En nuestra segunda crónica avanzamos entre la abundante selección de títulos del festival, que nos propondrá situaciones tan variopintas como atraparnos en un bucle para no dejarnos salir de una estación de metro o clavarse un clavo oxidado en la planta del pie y sobrevivir a ello.

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20 Oct 2025
Marc Sacristán
the nest
Día 4: El fantástico como reflexión existencialista

Nuestra segunda crónica inicia en la sala Tramuntana, con la película japonesa Exit 8 de Genki Kawamura, adaptación del videojuego de KOTAKE CREATE que fue acogida positivamente en el festival de Cannes. En ella, un hombre se ve atrapado en un bucle cuando intenta salir de una estación del metro de Japón y su única salida es seguir las instrucciones de un cartel que está al inicio del bucle: avanza, si ves una anomalía retrocede al punto de partida y si no la encuentras, sigue adelante.

En la anterior crónica vimos All you need is kill, que también jugaba con los bucles, la repetición y su parecido al videojuego. ‘Exit 8’ juega con estos elementos de forma más inteligente, ingeniosa e interesante, haciendo participe al espectador del juego al que se enfrenta el protagonista, como si estuviese viendo un gameplay del videojuego original en Youtube. El hastío que refleja el personaje principal también es del espectador pero no en forma de aburrimiento sino desesperación y agobio por no avanzar. Nos mete en una backroom durante noventa minutos y realmente nos hace sentir como si estuviésemos dentro, gracias especialmente a un diseño de sonido machacón y una propuesta visual minimalista.

La dirección de Genki Kawamura es respetuosa con el formato videojuego. Después de unos primeros minutos en primera persona que evocan al material original o a otros muchos tantos videojuegos de terror desde esta perspectiva, comenzamos a ver la cara desesperada del protagonista por salir de la cárcel temporal en la que se ha visto encerrado sin quererlo. La vemos en planos cercanos de su cara, pero también vemos su cuerpo en planos generales del pasillo infinito donde transcurre toda la película.

Exit 8

Cuando se descubre su trasfondo, saltan todas las alertas. Trata un tema delicado, polémico por muchas razones y que, dependiendo de su conclusión, puede ser fácil rechazarla por completo. Por fortuna, no es una cuestión de elegir A o B, ni tampoco existe un discurso a favor o en contra del tema en cuestión. Genki Kawamura lo utiliza para darle un conflicto dramático al personaje principal, no para sentar catedra. Con ello consigue que no sea puro artificio y este bucle contenga una reflexión vital para su protagonista (y el espectador).

Hablando de reflexiones vitales, después de Exit 8 llegaba el turno de ver Decorado, tercera película de Alberto Vázquez que regresaba al festival después de su presencia en 2022 donde presentó Unicorn Wars y se programó una retrospectiva de casi toda su obra, incluida su opera prima, Psiconautas, los niños olvidados. Justo en esa sesión se pudo ver el cortometraje Decorado que es de donde sale su última obra y que ya comentamos en la crónica de 2022. En esta propuesta vemos como un ratón de mediana edad llamado Arnold empieza a cuestionarse si toda su vida está orquestada, si todo es mentira, como si estuviese viviendo en El Show de Truman.

Aunque la premisa y la crítica a la sociedad actual que plantea son muy interesantes, lo que más destaca en Decorado su parte técnica y visual. La animación de la película es maravillosa y su apartado artístico sigue la estela de Unicorn Wars dando continuidad a su contraste entre el dibujo y diseño de personajes infantil con los temas adultos que trata. Su mayor problema es que existe el mencionado corto, que durando once minutos condensa todas las ideas de la película, consiguiendo que su mensaje pesimista y existencial sea más directo e impactante. Los casi cien minutos de Decorado terminan por hacerse algo farragosos por culpa de un ritmo muy irregular y un desarrollo de ideas prácticamente inexistente que acaba perjudicando severamente a su impactante final.

Decorado (2025) - Filmaffinity

Alberto Vázquez no consigue dar con la tecla en Decorado, quedando una película reiterativa y algo frustrante al sentir que los temas planteados en sus primeras escenas no avanzan. Tiene momentos divertidos y detalles que te sacan una sonrisa por inesperados e ingeniosos, pero queda lejos del resto de su obra. De todas formas, es un placer contar con una figura como la de Alberto Vázquez (y todo su equipo, claro) en España, que con menos medios que la animación de países como Japón o Estados Unidos consigue que en la parte técnica esté a la altura de las producciones internacionales.

Día 5: Abanico de estilos

Nos plantamos en el Auditori para afrontar el ecuador del festival y lo estrenamos con la película francesa ‘El hombre menguante’, dirigida por Jan Kounen (Dobermann, Blueberry) y protagonizada por el popular Jean Dujardin. Es un remake de la película de 1957 El increíble hombre menguante, un clásico de la serie B y la ciencia ficción, al que esta nueva versión francesa despoja de toda la parte naif y aventurera para darle un enfoque dramático, serio y realista que no encaja con su premisa.

