El Oso de Oro también se compite en esta 75ª Berlinale en los difusos terrenos entre la realidad y la ficción, con obras como The Ice Tower, Dreams, The Safe House y Yunan

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21 Feb 2025
Alejandro Ávila
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En una edición marcada por el auge del fascismo, la guerra en Ucrania y la ocupación de Gaza, la Sección Oficial de la 75ª Berlinale ha estado señalada por varias obras en la que se exploran las (a veces) difusas fronteras entre realidad y ficción, como si el arte hubiera partido al mundo de los sueños y las fantasías, para encontrar respuestas en un mundo en profunda crisis existencial.

Dreams (Dag Johan Haugerud)

«Todo lo que siento está en las nubes». Dreams cierra la trilogía de Dag Johan Haugerud mirando al cielo, como metáfora de los derroteros por los que transita esta película que, a ratos, nos recuerda a dos de las obras LGTB de mayor éxito en plataformas, como Heartsopper y su paisana Jóvenes altezas, recordando, por momentos, a la oscarizada obra danesa La caza (Vinterberg).

El coming of age noruego se enfrenta al tema de los (posibles) abusos sexuales a una adolescente, por parte de su profesora, desde una original perspectiva: Johanne plasma el enamoramiento y los encuentros con su profesora en una novela, para sí misma, escrita de manera explícita y, según descubren su propia abuela y su madre, con una gran calidad literaria.

Realizada de manera muy fresca y nada dogmática, Dreams se adentra con amplitud de miras en los límites entre ficción y realidad, en un coral relato femenino, que acaricia la piel con la ambigua suavidad de la lana que tejen sus protagonistas.

The Ice Tower (Lucile Hadžihalilović

The Ice Tower, dirigida por Lucile Hadžihalilović, también apuesta por el juego entre la realidad y la ficción. Partiendo de un (cruel) cuento europeo de Hans Christian Andersen, Hadžihalilović se adentra en la fascinación que siente la joven Jeanne (Clara Pacini) por la fábula de La reina de las nieves, relato que cuenta todas las noches a a su pequeña amiga del orfanato.

The Ice Tower retrata la misteriosa escapada de Jeanne que le lleva a conocer, en persona, a la cruel reina de hielo interpretada por Marion Cotillard… en un set de cine. ¿Hasta dónde llega la crueldad de la reina? ¿Dónde termina la fascinación y empieza la ensoñación?

Las dos mujeres entablan una ambigua relación en la que se explora las raíces del Me Too, más allá de épocas y géneros. Su fascinante puesta en escena y la extraordinaria particularidad de sus personajes contrastan con un guion que pierde tensión en su obsesión por el misterio.

The Safe House (Lionel Baier)

A ritmo de jazz y de la revuelta del Mayo del 68 en París, The Safe House establece un pacto con el espectador: Si creemos que bajo las escaleras de la casa hay un gato… es que lo hay. Solo necesitamos creerlo. De ese modo, Lionel Baier también se atreve a jugar con las difusas fronteras de la memoria, la historia y la ficción, subido a Citroën 6 rojo a través de cuyas ventanillas las calles parisinas del 68 se convierten en un croma fotográfico velado, que nos recuerda los terrenos movedizos por los que circulamos.

La ambigüedad, como el (no) gato de la casa o el de Schrödinger desembocan en una bella metáfora sobre los otros topos de la guerra… los de la II Guerra Mundial en la Francia ocupada. Un viaje ameno y reflexivo por nuestra historia contemporánea, que nos arranca más de una sonrisa, que se nos hiela al recordar el relato de Anna Frank o películas como La trinchera infinita.

Yunan (Ameer Fakher)

Yunan, en fin, cierra este círculo sobre sueños y realidades con un protagonista anclado en un relato materno milenario al que acude durante una extrema crisis existencial que lo empuja a una drástica decisión. La película de Ameer Fakher Eldin se desarrolla en una isla inundable, donde el protagonista, en unas condiciones naturales extrema, pugnará por encontrarse a sí mismo, mientras sueña reiteradamente con la fábula materna.

Será en la ficción, donde Munir se anclará para encontrar, por fin, un cordón umbilical con su propia vida. De metraje excesivo y con secuencias oníricas que terminan resultando repetitivas, la fuerza narrativa de Yunan toma todo su sentido, gracias a la salvaje violencia natural del entorno donde se desarrolla, que encaja, a la perfección, con el agitado momentum existencial de su protagonista.


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