Terminó la 15ª edición del Festival de Sevilla (SEFF) no solo con el anuncio del palmarés, sino también (y sobre todo) con la consagración de un autor (Sergei Loznitsa) sin el cual parece que no pueda entenderse el panorama actual de la autoría en el seno de un “viejo continente” que sigue a vueltas con unos deberes -históricos- todavía por resolver.
Otorgar el Giraldillo de Oro a este cineasta de origen bielorruso implica no sólo reconocer la carrera de uno de los artistas más prolíficos y polivalentes del panorama actual, sino también, auto-reivindicar la importancia de una cita a la vez imprescindible para tomar el pulso al estado actual del cine europeo más vanguardista.
Venció Donbass, apabullante toma de contacto con la región en conflicto entre Ucrania y Rusia, pero en el programa del certamen estaban también Victory Day y The Trial, sendas piezas documentales firmadas por el mismo autor.
En la primera, su identitario gusto por los planos fijos nos invitó a mezclarnos en los actos de celebración del Día de la Victoria de las tropas soviéticas sobre el ejército nazi. Ejercicio de elocuencia en la vista desde el silencio de la voz en off.
Enésima muestra de que una imagen, en efecto, vale más que mil palabras; demostración de que en este loco continente, el significado de los símbolos, lejos de ser una certeza para afianzar valores, es una fuente de inseguridad que, a lo mejor, explica las fragilidades de una Europa todavía lejos de una “Unión” realmente efectiva.
Arqueología cinematográfica
En The Trial, por el contrario, el trabajo de Loznitsa se “limitó” al montaje y al tratamiento sonoro, en una recuperación de material histórico que podría catalogarse casi de arqueología cinematográfica. Asistimos a más de dos horas de juicio en blanco y negro, celebrado en 1930 en Moscú. Una pantomima tan pomposa como pesada; una indignidad que convirtió al poder judicial en una arma arrojadiza más en manos de una clase política descaradamente corrupta.
Recuerdos del pasado que nos hablaban, desgraciadamente, de un presente que no invita a depositar excesivas esperanzas en el futuro. Un tríptico que compuso una clase magistral de historia, y que al mismo tiempo nos recordó el poder del cine para incidir en las materias colectivas irresueltas.
Donbass, Victory Day y The Trial, tres títulos que lucieron en Cannes, Berlín y Venecia, respectivamente. Tres películas que terminaron marcando una de las líneas maestras de la cita dirigida por José Luis Cienfuegos, un festival destinado, en parte, a recuperar y dar auténtico sentido a los “grandes éxitos” de la temporada del cine europeo.
Siguiendo con el repaso del Palmarés, encontramos títulos como el estiloso buceo por las miserias de la clase obrera británica Ray & Liz, de Richard Billingham, o M, terrorífico documental de Yolande Zauberman sobre las maneras que tiene el terror para ocultarse y legitirmarse.
O Ruben Brandt, Collector, de Millorad Krstic, cinta de animación húngara con un poderío visual difícilmente comparable al de cualquier otra propuesta del mismo género. Películas que, por cierto, dejaron huella en Locarno, una de las mecas mundiales de la cinefilia más dura.
Lugar de encuentro de los creadores que, para bien o para mal, marcan tendencia
Los hallazgos más importantes de las plazas más prestigiosas tuvieron su réplica en Sevilla. Lugar de encuentro de los creadores que, para bien o para mal, marcan tendencia en el panorama europeo. Lászlo Nemes recogió el Premio Eurimages por su esperado (y, como no podía ser de otra manera, colosal) segundo largometraje. Atardecer, que así se titula, llevó al extremo los ya de por sí extremos planteamientos sobre la inmersión cinematográfica lucidos en su memorable ópera prima, El hijo de Saúl. Del infierno del holocausto nazi pasamos al preludio, igualmente infernal, de la Primera Guerra Mundial.
Desde la atalaya mínima de una muchacha que regresaba a su Budapest natal para revivir los fantasmas de su pasado, Nemes se reivindicó como uno de los talentos más poderosos de la actualidad. Puesta en escena soberbia para triturar los fundamentos de un mundo inmerso en un estado de descomposición que, maldita revelación, puede remitirnos a los males que están experimentando (y definiendo) nuestros tiempos.