Todo el drama familiar alrededor de que el padre de familia vaya reduciendo su tamaño hasta ser igual de grande que una hormiga es una caída hacia los infiernos de la incoherencia, que se hace notar en su reacción a este hecho por parte de los personajes (siempre a conveniencia del guion) o en algo tan simple como que no trascienda más allá de la casa donde viven cuando debería tener repercusión mediática. Cuando el enfoque de una película es naif este tipo de detalles importan menos porque centra sus esfuerzos en destacar otros aspectos y denota que no es un tema relevante, pero en El hombre menguante la parte dramática es el núcleo del conjunto y su lado aventurero queda reducido a un par de escenas que homenajean a la película original.

El hombre menguante (L'homme qui rétrécit) | Sitges Film Festival

Es interesante y visualmente estimulante ver como Jan Kounen juega constantemente con la perspectiva y la escala para destacar el decrecimiento de Jean Dujardin. Ponerlo al lado de una hormiga y ver que casi son del mismo tamaño o ver unas escaleras como un reto imposible de asumir cuando unas escenas antes las subía y bajaba sin el menor esfuerzo son el tipo de juegos que esperas del remake de El increíble hombre menguante. Buenas ideas y decisiones enterradas por un melodrama familiar con toques existenciales que acaban en tierra de nadie.

Después de este tropiezo, volvemos a entrar al Auditori para ver Todos los males, película chilena de terror rural dirigida por Nicolás Postiglione en la que veremos como un niño chileno habituado a la ciudad debe quedarse unos días con su familia paternal alemana en su casa situada en medio de la nada, cerca de un bosque. El tema principal es como este niño se verá totalmente fuera de lugar al no hablar alemán ni estar habituado a su cultura y/o hábitos rurales, haciendo una ejemplificación de como vivieron los chilenos la llegada de los alemanes a su país.

Todos los males es un tipo de película que cada año, quieras o no, vas a ver en el festival. De esas películas en las que no ocurre nada o lo que ocurre es tan rutinario que la sensación es la misma. Films influenciados por Robert Eggers y su primer largometraje, La Bruja, donde abundan los silencios, las miradas incomodas y los planos alargados que encuadran una ventana o una puerta inmóviles, escenas en las que no sucede nada ni tampoco aportan al lenguaje audiovisual de la película. Y aunque esto no sea cosa de Robert Eggers, si que es algo cada vez más común en festivales de cine fantástico, y es que el elemento fantástico por el que la película está en Sitges brilla por su ausencia. No será una de las películas que recordaré de esta edición.

Reflection in a Dead Diamond | Sitges Film Festival

Dicen que a la tercera va la vencida así que después de dos jarros de agua fría nos sumergimos por tercera vez consecutiva en el Auditori para, esta vez si, disfrutar de una de las grandes joyas del festival. Reflection in a Dead Diamond suponía nuestro estreno con la pareja de directores franceses Hélène Cattet y Bruno Forzani pero son caras muy conocidas en el festival después de presentar aquí en varias ocasiones sus anteriores trabajos (Dejad que los cadáveres se bronceen o El extraño color de las lágrimas de tu cuerpo por poner un par de ejemplos). El primer contacto con ellos ha sido difícil de procesar y no lo digo como algo negativo.

No más de cinco minutos necesita Reflection in a Dead Diamond para dejar clara su propuesta radicalmente apoyada en el lenguaje cinematográfico, con una cantidad de recursos visuales por minuto difícil de igualar y que necesita de varios visionados para captar todo con detalle. Lo radical de su estilo también afecta en la capacidad del espectador para tolerar sus noventa frenéticos minutos en los que o estás inmerso totalmente en su frenetismo o acabas saturado antes de llegar al segundo acto. Pero como se suele decir, la forma sin fondo no va a ninguna parte y en el caso de Reflection in a Dead Diamond su fondo es igual de llamativo que su forma.

Es un ejercicio de metacine distinto al se acostumbra a ver en Hollywood, sin escupirte en la cara las referencias, convirtiéndolo en un puzzle donde juntar sus piezas es difícil por culpa del endiablado ritmo que tiene la película. De forma orgánica, todo termina por esclarecerse y salen a la luz los temas de los que quieren hablar Cattet y Forzani: el ocaso de una estrella, el miedo a ser reemplazado por una versión mejorada de ti y la peligrosa nostalgia, que si es abrazada con demasiada intensidad te impide pensar en el presente y mucho menos en el futuro.

