nuestras inquietudes y no permanece ajeno a ellas. Dos de las películas presentadas en la sección oficial del certamen malagueño, hasta el momento, ponen la vivienda en el punto de mira de sus cámaras.

Daniel Guzmán, como también lo hace Belén Funes en su película con los espacios, mezcla dos géneros diferentes en La deuda. Por un lado, una radiografía intimista de la solidaridad entre generaciones y, por otro, una película de acción. Un thriller, casi policíaco, para conseguir los fondos con el objetivo de mantener la propiedad del apartamento de una señora mayor y dependiente.

Si bien hay que reconocer la brillante de la metáfora de que hoy, en España, para poder conservar tu piso prácticamente tienes que delinquir, es en el lado más humanista de la película donde el director destaca.

Brillante es la enternecedora relación de los dos protagonistas y la ternura de sus personajes secundarios. Como esa magnífica enfermera que, lejos de reivindicar su papel de heroína contemporánea, declara que “solo he hecho lo que debía, sencillamente, mi trabajo”.

Verdadero tour de force de Daniel Guzmán que, delante y detrás de la cámara, dirige, escribe y actúa en su tercer largometraje y, también, tercer estreno en el festival de su tierra natal.

Ya han pasado cinco años desde uno de los debuts más arrolladores que el cine español haya conocido en los últimos tiempos. Belén Funes llegó, nos dejó ver La hija de un ladrón y venció claramente con numerosos e importantes premios de ese 2019 (Festival San Sebastián, premios Goya, Gaudí…), que ya parece tan lejano.

En la mitad de este último lustro se embarcó en la magnífica serie La Ruta, otro de sus exitazos con más premios todavía, Feroz y Ondas, y desarrolló su segunda película, Los Tortuga, hoy en competición de la Sección Oficial del Festival de Málaga.

Una película que, a primera vista, parece un compendio del mejor cine de autor de los últimos años que se hayan realizado por estos lares. Una tensión entre el cine rural, quizás puesto de moda por Icíar Bollaín con El olivo en 2016, y la película de gran ciudad, ya sea Barcelona o Madrid, cada vez más deshumanizadas, crispadas e inhabitables.

Belén Funes en Los Tortuga parte de la tierra, de la esencia, del terruño de los olivos de Jaén en una familia unida, pese a los accidentes de la vida, y que trabaja y saborea juntos el fruto de su común esfuerzo.

Pero la cineasta da un giro, en la segunda parte del film, y se adentra en la Barcelona más actual, con sus desahucios violentos mentalmente y la imposibilidad continua para conciliar la realidad económica de una vida estándar y la que imponen los mercaderes del sueño y del suelo.

Posiblemente sea solo una intuición, pero la trama de la película, la necesidad de asumir el duelo por la pérdida de un ser querido, parece trascender la propia cinematografía de la cineasta. Quizás, el anuncio de una nueva Belén Funes, tras asumir también sus posibles pérdidas, duelos personales y también los muchos éxitos, que parecen indicar una dirección obligatoria.

Una cineasta que, tras constatar, también a nivel formal, lo que nos ofrece el cine autoral, y plasmarlo con su conocida elegancia, hace su propio duelo y promete otro gran salto. La directora es capaz de esto y mucho más.

Veo a Belén Funes como en el fotograma de arriba. Una cineasta encarnada en Antonia Zegers, saliendo al exterior, y si bien se refleja en el retrovisor su obra interior su mirada va hacia otro lado. La tortuga se ha quitado el peso del caparazón. Lo que vendrá de ella será totalmente distinto. Con su particular mirada, pero con una nueva voz.

El título de la película, Los tortuga, hace referencia al exilio masivo que sufrieron millones de españoles del sur y centro del país hacia las tierras del norte, más organizadas industrialmente y con más recursos económicos. ¿Un movimiento también en su carrera?

La cineasta, de nuevo, brilla por la dirección del trío de actrices protagonista: Antonia Zegers, sublime como siempre para expresar las perfectas disonancias entre lo que se escribe en el guión y los sentimientos que transmite su cuerpo, Elvira Lara, un gran descubrimiento, y la sólida y extraordinaria Mamen Camacho.

28ª Edición Festival Málaga – Largometrajes Sección Oficial


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