Noches enteras en total oscuridad, pateras al borde del naufragio en cualquier momento, un miedo permanente que inmoviliza, un pasado del que se huye y se quiere olvidar, en un presente que puede acabar en un instante, frente a un futuro que se prefiere ignorar. Sin comida ni agua ni esperanza.
Esa es la triste realidad de la travesía de un migrante que el cine ya nos ha contado y debería seguir contándonos para que no olvidemos que, en estos casos, lo inimaginable siempre supera lo peor.
Pisar tierra firme es la puerta del Dorado para cualquier de los miles y millones de personas que migran cada año en busca de un poquito menos de miseria, más seguridad y menos miedo. Por eso cuando todo parece que se ha solucionado, ningún migrante puede imaginar que lo peor está aún por llegar.
En ese preciso instante es cuando Elena Manrique sitúa la historia de su deslumbrante debut tras la cámara y partiendo de un hecho real: un joven africano migrante, llegado en patera a playas de Cádiz, que encontró refugio en el jardín de unos amigos de la cineasta.
Elena Manrique, destacada productora reconocida por sus trabajos en la industria del cine, especialmente en producción de películas de terror y thrillers (entre ellos, El orfanato o Celda 211), dirige y escribe Fin de fiesta.
Con una trama que podría encuadrarse perfectamente dentro del género de terror, la cineasta nos sorprende con su especial habilidad para contar una historia con toques a lo Claude Chabrol (por su lúcido análisis de cierta burguesía local) bajo la inspiradora mirada de Luis García Berlanga (contando las situaciones más horribles con su particular ironía y sentido del humor).
Fin de fiesta es el caleidoscopio de un triángulo explosivo. En este jardín de la familia más pudiente del pueblo reinan una Señorita andaluza y un pavo real, el único que queda de un pasado más glorioso en suave línea descendente de decadencia. A ella se une una joven asistenta que la soporta como lo ha hecho durante generaciones su familia, que siempre ha trabajado para los señores del pueblo. Y un migrante que se refugia en el cobertizo de la casa señorial.
Una comedia social efervescentemente divertida que cuenta como protagonista a Sonia Barba, en una impecable interpretación, tanto física como mental, de una decadente burguesa que ocupa todo el espacio exterior para no enfrentarse a su inmenso vacío interior. La complicidad interpretativa con Beatriz Arjona, en el papel de asistenta, es tan sincera y fusional que los momentos entre ellas son, sin lugar a dudas, lo mejor de la película.
La maestría de Elena Manrique logra transformar la historia de amable comedia de costumbres hasta llevarla a los confines de una sutil radiografía de los falsos sentimientos. Fin de fiesta es el Parásitos de las buenas intenciones, en la que la posición social y el consumo de drogas sirven como excusas para sacar las peores actitudes y comportamientos.
Las últimas noticias de nuestros políticos nacionales han dado una nueva y ardientemente actual lectura de la película. Como antes lo hacía Berlanga, Elena Manrique transforma una aparentemente tierna comedia costumbrista en la crítica más ácida de la realidad española sobre la migración. Sinceramente, estamos deseando ver el próximo trabajo de la cineasta.