Si pudiera, te daría una patada

Cerramos el día equilibrando la balanza en Tramuntana con otra película que merece vuestra atención. Si pudiera, te daría una patada de Mary Bronstein va acompañada del sello de A24 y está protagonizada por una magnifica Rose Byrne en el papel de Linda, una madre que se ve superada por su caótica y solitaria vida. Por si esto fuese poco, al inicio de la película se abre un agujero en el techo de su casa y hace que sea inhabitable por lo que se ve obligada a mudarse a un motel de mala muerte con su hija. Este conflicto desemboca en la locura contenida de la protagonista, que no está muy lejos del personaje que interpretaba Michael Douglas en Un día de furia. La resiliencia puede ser útil en algunas situaciones, pero si es tu motor de vida lo más probable es que acabes como el rosario de la aurora.

El punto de vista que adopta Mary Bronstein es interesante desde el mismísimo inicio, marcando como será su estilo, con primerísimos planos de Rose Byrne para que veamos bien ese sufrimiento contenido e invisibilizando a su hija, dejándola como una voz que está todo el día erre que erre, ocurriendo lo mismo con su marido. Porque aunque su familia exista, aunque esté ahí, ella está sola, aislada en su sufrimiento. No es un políticamente correcto, estamos ante otra película dirigida por una mujer en la que se dialoga con el espectador sobre que no todas las madres están preparadas para serlo y que la maternidad no tiene que ser el cuento de hadas que se cuenta en la mayoría de películas. El punto extra que le aporta la película a esta temática es como lo dota de acidez, sarcasmo y sobre todo mala leche. Es capaz de no romper nunca esa fina línea que separa el drama de la sátira.

Quizá os estaréis preguntando donde está el elemento fantástico que le hace estar en el festival de Sitges. Existe, pero es extremadamente vago. Hay una relación entre el agujero del techo de su casa y una problemática que tiene su hija, uniéndose a través de escenas algo oníricas donde lo justifican de forma cuestionable haciendo que cada vez que ve ese agujero la protagonista esté drogada. Es una unión vaga que no aporta nada relevante a la historia y que en los momentos que trata de darnos contexto sobre el pasado de la protagonista y su hija acaba confundiendo más al espectador. No está aquí su fortaleza.

Todos los males | Sitges Film Festival

Sus fortalezas son la construcción y los matices de un personaje tan problemático como Linda a la que da vida una Rose Byrne pletórica, desatada, con una actuación a flor de piel, desgarradora pero hilarante. Su fallido componente fantástico y problemas de ritmo por una reiteración excesiva en algunos tramos de la película no impide que sea uno de los títulos a tener en cuenta de esta edición.

Día 6: El poder del capitalismo

Tocaba madrugar para ver lo último del gran director surocreano Park Chan-wook, No Other Choice. El hombre detrás de películas como Old Boy, La doncella o Decision to leave siempre tiene un espacio para el humor en sus obras, pero en esta ocasión directamente ha hecho una comedia negra y ácida sobre el capitalismo, centrándose sobre todo en las grandes empresas y la presión social a la que están sometidos los ciudadanos surcoreanos cuando son despedidos.

Visualmente es una delicia, habiendo muy pocos directores en la actualidad que puedan rivalizar con Park Chan-wook en el manejo del lenguaje cinematográfico, en el uso de imágenes para hablarle directamente al espectador. Algo notorio especialmente en su uso de las transiciones y en esas escenas donde un plano se funde con otro, dándole un significado especial a esa unión, creando un impacto especial en el espectador que no tendría una escena de exposición. El cine a través de las imágenes siempre será más potente que el cine a través de los diálogos entre personajes.

Por su sátira, es fácil pensar en Parásitos de Bong Joon-Ho como referencia y aunque hay algún paralelismo la ganadora del Oscar en 2019 sitúa el punto de vista desde una familia pobre mientras que esta película lo hace desde el de una familia acomodada que ve su vida desmoronada, habiendo grandes diferencias. Esta comparación me sirve para sacar a coalición el gran inconveniente de No Other Choice y es que le falta ese un punto extra de mala baba, de rizar el rizo, que tenía Parásitos para que su discurso tenga más poso y trascienda en el espectador.

No Other Choice | Sitges Film Festival

Eso no impide que No Other Choice sea una mirada divertida a los problemas que acarrea vivir en una sociedad capitalista, con un tercer acto potente que acaba por asentar algunos temas que se habían diluido a lo largo de sus dos horas y media de duración.

Balearic será la segunda y última película del día. El último trabajo de Ion de Sosa (Mamántula, Sueñan los androides) complica la tarea cuando se trata de explicar de que va. Su premisa es que un grupo de cuatro adolescentes se cuelan a una casa, aparentemente abandonada, para disfrutar de su piscina. A partir de aquí, lo que pasa dejaré que lo descubráis por vosotros mismos, porque merece la pena darle una oportunidad a esta rareza.