El desfile de grandes nombres siguió con la dupla de divas primermundistas Valeria Bruni Tedeschi y Mia Hansen-Løve, quienes trajeron a Sevilla La casa de verano y Maya, respectivamente. Dos trabajos reivindicables desde la óptica de consolidación de unas autorías que a estas alturas no deberían admitir discusión alguna. Inesperadamente, fue la primera quien salió del examen con mejor nota.
La hermanísima de Carla siguió con sus desvaríos arisócratas, hermanados todos ellos a través de una sensación de fracaso absoluto que se convirtió en dardo envenenado tele-dirigido a unas supuestas élites a las que sin duda hay que culpar por el mal envejecimiento del “viejo continente”.
Comedia amarga con tintes de La caída de la Casa Usher, en la que Valeria convirtió la mirada aparente al ombligo en el gesto auto-flagelador más doloroso. Por su parte, Mia Hansen-Løve llegó una vez más nosotros… pero esta vez parecía que sólo quería irse. Despedirse a la francesa, si se permite. Marchar sin decir adiós para dejar tras de sí una serie de traumas cuya envergadura imposibilitaba su digestión.
Huida agradable (pero huida, al fin y al cabo) hacia la India. Lejos de una Europa acuciada por unos conflictos colectivos que amenazan con engullir al individuo. Problemas muy de la “Gauche Divine”, de esa izquierda comprometida con los demás, y aún más volcada en sus propios placeres.
Premio del público: La mujer de la montaña
La nómina de nombres relevantes siguió engrosándose con el Premio del Público concedido a La mujer de la montaña, nueva muestra de humor sui generis, muy a la islandesa, a manos de Benedikt Erlingsson, quien después de emparentar a “hombres y caballos” se decidió a llevar la lucha ecológica al terreno de una comedia que se sentía cómodo en temas de naturaleza claramente dramática.
Problemas muy terrenales tratados desde latitudes muy marcianas. Erlingsson en su salsa. Lo mismo que un Christophe Honoré muy a gusto en la tragicomedia amorosa Vivir deprisa, amar despacio, con el drama del SIDA de telón de fondo.
El Premio a la Mejor Interpretación Masculina fue ex aequo para su pareja protagonista, compuesta por un Vincent Lacoste y un Pierre Deladonchamps unidos por una química que no podía falsearse. Claros exponentes de las buenas vibraciones que emanaban de una película que nos recordó (porque nunca está de más) que al mal tiempo hay que ponerle siempre buena cara.
En las antípodas de esta actitud vital encontramos el rostro afectado y compungido de Adina Pintilie, surrealista vencedora este año en Berlín. Recordemos que su incómoda (cuando no repulsiva) mezcla entre documental y ficción ganó el Oso de Oro de la 68ª Berlinale, en una excelente decisión por parte del Jurado… si lo que se deseaba era dejar constancia del lamentable nivel general de una Competición en demasiadas ocasiones intolerable.
En Sevilla, ya se ve, también hubo tropiezos, pero hasta éstos parecieron encontrar su coartada. La inclusión del trabajo de Pintilie en el programa parecía querer hablarnos del peso femenino en una industria cinematográfica que ya no puede negar la paridad como único status justo.
Encuentro de cineastas andaluzas y dos retrospectivas sobre Ildikó Enyedi y Ula Stöckl
Al encuentro de cineastas (siempre en femenino) andaluzas que están moldeando una factoría regional que también aspira a metas mayores, se sumaron dos estupendas retrospectivas dedicadas a Ildikó Enyedi y Ula Stöckl. Dos voces femeninas y feministas, cuyas enseñanzas de antaño lucieron una vigencia pasmosa. Logro atemporal sólo al alcance de los grandes maestros, sea cual sea su sexo. Hablando de… los ciclos honoríficos fueron completados con el de Roy Andersson, el genio publicista sueco cuyos “tableaux vivants” de encanto espectral nos hablaban (y siguen), sobre esa gran comedia humana de la vida.
Talento internacional de ayer y de ahora, que fue complementado con la que, a la postre, sería la gran baza de esta 15ª edición del Festival de Cine Europeo. Esto es, una selección muy completa del nuevo cine español. De ese “otro” cine que tan a gusto se siente en los márgenes (sino confines remotos) de unas corrientes generales que, a través de sus ojos, parecen más lejanas que nunca. Benditas voces disidentes. Así, tuvimos ocasión de perdernos en las profundidades de las entrañas de la bestia, es decir, del mundo subterráneo de Madrid.