Ion de Sosa es el director de fotografía de Espíritu Sagrado y se nota, no solo porque visualmente tienen la misma textura, también por como transmiten su discurso. Su mezcla de costumbrismo y realismo mágico funciona fantásticamente bien, creando una complicidad con el espectador español al ver identificados varios tics de nuestra cultura o costumbres. No quiere decir que empaticemos con los personajes, más bien al contrario teniendo en cuenta que ninguno cae especialmente bien.

Ion de Sosa centra todos sus esfuerzos en criticar desde la sátira varios aspectos de nuestra sociedad actual. El egoísmo, el narcicismo, el cinismo o la hipocresía están constantemente en pantalla, rebotando contra el espectador para poner al limite su paciencia. El director quiere forzarlo a ver un desfile de personajes despreciables para no olvidar que esa gente vive en el mismo mundo que nosotros.

Balearic | Sitges Film Festival

Hay muchos conceptos, analogías y paralelismos en Balearic, algunos más interesantes que otros, todos hasta arriba de sarcasmo e ironía. Su mayor problema es que no todos los cierra con el mismo acierto (ese final…) y algunos se quedan en el aire. Eso le impide ser una película redonda, pero las películas imperfectas lo son porque se arriesgan a no hacer lo mismo de siempre, así que bienvenidas sean.

Día 7: Descenso a la locura

La séptima jornada de festival la empezamos con una de las películas más duras que nos ha tocado ver desde que empezamos. A grand mockery la presentaron como heredera del cine de Frank Henenlotter (Basket Case, Brain Damage), un director que en todas sus películas hace que su personaje protagonista descienda a los infiernos de la forma más bizarra y exagerada imaginable, con altas dosis de humor y hilarante body horror. Algo de esto hay en la película, pero desgraciadamente no de la misma forma que lo hacía Frank Henenlotter.

Todo es caótico e incomodo en esta película australiana que, teniendo un gran potencial audiovisual en su propuesta (rodada en Super 8, con una fotografía muy expresiva), acaba hastiando por su mezcla entre lo bohemio y lo extraño, dando la sensación de una necesidad de atención constante. Es una de esas películas en las que no ocurre nada, lo único que vemos es a su protagonista deprimido y enfermo al que acabaremos odiando por su hincapié en los mismos temas una vez tras otra para llegar a un tercer acto que no aclara ni desarrolla absolutamente nada, tan solo consigue acrecentar la sensación de que A Grand Mockery es una tomadura de pelo difícil de aguantar.

Este bajón parecía imposible de remontar pero era hora de entrar a la última película de nuestra segunda crónica, Bagworm, que consiguió que nos fuésemos a casa satisfechos. Esta humilde película estadounidense, dirigida por el debutante (en el formato largometraje) Oliver Bernsen, nos lleva de la mano a conocer a Carroll, un hombre frustrado con la vida después de haberlo dejado con su novia. La vida no tiene pensado ponérselo fácil, sobre todo a partir del momento en el que pisa un clavo oxidado y comienza a esparcirse una infección por su cuerpo que irá a peor a medida que pasen los minutos.

Con ecos de los hermanos Safdie y su Good Time resonando de fondo, Oliver Bernsen consigue en Bagworm construir un personaje protagonista tridimensional con el que es fácil sentirse identificado si  se ha pasado por algún momento en la vida donde todo estaba tan mal que nada importaba porque ya te habías acostumbrado. Un protagonista al que veremos cometer asquerosidades que solo entiende aquel que ha estado en algún momento fatal mentalmente. Carroll además de ser un cínico y un activista hipócrita sufre de un mal endémico que tienen muchas personas, especialmente los hombres, que es el de no saber pedir ayuda cuando se necesita. El decir que estás bien mientras tu cara parece un cuadro de Francis Bacon y seguir para adelante como si no pasara nada.

La degradación de Carroll durante toda la película es dolorosa y no solo físicamente. Nosotros, como espectadores, estamos viendo hacia donde se dirige con las malas decisiones que toma, pero él está en un mundo paralelo, el de la autonegación, el de pensar que el tiempo lo arregla todo y que clavarse un clavo oxidado en la planta del pie no necesita una visita al médico. Peter Falls sostiene la película con una actuación espectacular, divirtiendo a través del sufrimiento de su personaje y haciendo que empaticemos con el pobre diablo, que por muy desagradable que pueda ser, no tiene maldad alguna.

Bagworm es una propuesta sencilla, de una única bala que acaba resultando muy efectiva. El viaje de Carroll es divertido y alocado, si, pero también empático y un acercamiento muy fiel a una persona que está pasando un mal momento. Hay algunos elementos, como ese capullo de gusano al que hace referencia el título de la película, que se quedan a medias o varias decisiones cerca del final que empañan el conjunto. Pero es un viaje que merece la pena experimentar por uno mismo.


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