El documental La ciudad oculta, de Víctor Moreno, hizo buenas las tesis de Mauro Herce en su celebrada ópera prima, Dead Slow Ahead, e hizo de la búsqueda en la perfección técnica (en el tratamiento de la imagen; del sonido), el camino ideal para buscar esos universos escondidos sobre los que se levanta el nuestro propio. Fue un viaje alucinado y alucinante; a ratos aterrador. Una odisea física al borde de la crisis existencial.
Con elementos similares jugó Ilan Segura en Reunión, película documental en la que se dedicó a retratar el encuentro con su padre, hombre con el que cortó relaciones tiempo atrás. Con ritmo pausado y con estimable gusto por la observación silente, el director levantó un drama familiar alimentado por fuerzas de origen telúrico. Paisajes y seres queridos se fundieron así en un todo de naturaleza orgánica que, en cierta medida, parecía presagiar otra de las cimas de nuestra cinematografía en Sevilla. <3, de María Antón Cabot, siguió elevando el género documental a cotas insospechadas, con su estudio de cuerpos que se conocen y se juntan en el parque de El Retiro de Madrid.
Su film pretendía poner orden en la multiplicidad de formas (y formatos) con los que se manifiesta el amor en la era Tinder, pero al final acabó siendo -gustoso- cómplice de un desorden que, visto bien, no deja de ser testigo privilegiado de una libertad a la que, efectivamente, se tiene que abrazar… y con la que tenemos que mimetizarnos. Antón Cabot se aplicó la lección e hizo lo mismo para su propia película, convirtiéndola en un objeto de naturaleza extraña, cambiante, y a la postre, fascinante.
Cine social y espíritu rebelde
Con formas más convencionales pero espíritu igualmente rebelde, llegaron a la cita Xavier Artigas y Xapo Ortega con Idrissa, crónica de una muerte cualquiera. Los responsables de sacar a relucir las vergüenzas de la administración pública en documentales tan reivindicables en su denuncia como Ciutat morta o Tarajal: Desmontando la impunidad en la frontera sur, repitieron la jugada pero enfocando ahora su teleobjetivo acusador a los Centros de Internamiento de Extranjeros, donde el Estado español pretende capear la gran crisis migratoria de nuestros tiempos sin miedo a pagar, con ello, un altísimo (e intolerable) coste humano.
El ciclo de documentales españoles en la vanguardia lo cerró Samuel Alarcón con su Oscuro y lucientes, absorbente investigación histórica con la -desaparecida- cabeza de Francisco de Goya como escurridizo objeto de deseo. Un estudio académico brillante, pero también un inspirado diálogo entre la fantasía (goyesca, por supuesto) y la supuesta “no-ficción” en la que se mueve un género de repente liberado de todos los límites supuestamente impuestos por su propia naturaleza.
Por último, y por si todo esto no había sido suficiente, llegaron dos de los nombres que más engrandecen la cinefilia en nuestro territorio. Albert Serra y Jonás Trueba presentaron respectivamente Roi Soleil y el proyecto Quién lo impide. El autor catalán siguió rindiendo -putrefacto- tributo a uno de sus más que probables alter egos históricos. Después de La muerte de Luis XIV, volvió a las andadas con una película con alma de performance, en la que Lluís Serrat dio vida a la agonía de un Rey Sol convertida, de paso, en espejo de un arte igualmente agonizante. Por su parte, Jonás Trueba se acercó a la adolescencia a través de Sólo somos y de Si vamos 28, volvemos 28, dos piezas orgullosamente incompletas.
Cine en construcción para personas que todavía están en construcción. Películas documentales (una vez más) con ningún reparo a la hora de asimilar maneras más dignas de la ficción más estimulante. Descaro y juventud para poner a España en el epicentro creativo de un cine (el europeo) muy inquieto; muy vivo. Dio fe de ello Sevilla, un festival con apenas 15 años en su cuenta personal. Radiante juventud con gusto, esto sí, por un talento que parecía sólo al alcance de los más consagrados veteranos.
Fotograma de portada: Ruben Brandt, Collector